Tiempos de autobombo
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Suelo leer todas las semanas a un articulista que logra, a veces con encomiable esfuerzo, introducir en su texto alguna cita de colegas. En ocasiones ni tan siquiera vienen a cuento del asunto que trata y parecen traídas por los pelos, pero nunca falla. Avanzas en el artículo y ahí aparecen: «Como dice en su último libro el fantástico escritor X», «como el verso de esa canción tan buena del último disco de Y», «como ha escrito Z recientemente». Detrás de estas inocentes, en apariencia, señales de conexión con los demás tan solo se esconde una estrategia importada de las redes sociales, basada en el cruce de adulaciones. No ha nacido aún la persona que sea insensible al halago, así que quien halaga, por poco espontáneo y creíble que sea su acto, lo que está haciendo es lanzar el anzuelo para que el indefenso pescadito lo muerda. En el código autoimpuesto por las redes, quien es halagado, como forma de cortesía virtual, ha de devolver el guiño más temprano que tarde. Si no lo hace, pasa a convertirse en un apestado. Recuerdo que cuando vivía en Estados Unidos era habitual esta forma de cortesía amenazante. Si alguien te invitaba a cenar, estaba exigiendo al mismo tiempo que lo invitaras de vuelta de manera automática. En caso de no hacerlo, se cancelaba la relación. Todo esto ofrece un diagnóstico claro de por qué vivimos en la era del autobombo y aún no somos del todo conscientes de ello. Los que fuimos educados en una moral recta que incluía jamás hablar bien de nosotros mismos en público quizá experimentamos un rechazo mayor a este detalle, pero conviene fijarse sobre lo que es ya una deformación general del comportamiento.
El origen de esta deriva nace en la inseguridad que provoca pertenecer a un mundo acelerado y superficial. Esto hace que muchas personas tengan la certeza de que el trabajo, el esfuerzo y la entrega honesta ya no son suficientes. Se necesita, además, llamar la atención, generar curiosidad, que se detengan en lo que tú haces. En realidad, vivimos un tiempo en el que resulta más difícil que nunca hacerse notar porque hay demasiada gente a la vez intentando hacerse notar. Por eso hemos cambiado el código de urbanidad y admitimos sin rubor el autobombo como una necesidad. Además, a ello le hemos unido una tremenda ansiedad para presentarnos como víctimas, pues solo así se entendería la autorreivindicación. No importa la orientación que tome tu actividad, pero es fundamental lograr venderla desde el victimismo. Si eres un deportista, por lo tremendamente duro de tu preparación. Si eres un artista, por la ingrata inestabilidad laboral. Si eres un político, por la feroz competencia desleal. Si eres meramente un comerciante, conviene añadir una biografía de dolor o unos antecedentes de mérito morrocotudos. Si seguimos por este camino, pronto se alquilarán enfermedades y desgracias para poder completar la campaña promocional. Oiga usted, compre lo mío, que yo soy una víctima de…
Habría que encontrar el momento en que nos convertimos en marcas en lugar de en personas. Porque ahí nació la necesidad imperiosa de fabricar nuestro propio escaparate. Y cuando te colocas a ti mismo en un escaparate, lo más normal es que acabes adornándolo de todo aquello que lo complete para bien y provoque la mirada ajena. Dirigir el tráfico de información hacia ti mismo es una perversa forma de labrar el territorio propio que ha sustituido a la entrega y la profesionalidad callada. El bombo es un instrumento musical de enorme resonancia que habitualmente se toca colgado del cuello sujeto por dos cinchas de cuero. Su expansión se debió al deseo de hacerse notar, de resonar por calles y plazas para que todo el mundo dejara de ocuparse de lo suyo y se pusiera alerta. El autobombo es un desfile en el que suena una misma nota todo el rato: yo, yo, yo, yo. Ha llegado a tal grado de expansión que hay que andarse con cuidado ante el elogio y la cita, pues en demasiadas ocasiones son una extorsión que solicita devolución. La admiración ha de ser gratuita. Si no, es la peor forma de chantaje, el chantaje en positivo, que se dice.