Resta y sigue

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

En la vida hay dos ciclos, el de suma y sigue, que caracteriza nuestra infancia y juventud, y el de resta y resiste, que jalona nuestra madurez. Percibes esa transformación cuando a tu alrededor deja de llegar gente nueva, cuesta hacer amigos o adentrarte con pasión en lo desconocido. Es cierto que, a poco que te esfuerces, puedes prolongar esas pasiones hasta el final de tus días, pero ya depende de poseer un carácter decidido. La inercia pesa. La temporada del resta y resiste tiene más que ver con la desaparición de gente. En apenas dos semanas han fallecido dos personas con las que tuve un trato leve e irregular, pero en ambos casos me alegraba saber que andaban por ahí y ahora me entristece pensar que ya no los encontraré en paradas habituales. Al psiquiatra Luis Feduchi lo conocí siempre en la noche. Se contaba de él que había sido amigo de García Márquez en la época barcelonesa. Si lo conocí, fue porque coincidíamos en un local de Barcelona y los dos nos reconocíamos como madrileños enamorados de esa ciudad. La conversación oscilaba sin tino entre los recuerdos de toda la gente que él había tratado y conocido y el repaso tranquilo por los avatares de este mundo nuestro. Desde el primer minuto me resultó no solo un conversador enormemente agradable, sino también un tipo equilibrado, inteligente y cariñoso. Parece mentira que puedas llamar ‘amigo’ a alguien del que no tenías el teléfono y solo una vaga idea de las líneas familiares que confluían con otros conocidos mutuos. En ocasiones, la amistad obliga a un grado de contacto permanente que estas azarosas relaciones sin tanta intensidad se convierten en un bien muy preciado.

Unos días antes de que la muerte de Luis me hiciera pensar en todas las conversaciones que aún tendríamos pendientes, me llegó la noticia de la muerte de alguien mucho más joven, aún en una edad en la que hay demasiado por hacer y que, como Feduchi, representaba un enganche de familiaridad cada vez que nos cruzábamos. Rafa Pallarés era el dueño del hotel Voramar, pegado a la playa de Benicàssim, en Castellón. Es un hotel mítico que ha sido retratado en diversas ocasiones por el gran Manuel Vicent, cronista de esos placeres orgánicos hoy tan reñidos con las admiraciones virtuales. A lo largo del tiempo, detenerse en ese hotel se convirtió en un recurso familiar, y gran parte del mérito lo tenía el propio Rafa. No conforme con ser tan solo el heredero que perpetúa el negocio familiar, bastaba mirarle un segundo la perilla juguetona del mentón para saber que su afición por la vida tenía ribetes mucho más placenteros.

Una buena comida, un empeño por preservar el medioambiente en un lugar hostil, una buena excursión, una buena escapada por el monte y hasta esa cabaña que una tarde me enseñó con el orgullo de quien en la austeridad encuentra el mayor de los lujos. No nos conocimos demasiado, pero sí lo suficiente para saborear una personalidad afín. Y si los azares de la vida te acercaban por la zona no había más que trazar el plan para despejar unas horas y plantarte en sus dominios.

Eran personas que se erigían en estaciones de paso. Esos agradables desvíos del trayecto obligatorio en los que valoras la buena compañía sin esperar nada a cambio, tan solo el valor del tiempo mejor empleado, que es el que se pasa con gente de bien. Coincidir con ellos era como llegar a esos locales que visitaste muchos años atrás y que te empeñas en localizar de nuevo, aunque no recuerdes ni el nombre ni el emplazamiento exacto. No existe denominación para estos amigos que no están en la nómina oficial de tus amigos, ni siquiera en la agenda, pero, sin embargo, te tranquilizan con el manto de saber que el afecto mutuo permanece más allá del número de ocasiones en que te vas a ver. Podrían llamarse ‘amigos en tránsito’ o ‘conocidos cordiales’, poco importa. El nombre es lo de menos. Transmitían esa sensación de cercanía y calor cuya ausencia hace del mundo un lugar un poco más inhóspito. Perderlos es la expresión más certera de que ahora toca restar y resistir. Haberlos conocido, un regalo.

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