Su miedo, tu libertad
Su miedo, tu libertad
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
La semana en la que se levantaron las restricciones sanitarias en España aún sumábamos más de dos mil muertos por Covid. Son cifras de fallecimientos que en otro tiempo nos resultaban espeluznantes y abrían los informativos. A todo se acostumbra una sociedad para la que las cifras nunca contienen personas. Por los datos se ha sabido que algo más del 80 por ciento de los fallecidos supera los 70 años, lo que explica el comportamiento reactivo de mucha gente, la fatiga ante las restricciones y el rechazo, aunque minoritario, creciente hacia la vacunación. Se entiende que las personas mayores de 60 años son las que mantienen una prudencia que en algunas ocasiones tiene derecho a transformarse en puro miedo. Es un poco insultante que ese miedo tan razonable y explicado en los datos no tenga ninguna repercusión en los demás. Hasta el punto de que el concepto de ‘libertad’ se ha extendido como una declaración de individualismo en lugar de primar su valor colectivo. Para España fue nefasta una campaña electoral madrileña en la que el sentido de la palabra ‘libertad’ vino a relacionarse con el derecho a salir de cañas. Enfrentar al negocio de la diversión con el sector sanitario dio muchos votos, quizá demasiados. Esa eficacia también contribuyó a que fuera creciendo una deriva irracional que ha concluido en la situación actual. Por si faltaba algún elemento para venir a desgastar el valor de la palabra ‘libertad’, apareció el tenista Djokovic y, tras una catarata de mentiras para lograr participar en un torneo en Australia, transformó su expulsión del país en un ejercicio de reivindicación de su derecho a no vacunarse. Incluso se presentó como una víctima de la dictadura médica occidental y reclamó que en su cuerpo no entrara nada más que lo que él autoriza, lo cual es algo tan incontestable que a lo mejor llevó a algunos a creer que estaba diciendo algo racional.
A todos los tenistas se les recomienda, cuando comienzan su carrera profesional, que lean La condición humana, de Hannah Arendt. Es algo que los entrenadores propugnan porque siendo un deporte tan individual requiere una ordenación de ideas rica y estimulante. Arendt fue una pensadora de origen judío alemán que vivió de cerca las políticas de exterminio nazi y desarrolló, por tanto, su carrera en el exilio. Para ella, imagínense, perder su país y su arraigo significaron una forma de libertad. Es decir, lo contrario de lo que ahora se vende, pues el impulso de la mayoría en aquella Alemania no respetó los derechos de las minorías. Fue ella la que escribió en Los orígenes del totalitarismo lo siguiente: «No nacemos iguales, nos convertimos en iguales como miembros de un grupo por la fuerza de la decisión de garantizarnos mutuamente iguales derechos». Es decir, que si el miedo de algunos es el precio a pagar por tu libertad entonces algo estás entendiendo mal del concepto que utilizas para defender tu autonomía. Es la política del semáforo, aquella por la cual los conductores y los peatones establecen un código de renuncias aceptado por ambos y en el que los conductores, pese a manejar la fuerza y la protección mayores, aceptan detenerse para permitir el paso de los más débiles, su mera supervivencia.
No es tan difícil de entender, pues las vacunas ya formaban parte de nuestras vidas antes de los millones de muertos que ha causado la Covid. Cuando teníamos hijos, para proteger al grupo escolar y de convivencia más vulnerable, y aunque fuera a regañadientes, tolerábamos el plan médico de vacunas para que unos no tuvieran sobre otros las ventajas que dan el acceso a la salud, el dinero para tratamientos curativos y otras formas de desigualdad muy habituales. De tanto en tanto, alguno incumplía el acuerdo de vacunación y, como ahora, también lo hacía con la garantía de que los demás lo estaban cumpliendo y por eso vivía tan tranquilo y confiado. Cuando mencionan la libertad, siempre pienso en los ancianos, que han de protegerse de los mentirosos, los irracionales y los imprudentes. A mí su miedo me sigue conmoviendo y permitirles volver a socializar con confianza y naturalidad me parece un logro por el que merece la pena sacrificarse y asumir riesgos. Lo otro me resulta la prostitución de la palabra ‘libertad’.