Himno desafinado

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Es curioso que hayan coincidido los lanzamientos de dos estudios muy interesantes sobre dos titanes de las letras españolas, Galdós y Clarín. Leopoldo Alas, Clarín, fue el autor de La Regenta, una de las novelas claves de nuestra literatura en castellano y que ha inmortalizado para siempre la ciudad de Oviedo, representada tras el esclarecedor nombre de Vetusta. Galdós, pese a que algunas de sus series de Episodios nacionales no resisten la lectura crítica, firmó cumbres de la novela española como Fortunata y Jacinta. Ambos, además, fueron personas de un civismo ejemplar, que asociaron su talento a las causas más justas, esas que ahora nos parecen irrebatibles, pero que en su tiempo les costó caro defender. En los nuevos estudios sobre Clarín se amplían las informaciones sobre la persecución que padeció tras publicar su libro cuando el obispo Martínez Vigil lo calificó de pecaminoso y tratara de prohibirlo por escarnio a las ideas católicas. Según Ricardo Labra en su libro El caso Clarín, todas las fuerzas del mundo conservador aliadas con la Iglesia católica fabricaron una amenaza moral a partir de un esfuerzo literario de altísima calidad. La peripecia del autor ya nunca sería ajena a esta persecución que incluso llevaría a su hijo a ser ejecutado por el franquismo, que reuniría en su bando golpista a esos intereses reaccionarios que se habían aliado para hundir la reputación de un escritor al que solo la justicia poética ha logrado preservar como una de las glorias nacionales.

También en su último estudio sobre los textos de Galdós, el escritor Vargas Llosa, poco sospechoso de sectario izquierdoso, se detiene sobre la persecución que el gran novelista sufrió por parte de los sectores más recalcitrantes y conservadores de España. Esa élite, no contenta con atacarlo de manera visceral desde que declaró sus ideas políticas con honesta transparencia, se cobraría una venganza tardía. Cuando ya el escritor era un hombre mayor y aquejado de la fragilidad de la edad, aparecía como el mejor candidato español para recibir el Premio Nobel de Literatura. Y, según se sabe por documentos publicados, un núcleo de resistencia reaccionaria movió todos sus hilos para lograr que la Academia sueca desistiera en su inclinación a elegirlo. Lograron así destruir otra posibilidad de lucimiento de nuestro país, pero ya se sabe que hay una actitud muy repetida en esa élite nacional que consiste en preferir que se hunda el país si no son ellos los que dominan los recursos. Algunos lo han definido como un patriotismo de dueño de cortijo, en el que España o es suya o no es. Esta afición por catalogar como malos españoles precisamente a los españoles que más engrandecerán la historia de nuestro país es una curiosa paradoja que algunos no consiguen esquivar ni al día de hoy.

Y esta desviación de enorme recorrido psicológico sigue estimulando la invención de la historia del propio país. No contentos con aceptar nuestra rica y compleja peripecia real como nación, del mismo modo que la pueden aceptar los norteamericanos y canadienses pero sin negarse a analizar su trato a las poblaciones indígenas, entre nosotros se aprecia una tendencia insistente en tratar de anclar los orígenes de España en una suerte de mágica fundación. Esos mitos, que llevan a algunos a seguir pronunciando disparates como que nuestro país tiene dos mil años de historia, contribuyen a ese patriotismo disparatado que tantas y tantas estampas de excentricidad nos han dejado. Lo raro es que contando con uno de los yacimientos de la evolución más importantes del mundo en la sierra burgalesa de Atapuerca aún casi nadie se haya aventurado a decir que los restos humanos de la Sima de los Huesos son huella de la fundación de España. Todo se andará. Mientras tanto, no conviene dejar pasar la oportunidad de analizar y estudiar a fondo cómo fue posible que Galdós y Clarín no disfrutaran en vida de un trato acorde con su talento, de un respeto acorde con su honestidad civil y de una admiración acorde con el orgullo compartido por todos sus compatriotas cuando alguien triunfa en lo artístico de manera indiscutible. Ese desacorde define perfectamente el himno desafinado que entonamos. Clarín y Galdós son orgullo de España. Sus enemigos, lo contrario.

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