Jugar a los periódicos
Jugar a los periódicos
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Cuando era joven, uno de los rasgos que más apreciaba en la gente mayor era su atenta lectura de los periódicos. Mi tío Simeón era un agricultor en un pueblo de apenas sesenta habitantes, pero repasaba todas las tardes el periódico con profunda atención. No tenía urgencias por culpa de la actualidad, salvo quizá las homilías desabridas del párroco que los incitaba a votar por Fuerza Nueva cuando se acercaban periodos electorales. Se humedecía la yema del pulgar para pasar las páginas con esas manos que eran de granito pulido y sus ojos brillantes, claros e inteligentes asimilaban la prensa del día con enorme placer. Mi padre era más inquieto y con poca pausa para hacer de la lectura un gusto particular, pero traía cada tarde el diario Pueblo bajo el brazo. Como todos los niños de mi generación, yo rompí a leer con un periódico entre las manos. La gente leía una prensa condicionada y racionada como un estímulo personal. No detectaba en la gente mayor que se sintieran abrumados por la búsqueda de la verdad absoluta, sino que aplicaban una lectura crítica que nacía de la inteligencia natural que suele tener quien tiene los pies bien puestos sobre el suelo. Esa lectura atenta de prensa se fue diluyendo en el tiempo y ya cuando entré en la Facultad de Periodismo me llamó la atención lo poco que leían periódicos los alumnos. Para mí se había convertido en una necesidad irrenunciable. En nuestro país actual, en el que cada vez quedan menos quioscos y, por lo tanto, menos presencia física de la prensa escrita, siento una cierta pena. Entiendo, claro que sí, que la información llega desde carriles bien distintos, pero aquella lectura jerarquizada y firme de la prensa escrita tenía su encanto y rigor. Entre otras cosas, la mentira quedaba impresa y, por lo tanto, buen cuidado ponían los editores y profesionales por tratar de no quedar para los anales como unos tramposos y falsarios. Hoy eso poco importa, pues la actividad habitual de muchas redes de información digital consiste en desinformar y luego borrar, corregir y reformar aquellas mentiras que han aparecido bajo un fingimiento calculado.
Los periódicos eran tan importantes que hasta los niños jugábamos a editarlos. Mi primer intento de escribir profesionalmente eran unas revistas por entregas llenas de viñetas torpes y chapuceras. Luego con amigos montamos una revista más profesional para informar del pueblo donde veraneábamos. Y de entre todos los ejemplos de inteligencia precoz que recuerdo, el más sorprendente es el de Virginia Woolf. Tan solo tenía 9 años cuando comenzó a escribir un periódico familiar que editaba semanalmente. Lo tituló Hyde Park News en referencia a la calle donde estaba la casa de su infancia, pero consignaba las visitas de parientes, las novedades del día y hasta las pesadas conversaciones de algunos amigos del padre como una reportera esforzada. No solo eso, allí sus biógrafos encontraron el latido de su inteligencia, pues mantuvo la empresa durante cuatro años con entregas semanales que se compartían en la casa y hasta con la competencia de un periódico rival que pretendió dirigir su hermano pequeño. Es decir, que el periódico era un juego como ahora lo puede ser montar un modesto canal de televisión en su red social.
Me temo que las ambiciones actuales están demasiado orientadas a hacerse famoso y rentabilizarlo monetariamente, mientras que los periódicos eran una expresión física de la curiosidad. Lo más preocupante es haber perdido esa primera experiencia informativa y literaria con la que nos educamos. Algunas veces he viajado a países sin prensa escrita y la sensación que me han provocado es de enorme desolación, una tristeza profunda previa al dominio dictatorial. Como la nostalgia la tengo atemperada por una curiosidad permanente, nada de lo que ocurre me resulta trágico, sino enigmático. Veremos a dónde nos lleva esta nueva forma de informarse. Al día de hoy resulta muy fácil comunicarse con la gente que lee prensa, es como si manejáramos un código común por más que nuestras ideas políticas y sociales sean las opuestas. Lo que me confirma que, más allá de su influencia, la prensa es un lenguaje, un modo de estar en la jornada frente al mundo.