La promesa de la piruleta
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Si uno pretende analizar el funcionamiento de una vertiente de la política durante la última década, llegará a la conclusión de que el último resquicio de esperanza reside en la honestidad personal. La de muchos individuos que siguen lanzándose a la arena pública con los ojos limpios, los bolsillos cerrados y una resistencia heroica a la corrupción. De ellos dependen muchos de nuestros sueños futuros y ojalá que tengan suerte en su trabajo. Por desgracia, algunas desviaciones se han convertido en la mecánica habitual. La más trascendente es la que tiene que ver con el cambio de orientación del voto de las clases trabajadoras más precarias y desfavorecidas. El descrédito de toda lucha colectiva ha conducido a los ciudadanos a apenas reconocerse en ninguna agrupación, salvo las de ruptura radical. Esa estrategia de desunión ha sido exitosa, no podemos negarlo. Para ello, ha sido necesario también que irrumpiera el dominio de la comunicación virtual, que ha fabricado burbujas. Bajo la burbuja y tras la tanqueta del móvil, todos respondemos a un mismo patrón de conducta: desconfianza en el otro, aislamiento, rencor, demanda de protección permanente, cobardía. La acumulación de todos esos defectos nos dibuja como incapaces de aplaudir los acuerdos, los pactos, la suma. Esa actitud fuerza a la política actual y la pervierte en su finalidad, que no sería otra que encarar los problemas con madurez y búsqueda de soluciones. Bien al contrario, los políticos parecen impelidos por sus seguidores a buscar el enfrentamiento y la confrontación con cualquier rival incluso dentro de sus siglas.