‘N.E.V.E.R.M.O.R.E.’
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
El próximo mes de noviembre se cumplirán 20 años de la tragedia ecológica que causó el hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas gallegas. Aunque sea habitual considerar que fueron los atentados de marzo de 2004 en las estaciones de Atocha y El Pozo de Madrid lo que causó el vuelco electoral que daría la victoria a Rodríguez Zapatero frente al PP de un saliente Aznar y un entrante Rajoy, los estudios más precisos han apuntado que el cambio de orientación de las mayorías tuvo lugar meses antes a partir de dos acontecimientos. Uno fue el hundimiento del Prestige y la marea negra que desencadenó y el otro fue el accidente del Yak-42 que transportaba militares de regreso tras su destino en Afganistán. En particular fue la gestión del Gobierno de Aznar al encarar ambas tragedias desde la mentira y el ocultamiento lo que le trajo un castigo de dos segmentos de población que hasta ese momento le eran indisputablemente favorables en cada elección. Un amplio grupo de población de la Costa de la Muerte gallega y un sector desengañado del estamento militar decidieron castigar la gestión gubernamental y aquello desembocó en el vuelco electoral que dio el triunfo a Zapatero.
He tardado demasiado tiempo en ver la función teatral que el grupo Chévere ha puesto en escena sobre el hundimiento del Prestige. Se titula N.E.V.E.R.M.O.R.E. y arranca con un paralelismo entre las debacles ecológicas que soportan los mares, convertidos en autopistas comerciales, y el poema de Poe titulado El cuervo. Pero a partir de ahí se sumerge en un ejemplo de teatro documental, donde se reviven testimonios recogidos sobre el desastre con esa distancia que conceden las dos décadas que han pasado. Al mismo tiempo, la función sugiere casi un viejo estudio de sonorización radiofónica, cuando se recreaban los efectos de manera manual e ingeniosa para las radionovelas. Todo ello, con una puesta en escena sugerente, acaba creando una atmósfera de inmersión, y nunca mejor dicho, en lo que fueron aquellas jornadas y sus efectos. El relato de los voluntarios y los vecinos sirve para rememorar la tardanza en reaccionar frente al buque en problemas y algo peor, las maniobras erróneas que se dictaron desde las autoridades en tierra. Luego, como sucede siempre, la mentira oficial, el intento desesperado de ocultar la verdad y el remedio, tardío, malsano y poco edificante del chorreo de dinero para quienes se reconocen como víctimas y el ascenso para aquellos gestores que primaron la fidelidad ciega al poder sobre la verdad.
Pese a la pereza que pueda producir el teatro militante en algunos espectadores, cuando se levanta sobre la sugerencia artística atrapa desde un lado imbatible. Las recreaciones de las comunicaciones desde el mar a tierra, la ejemplar actitud del capitán Mangouras, al mando de un carguero que tenía toda una red de empresas pantalla para manejarse frente a las torpes burocracias, y la selección de testimonios tan rocosos como sencillos convierten esta obra de teatro en una maravilla que sería fantástico que vieran los jóvenes, los que no guardan memoria de aquella espontánea reacción de miles de voluntarios y de aquellos meses tan oscuros y jalonados por protestas que nadie atendía. Tenemos la fortuna de poseer un carácter que nos permite levantarnos y volver a remar después de las mayores tragedias. También, obviamente, los ciudadanos se acostumbran al abandono y la autogestión frente a la desprotección. Pero los recursos de la memoria nos dotan de un aspecto que nos convierte en un espécimen único, aún podemos seguir indignándonos ante lo que despierta en nosotros el recuerdo de la injusticia, de la maldad, de la incompetencia. Hay muchos intentos para eliminar ese rastro de nuestra conciencia y convertirnos en seres del presente, inmunes a cualquier grito que provenga de atrás en el tiempo, pero aún resistimos. Y esta función de teatro transmite esa grandeza de la resistencia. Cuando allá por noviembre nos aproximemos a los 20 años del descubrimiento general del término ‘chapapote’, ojalá que la compañía teatral Chévere, unos históricos de la escena gallega, con su gran actor Miguel de Lira al frente, sigan actuando en alguna ciudad accesible. Si es así, no se lo pierdan. El futuro necesita irremediablemente ese hilo con la tensión del pasado.
