Pollito picante, patatas fritas y anticiclón
Pollito picante, patatas fritas y anticiclón
PALABRERÃA
Estufa. El coquelet era espléndido al sol de febrero en ese anticiclón que parecÃa eterno y que confundÃa Barcelona con Miami. La terraza interior de Chez Cocó, en la Diagonal, estaba llena y ni siquiera era necesario encender las estufas porque el sol latÃa con una fuerza inusitada en un mes diseñado para el frÃo. Me pregunté por qué no habÃa vuelto a este restaurante, que se puso de moda con una oferta que encajaba con la costumbre local del pollo a lâast y la renovaba y ensalzaba.
PajarerÃa. Hace una década, en el 2012, los volátiles pinchados y acariciados por el gas o el carbón vivÃan la discreta resistencia de los barrios, sin que estuvieran presentes junto a las vitrinas de los chaneles en una vÃa principal de la ciudad. Buscaron en francés una palabra que abrillantara el ast y les salió à la broche, que probablemente les parecÃa más distinguida a los clientes del Upper Diagonal, a quienes, por ubicación, iba dirigida la pajarerÃa exquisita. No creo errar si digo que entonces Chez Cocó le dio un impulso al pollo asado, lanzándolo al universo gourmet, esa palabra que molesta porque siempre significa un aumento de precio. Solo años después otros pensaron el pollastre desde la chaquetilla de alto chef.
EscenografÃa. Encargaron el interiorismo de Chez Cocó a ese-hombre-que-lo-decoraba-
RelojerÃa. La cocción de las aves pinchadas es muy antigua, primitiva y pareja al descubrimiento del fuego, con palos de los que no quedan restos y a los que sustituyó el metal, ya como material resistente y definitivo. El Llibre de Sent Sovà(1324) habla desde las primeras páginas de lâast y Bartolomeo Scappi, cocinero de cardenales y papas, muestra en su obra Opera (1570) un espetón automático capaz de girar gracias a un mecanismo de relojerÃa. El movimiento continuo y la llama inextinguible son dos caracterÃsticas actuales de la evolución de un arte antiguo. Son parientes el rodizio y el trompo (shawarma, gyroâŠ), un modo inteligente de cambiar el sentido de la cocción, vertical en lugar de horizontal.
Guindilla. Sin darme cuenta, pedà con coherencia plumÃfera: tortilla con trufa y botifarra del perol (jugosa) y tinto PÃcaro del Ãguila 2020 (muy bueno). Pregunté a Jordi Gotor, el cocinero, por el pollito picante, que acompañé con patatas fritas: «Pesa unos 500 gramos y es de Galicia. La media de tiempo en la rÃŽstisserie es de tres horas y lo acabamos con un golpe de horno de leña una vez que el cliente nos pide el tipo que quiere, ya sea barbacoa, picante, a las hierbas o clásico. El picante lleva aceite de jalapeño verde y espolvoreamos unas guindillas rojas deshidratadas y trituradas».
Cacareo. Rocié la piel bruñida con el jugo rojo (¡más guindilla, más jalapeño!) y alterné la chicha tierna con la gruesa patata en un juego de amarillos y ocres. Meticuloso, fui separando carne y huesos y amontonándolos al fondo del plato, testigos mudos y pelados de este ejercicio de reminiscencia medieval. Y me pregunté otra vez por qué tardé tanto en regresar y cuál era el mecanismo secreto que hacÃa que un restaurante apareciera y desapareciera de nuestras vidas y de cómo hace diez años comenzaron un cacareo que ha tenido seguidores y de cómo lo hemos olvidado.