Olvidos, recuerdos y reivindicaciones
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Es fácil percibir una recuperación a través de documentales, libros y reediciones de muchos de los iconos de la cultura popular de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado. Por ‘cultura popular’ ha pasado a entenderse aquello que triunfaba en esos tiempos de manera masiva. Es una deformación del término, pues la ‘cultura popular’ debería definir aquella que nace sin intermediación del mercado industrial ni de la teorización intelectual. Pero cuando un término hace diana, poco importa lo que significara originalmente. Cuando se pondera de manera algo exagerada lo que fue éxito en el pasado, se hace para convocar a los consumidores a un revival. Ya sea Sinatra, la españolada, Elvis, Raphael o Lola Flores, su triunfo es revisitado porque representa un valor seguro. Pero reivindicar sin espíritu crítico lo que fueron éxitos del pasado le sirve a la industria actual del entretenimiento para reafirmarse en una banalidad muy cómoda, con la que aspira a prestigiar lo que ellos fomentan y promocionan con enorme abuso propagandístico. Se activan con respecto al pasado, pero lo que intentan es paralizar el espíritu crítico contemporáneo. No es raro pues que sean cadenas de televisión y plataformas audiovisuales dominantes quienes canten el elogio de lo que fue dominante cuatro décadas atrás. El mensaje es siempre el mismo: el éxito representa el triunfo incontestable. Pues a esa mentira hay que desdecirla todo el rato, porque también los éxitos son a veces fórmulas e imposiciones añadidas al talento.
Por el talento hay que tener admiración siempre, pero también desbrozar lo que se impone por obligación y lo que se ha hecho un hueco con la industria en contra. Todos estamos enamorados de lo que fue una presencia notable cuando éramos jóvenes, pero tenemos que saber distinguir las escalas de lo artístico de aquello que era tan solo dosis desproporcionada de consumo obligatorio. Acuñé la expresión ‘basura neuronal’ para definir por qué éramos capaces de recordar de memoria la sintonía de los anuncios de la tele y, en cambio, no lográbamos recitar de corrido nuestro verso favorito de Machado o Juan Ramón Jiménez. En la imposición propagandística había algo de fuerza para torcer nuestro criterio personal y hasta nuestro gusto. Personajes que copaban las horas de radio, de televisión, los especiales de Navidad y los concursos de canción habían de ser necesariamente exitosos. Las radiofórmulas cobraban de las discográficas para componer sus listas de éxitos y quien no pasaba por el aro no entraba en la discusión. También sabíamos que ciertas películas eran un éxito porque sus productores eran los dueños de las salas de cine y, por lo tanto, ya se ocupaban ellos de discriminar lo que funcionaría de lo que no, salvo preciosas excepciones. Pero cuando se analiza el pasado desde los 40 años de distancia quizá se pierde esa perspectiva y por eso tantos y tantos productos de reivindicación nostálgica eluden la crítica para convertirse en apabullantes recordatorios de lo que triunfó.
Las maquinarias comerciales logran la imposición por agotamiento. Sucede al día de hoy donde productos se convierten en dominantes y eliminan la competencia. De hecho, hoy el monopolio de las empresas del entretenimiento es aún más evidente que antes. En esa estrategia de control han decidido también quedarse con la versión del pasado que les resulta más cómoda. Es aquella en que lo triunfante representaba también la calidad y reivindicarlo es reivindicarse. Frente a esta idea tan simplona debemos aplicar una vara de medir algo más compleja. Tenemos que aprender a distinguir que lo apabullante en ocasiones fue una fabricación permanente. En los márgenes quedaron, como sucede ahora, quizá sabrosos exponentes de calidad, arte y grandeza que merecerían revalorizarse. No se trata de inclinarse hacia un lado y a otro como en una batalla de gustos, sino de entender el funcionamiento de las industrias con algo más que la evocación nostálgica. No vaya a ser que la misma imposición que dominó en el pasado esté ahora dominando la historiografía cultural. Conviene estar alerta, no vaya a ser que se cuele la idea de que lo que pasó hay que aplaudirlo sin más. Todo requiere un análisis más rico. Puestos a reivindicar, vale la pena hacer justicia poética con muchos olvidados, ocultos o menospreciados antes que tanto golpear sobre el mismo clavo ya suficientemente aplaudido.