Desprecio o información

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

A raíz de una trama de explotación de menores tuteladas por la Comunidad de Madrid han regresado a primera página las condiciones de vida ocultas de muchas personas vulnerables. A menudo estos casos se explotaban según la conveniencia política de los partidos. Algo así como una lotería miserable por la cual según el Gobierno de la comunidad autónoma convenía señalarlo como un escándalo o algo sobre lo que mejor no opinar hasta que se conocieran todos los extremos de la investigación. A esto se le unía el uso electoral que se viene haciendo desde años sobre los centros de acogida de menores. Como por razones obvias una parte de su población es de origen extranjero, algunos han intentado confundir a la ciudadanía haciéndole creer que el gasto hacia las personas definidas como menores no acompañados es un agravio a nuestros ancianos. Como si pudiéramos sustituir unas partidas por otras y quedarnos tan a gusto ignorando los problemas que padecen nuestros barrios más necesitados. Poco a poco, la parte de población que quiere enterarse de la verdad que se vive en las calles adquiere un cierto conocimiento de los problemas. Sin embargo, y más en un tiempo de burbujas de aislamiento, crece el número de las personas que no quieren saber nada de conflictos complejos y son, por lo tanto, pasto crédulo de quienes nos propinan soluciones simplonas.

En la explotación sexual de las menores conviene buscar el rastro de las drogas y la dependencia emocional. Por culpa de la enorme violencia que padecen las mujeres en condiciones de exclusión, el uso perverso de ellas se alimenta de chantajes muy sencillos. Engancharlas a la cocaína y convertirlas en carne de alquiler para clientela sin escrúpulos no parece complicado cuando encontramos niñas sin arraigo familiar de trece o catorce años. Pese a que hay gente que sigue creyendo que todo gasto en la protección tutelar del Estado es un dispendio, la realidad es que faltan medios, personal y centros para atender como es debido estas necesidades. Precisamente porque el abandono se ceba en personas jóvenes, el grado de inversión es proporcional al ahorro futuro. Abandonar fatalmente a su suerte a tantos jóvenes los condena a una vida delincuencial que se convertirá en una penitencia para la sociedad que los acoge. Las políticas preventivas no gozan de buena prensa, pero son las más eficaces. Sin embargo, por los casos que trascienden de tanto en tanto conocemos que la prostitución, el abuso de drogas y la anulación del carácter son una tónica que se repite entre menores. Con los centros desbordados y los profesionales carentes de la consideración social que merecen, la bomba nos estalla en la cara para escándalo general y celebración de los que pretenden pescar en el río revuelto de nuestras sociedades.

En aquellos lugares donde no se miman los centros de acogida, nos encontramos con bolsas de marginación que terminan en delincuencia. Para muchos vecinos es escandalosa la situación de ver el delito continuado a pocos metros de su casa. Las barriadas pobres, que ya sufren problemas estructurales, ven sumarse esta nueva degradación. Apenas se dará cuenta de tantos y tantos menores que han encontrado bajo la tutela del Estado el aprendizaje de un oficio y cierta ternura que les permita sobrevivir a las condiciones de abandono. Lo que trasciende es siempre la peor estampa. Pero, en lugar de echarnos las manos a la cabeza por lo que pasa, quizá sería más interesante analizar la dificultad de un conflicto que no podemos eludir. Estamos tratando con un material muy delicado, que requiere atención especial y cuya experiencia de infancia y juventud va a dejar un rastro perpetuo en su personalidad.

Sacudirse el asunto de encima o creer que la represión policial podrá con ello forma parte del desconcierto general. Por más que lo escondamos debajo de la alfombra, el problema aflora de nuevo, una vez tras otra. Enfrentarnos a la verdad solo nos va a reportar ventajas. Reconducir lo que no es una fatalidad, sino la consecuencia del abandono, nos va a traer una sociedad mejor. El desprecio es un bumerán, cuando crees haberte situado a distancia de un conflicto, este regresa para golpearte en plena cara.

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