Castilla y León en la Primera División

David Trueba

Castilla y León en la Primera División

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

En España, cada día que pasa votamos de manera más parecida a como vamos al fútbol. Al partido, la gente va con una idea fija de victoria. Pareciera que la bufanda de su equipo se la anuda alrededor de los ojos en lugar de en la garganta. Ya no hay análisis de juego y el que quedaba para la prensa deportiva se ha transformado también, en demasiadas ocasiones, en un ritual de forofismo. La búsqueda de argumentos no es ya una lucha por encontrar la verdad, sino que es una pelea por lograr ventaja. Realmente habría que felicitar a los partidos políticos por haber logrado convencer a los ciudadanos de que han de involucrarse con una pasión deportiva en sus vaivenes. Durante unas pocas semanas asistimos en Castilla y León a las negociaciones para formar gobierno. Pese a que lo más razonable habría sido un pacto de los dos grandes partidos para evitar la repetición de elecciones, las conversaciones entre ambos duraron exactamente quince minutos. Cuando suceden cosas así, los ciudadanos tienen poco que añadir a su voto, pero en realidad esas ocasiones serían las más propicias para que con una segunda vuelta expresaran sus preferencias de pacto. Porque la política es el matiz, como en cualquier acción social. En alguna ocasión, los partidos han convocado consultas a su militancia para que expresen sus preferencias una vez resuelto el reparto de escaños, ahora ni eso. El pacto final es un apaño que pondrá más dificultades a futuros entendimientos a la alemana.

Los que conocemos e incluso tenemos la raíz sentimental en Castilla y León entendemos su complejidad. Es un territorio enfrentado a dos tiempos históricos, en plena transición entre uno de salida y otro de llegada. Hay ruralidad y nuevas tecnologías, hay Tinder y misa de siete. Se entiende el efecto de efervescencia del nacionalismo español frente al desafío catalanista, aunque pilla lejano y mediatizado, pero resulta raro que en comarcas de escasa población parezca preocupar tanto la inmigración. Uno creería que eso son alarmas muy presentes en los suburbios de las grandes ciudades, donde se arraciman los que menos tienen. En los pueblos españoles hay una calidad de vida cuyos conflictos tienen más que ver con el abandono del Estado, con la falta de gestores bancarios e institucionales en la cercanía, la carencia de transportes públicos solventes, la escasez de recursos sanitarios, los problemas de conformar centros escolares. Pero las soflamas calan en las cabezas con mucha más firmeza que la razón, y la población que se siente desasosegada corre a identificarse con agendas de reacción, aunque no sean las suyas. No es precisamente la destrucción de las autonomías lo que les resolverá las carencias que padecen. Y mucho menos la xenofobia, pues de la inmigración va a depender la subsistencia de su pirámide poblacional. No hay más que ver la última tragedia de un pesquero gallego en las aguas de Terranova. Repasabas la alineación de sus tripulantes y sus nacionalidades mucho más complejas que el discurso ramplón de los populistas. Y, sin embargo, dale que dale con la misma matraca, con el mismo cántico de graderío.

Los partidos que decían representar a la España vaciada han quedado arrinconados en la negociación, lo cual es una derrota a corto plazo de sus planteamientos. Veremos qué les depara el largo plazo. Pero quizá el elemento que se nos pasa por alto para terminar de analizar lo sucedido en Castilla y León es detenerse a mirar la composición de la Liga de Fútbol. No hay un solo equipo de esa enorme autonomía en Primera. Tan solo en segunda aspiran a lograr el ascenso históricos sobre los que volcar la pasión como el Valladolid, la Ponferradina o el Burgos. Andalucía, por comparar, tiene cuatro equipos en Primera y el País Vasco, uno por cada provincia. Mientras tanto, la Comunidad de Madrid tiene cuatro equipos en la división de oro y ha llegado a tener seis. Un vecino demasiado poderoso y extractivo, que además ficha residentes ricos con la zanahoria de una fiscalidad dopada y jóvenes seducidos por una oferta abrumadora de ocio y negocio. Salgamos del griterío de grada, entremos en la conversación matizada, eso es lo que necesita esa tierra.

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