Menos alfombra roja y más diván
Menos alfombra roja y más diván
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
A raíz del suicidio de una querida actriz, los españoles se plantearon las causas de su muerte como un concurso de culpabilidades. Todo lo reducen a una dinámica deportiva de buenos y malos. Sin embargo, pocos quieren pensar en la psicología de los trabajos expuestos a la opinión pública. Y déjenme decirles que, a partir de la llegada de las redes sociales, la exposición mediática ya no es cosa de políticos, deportistas y actores, ahora afecta a todo el mundo. Greta Garbo fue la primera actriz que supo ver los efectos de la fama en la segunda generación de artistas de Hollywood. Convencida de que la explotación de su belleza y esplendor se volvería un arma de doble filo contra ella, se retiró a los 36 años para desaparecer del ojo público. Cuando algún curioso la reconocía, pongamos, entrando a una boutique en la plaza de los Naranjos de Marbella, se subía el cuello de la chaqueta y huía de él. Era una forma de fobia entonces no reconocida. En los mismos días, el actor que interpretaba a Tarzán recorría enloquecido las calles de Acapulco imitando el grito selvático de su personaje. Hace cien años empezamos a contabilizar las víctimas de la explotación mediática, porque en los siglos anteriores no se conocía ese trauma salvo en alguna cortesana. Somos aún muy niños para entender cómo ha cambiado el mundo y por eso no sabemos digerir el castigo que conlleva mantener una exposición diaria en las pantallas de uso colectivo. Ser tú está reñido con ser tú para otros las veinticuatro horas del día. Has de preservar tu vida privada, tus pensamientos íntimos y tus contradicciones porque compartirlos con los desconocidos es un riesgo demasiado elevado.
El primer payaso que se suicidó fue el gran Marcelino. Se voló la tapa de los sesos en un mísero hotelucho de Nueva York cuando ya llevaba algunos años viviendo la decadencia tras haber sido el clown de más éxito en la primera década del siglo XX y maestro de genios futuros como Chaplin. Hacer reír a los demás te obliga a asumir un papel entregado que anula todo resquicio para la introspección y la propia neurosis. De tanto exponer tus defectos en público a cambio de dinero, asumes una amargura delirante contra el público, lo que justifica que la mayoría de los cómicos conocidos hayan sido personas tristes en su esfera privada. Convertidos todos los ciudadanos en actores de unas plataformas de exhibición bastante impuras, donde ya no hay guion, sino una personal fabulación, pueden suceder cosas como la de la querida actriz que se quita la vida, mientras en su página figura este estatus como autodefinición: «So Happy». Esa simulación que requiere la red social pasa una factura demoledora en el estado mental. Es algo así como un edificio levantado sobre andamios sin solidez, de caramelo en lugar de cemento. Tarde o temprano, el edificio se derrumba. El máximo problema de la sociedad actual, aparte del rencor, es la mentira sobre el propio estatus emocional. La soledad más profunda en el momento de mayor hipercomunicación de la historia humana.
Alguna vez de broma, cuando veo florecer un nuevo premio para las disciplinas del cine o la televisión, me permito advertir a los organizadores del galardón que lo que necesitamos en esas profesiones son menos alfombras rojas y más divanes de psiquiatra. No necesitamos más concursos y premios, sino más estabilidad de trato cabal. Menos modas y más respeto. Menos crueldad competitiva y más admiración por la tarea bien hecha. Por desgracia, los males que afligían al gremio del espectáculo se han convertido en los males que afligen a esta sociedad del espectáculo. He visto a enfermos y náufragos mentales tratar de mantener una cara brillante y un cuerpo deseable con tales esfuerzos que el daño interior ha sido irreparable. Mentirse a sí mismo es la peor de las mentiras posibles. Pues en esas estamos y, para recomponer el camino perdido, tenemos que aprender de quienes se han dedicado al espectáculo desde décadas atrás. Sus traumas, sus capacidades de resistencia y su fragilidad serán los nuestros. La calle está ahora llena de los nuevos y anónimos Joselito, Judy Garland, Marilyn Monroe, Natalie Wood y Johnny Weissmuller.