No está todo perdido


Artículos de ocasión


Recientemente, otro proyecto urbanístico en Barcelona ha sido premiado. Y no es la primera vez, pues la ciudad trata de moverse en una dirección de progreso y sostenibilidad pese a todas las trabas. Una vivienda cooperativa ha recibido el premio emergente Mies van der Rohe por el proyecto La Borda, en Sants, promovido por la asociación de arquitectos Lacol. También el polideportivo del Turó de la Peira, del estudio de Anna Noguera, es otro ejemplo en esa ciudad que se ha premiado y estudiado en todo el mundo. Es precisamente en el sector de la arquitectura y el urbanismo donde se han cometido los mayores atropellos contra la riqueza paisajística española, por eso percibir que hay una nueva sensibilidad nos tiene que insuflar un poco de esperanza. No todo van a ser esos desarrollos basados en el pelotazo y el negocio de unos pocos. En estas mismas semanas ha recogido el premio Pritzker, que es considerado el Nobel de la arquitectura, Francis Keré. Se trata de un arquitecto formado en Alemania, pero originario de una aldea de Burkina Faso. A menudo la renuncia a los orígenes nos convierte en seres ajenos al mundo, pero en el caso de Keré funciona al contrario. Hace un par de años me sorprendieron unas fotos de una construcción sencilla que albergaría el hospital de la ciudad de Léo en Burkina. Era obra de Francis Keré y el patio, los colores, la sencillez, los acabados, unidos a la ingeniería primaria para lograr protegerse del calor y adaptarse al entorno, lo convertían en un hallazgo.

Supongo que a la hora de lograr el premio habrá sido importante que uno de los ganadores anteriores, Alejandro Aravena, formara parte del jurado. El arquitecto chileno es otro de esos motores de una nueva arquitectura sostenible y solidaria. Hace ya casi dos décadas, Francis Keré se hizo un nombre tras construir la escuela primaria de Gando, que fue la ciudad en la que había nacido. De niño, recorría 40 kilómetros desde allí para llegar a una escuela con mala iluminación y ventilación. Cuando comenzó a estudiar Arquitectura en Alemania, decidió que uno de sus primeros proyectos sería una humilde escuela en su pueblo natal. Montó una fundación, Schulbausteine für Gando (‘Ladrillos para Gando’), y pudo levantar ese edificio que tiene el encanto de lo sencillo. Cuando Diébédo Francis Keré nació en 1965, su país aún se llamaba Alto Volta y él era el hijo mayor del jefe del poblado. Ese privilegio fue el que le permitió aprender a leer y escribir, porque tendría que ocuparse de la correspondencia de su padre. De ahí a lograr una beca para estudiar en Alemania, y con 30 años entró en la Politécnica de Berlín. Es evidente que allí recibió una dosis importante del estilo Mies van der Rohe, pues se detecta en algunas de sus construcciones primerizas. Desde el comienzo quiso utilizar el ladrillo local y su obsesión era lograr la luz adecuada y la ventilación natural. 

Más adelante levantaría un instituto en Dano y un Liceo en Koudougou. Este edificio, situado en la tercera ciudad más poblada de Burkina Faso, funciona como una ‘aldea’ cerrada sobre sí misma. Las clases dan a un patio central, las paredes están hechas de laterita, una piedra arenisca extraída de canteras locales, pobre en sílice, pero rica en hierro, que se endurece al entrar en contacto con el aire. En el exterior hay un recubrimiento de madera, elementos de chapa y unas grandes chimeneas para lograr la ventilación natural. La sensación es que algunas ciudades africanas están empezando a permitirse estos atrevimientos, que serían impensables en otros lugares. Allí, porque no existe una presión comercial tan acuciante fuera de las grandes ciudades, los arquitectos planifican con otros criterios. Para rematar, a Keré le pidió el Gobierno de su país natal construir la Asamblea Nacional en la capital, Uagadugú. Todos estos proyectos vienen a significar una nueva dimensión en el desarrollo. Quizá no todo está perdido y de las facultades de Arquitectura salen ahora mismo muchos estudiantes con ambiciones más adecuadas al desafío que tenemos por delante. El planeta necesita ideas e imaginación para solventar el grave problema que padece de sobrepoblación y expolio de los recursos naturales. La crítica constructiva es algo de esto. 

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