La falsa sensación de retroceso

David Trueba

La falsa sensación de retroceso

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace algunos años, el profesor Mark Lilla estableció unos límites que, según él, la izquierda norteamericana había traspasado en cuanto a la concienciación social. Escribió en uno de sus brillantes ensayos que la identificación del Partido Demócrata con todas las causas de las minorías le había despojado de la simpatía de las mayorías silenciosas. De esta manera explicaba el ascenso de Trump a la presidencia desde una plataforma antisistema y con un discurso de empoderamiento de quienes se presentaban como perdedores en todas las luchas contemporáneas, aquellas que tienen que ver con la globalización, la ecología, el feminismo y la identidad de género. En los momentos en que la autoestima del progresismo urbano tocaba fondo, que coincidieron con el ascenso de los populismos, esta explicación se dio por buena. Al mismo tiempo, ese grito de las voces nostálgicas o directamente reaccionarias tomaba un impulso imparable en Europa, por lo que cabía asimilar la misma lección norteamericana para nuestro paisaje. Sin embargo, esta plácida reflexión a lo único que invitaría es a practicar una cierta calma en las ansias de progreso, un freno para que nadie se sintiera huérfano en la nueva cara que adopta el mundo. Y, por lo que sabemos, la humanidad sabe avanzar, pero no sabe graduar la forma en que lo hace, carece de ese mecanismo. Así que todo lo que no es avance termina en puro y duro retroceso. Esto se ha demostrado con el borrador del Supremo norteamericano que puede cargarse la ley del aborto vigente en el país.

Entre los europeos se ha impuesto la misma dinámica que en la democracia norteamericana con la implosión de los medios de comunicación. El espíritu deportivo nos invita a hablar solo de ganadores y perdedores. Cuando uno aplica sobre la vida humana los baremos deportivos, la frustración es automática. De hecho, lo vemos incluso en las biografías de los grandes triunfadores del deporte, siempre hay una sensación de derrota, victimismo y fugacidad. Por lo tanto, la medalla de oro no parece satisfacer, pese a su sabor a triunfo puntual, el destino completo de una vida. Así sucede en las relaciones sociales. Convertirlas en un juego de ganadores y perdedores nos ha empujado a unas relaciones de rapiña y falta de solidaridad. Cuando precisamente los valores del progreso siempre han sido los de ratificar una tendencia a la igualdad. No podemos conformarnos con esta imagen. La percepción de que las batallas de las minorías, ya sean raciales, feministas, trans o indigenistas, avanzan en perjuicio de las mayorías es una deformación mental. De nuevo, aquello que no es avance es retroceso.

Todas las batallas ganadas por el progreso social han presentado sin excepción un panorama de derrota a mitad de su avance. Ahora vivimos un episodio parecido, sensación de que vamos hacia atrás. Si uno se para a estudiar los derechos de la mujer en el pasado siglo, no puede ignorar las resistencias que le salieron al paso, y el paternalismo de creer que la autoridad puede regir sobre su intimidad reproductiva es un caso evidente de discriminación frente al hombre. Nunca el progreso es recibido con satisfacción por el conjunto de la sociedad, sino que despierta a los comandos de resistencia. Pero a los que el paso de los años convierten en grotescos e injustificables esos empeños por atascar el avance. Los elementos de oposición recurren a la violencia y en algunos casos necesitan de invasión de las instituciones por autoridades religiosas o morales, también golpes de Estado y suspensión brusca de las libertades para echar el freno. Esa percepción de derrota es el error de fondo que alimenta la teoría de Lilla, pues dar respuesta a las injusticias que se hacen visibles no es negociable. Igual que hoy nos parece injustificable ese tiempo en que algunos intentaban frenar la lucha por la abolición de la esclavitud bajo la excusa de que perjudicaría a los blancos y reduciría la riqueza de los países explotadores, así debemos pensar sobre ciertas luchas que se desarrollan en nuestros días. La derrota momentánea no es derrota, pues a largo plazo se establecerá el juicio de conjunto. Y todo lo que no sea avance en derechos y libertades será considerado indigno cuando pase un poco de tiempo.

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