Órdenes de la superioridad

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

A los dos grandes partidos políticos de España se los llama ‘sistémicos’ por la importancia que tienen en la estabilidad nacional. Incluso en los momentos donde fueron asediados por nuevas formaciones conservaron una hegemonía notable. Hace poco asistí a un concierto musical en Madrid y, en el comienzo, los artistas hicieron bromas sobre Ciudadanos, lo cual me llevó a pensar en lo rápido que una formación que hubiera debido ser importante se ha convertido en un chiste. Esto no pasa con los partidos grandes, que cuentan con una nómina de esforzados braceros en todos los rincones del país. Cuando surgió la polémica degradación de galones de Cayetana Álvarez de Toledo y perdió la portavocía del PP, ella amenazó con convertirse en una voz libre que campearía por YouTube. El éxito de su primera emisión la envalentonó, pero para ser un youtuber exitoso hay que saber hablar ese lenguaje particular. De ahí su fracaso posterior y la vuelta al periodismo convencional. Su caso demostró que un piloto de Fórmula 1 nunca está por encima de Ferrari, y el PP ha demostrado sobradamente que es una ingeniería engrasada y de enorme eficacia que aguanta las defenestraciones, los encarcelamientos y los escándalos que salpican a sus integrantes. Ese es el secreto de una buena maquinaria, que sacrifica piezas sin perder el funcionamiento.

Cuando estalló la guerra abierta entre Ayuso y Casado, muchos se echaron las manos a la cabeza. Nunca se había escenificado de manera tan teatral un enfrentamiento interno. Ayuso golpeó primero con una melodramática rueda de prensa sin preguntas en la que denunciaba ser espiada y chantajeada. García Egea, mano derecha de Casado, respondió en otra rueda de prensa, esta vez con preguntas, en la que cargó contra la deslealtad y las maquinaciones de la lideresa madrileña. Los ingenuos se echaron las manos a la cabeza y pensaron que esto era el final del PP. Demasiada basura lanzada desde sus propias entrañas. Pero quienes tienen ya una experiencia suficiente en el análisis de las formaciones políticas sabían que el asunto se arreglaría de una manera pragmática y eficiente, pues el negocio siempre está por encima de los intereses particulares. Lo sorprendente es cómo se alcanzó la solución, quizá hasta favorable a los intereses del partido, que ve cómo su escisión radical le come el grano, pues sustituyó a un líder demasiado inconsistente por un ‘purasangre’ del moderantismo pragmático.

La cadencia de los hechos delata algo muy relevante, pues, al día siguiente de las ruedas de prensa antes mencionadas, el presidente Casado fue a una radio amiga y denunció que Ayuso había mercadeado con las mascarillas mientras los madrileños morían en la desatención absoluta. El periodista que lo entrevistaba, y esto fue muy jocoso, trataba de frenar al líder en sus declaraciones, en lugar de sonsacarle. Era el mundo al revés, pues hasta Casado le pidió que le preguntara por algunos detalles concretos para poder castigar a la lideresa madrileña con más ahínco. Sin embargo, horas después, el propio Casado anunció que cerraba el expediente y daba por buenas las justificaciones de su compañera de partido. Evidentemente, ahí puso los clavos de su propio ataúd. ¿A qué se debió ese cambio de actitud que hundió su liderazgo? ¿Por qué dejó de insistir en las sospechas de corrupción y no optó por eliminar a su rival personal? La respuesta es bien sencilla, una entidad superior lo obligó a contradecirse, lo forzó a desandar el camino de la lucha y aceptar una paz deshonrosa que acabó con su carrera. Ese poder superior que marcó el destino de la discusión es precisamente lo que define a un partido sistémico. Fue el sistema el que dictó sentencia, pues era evidente que el partido prefería a la presidenta de la región más rica de España que al líder de una oposición sin poder de ejecución presupuestaria. Es así de sencillo: el poder no lo da el cargo, sino la gestión de recursos; en otras palabras, el dinero. Esa superioridad que dictó el final de esta tragicomedia bufa se compone de los factores que definen la estructura de poder en España. Más que nombres o empresas o instituciones o personas, hablamos de un magma robusto que dicta y resuelve.

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