Bien hecho, Cummings


Artículos de ocasión


Para escribir mi última novela, Queridos niños, seguí los movimientos de campaña durante algunos años. Aún en España no tenían tanta cara y nombre los estrategas, y para componer un personaje que sirviera de asesor externo a la candidata protagonista había de fijarme en personajes extranjeros, especialmente del mundo anglosajón. Eran muchos y variados y durante años servían a sus señores con arrojo, imaginación y, conviene decirlo, sin escrúpulos. Mi favorito era Dominic Cummings. Este licenciado en Historia había pasado de trabajar para el Departamento de Educación a dirigir la campaña del ‘Vote Leave’, amalgama de intereses para lograr la salida del Reino Unido de la Unión Europea y que desembocó en el Brexit tras el referéndum de 2016. Su lema «Take back control» (Recuperemos el control) y la promesa de ahorrar 350 millones de libras semanales que irían al Servicio Nacional de Salud en lugar de a la Unión Europea, resultaron estrategias eficaces por más falsas que fueran. De esa victoria popular nació el liderazgo de Boris Johnson y Cummings estuvo a su lado para convertir a ese hombre en el nuevo primer ministro. Boris Johnson lo nombró asesor especial del Gobierno. Por entonces, yo estaba acabando mi novela y mi interés era dar un giro de cierre basado en la observación de que en la política los servicios prestados se suelen agradecer con un apartamiento suculento. Porque lo que te sirvió en campaña deja de servirte en el poder, te incomoda, te afea la labor, te ata al mal y conviene alejarlo, pero acotando el peligro. 

Un tiempo después, leímos en los periódicos que Boris Johnson, en alguna de sus primeras crisis, había prescindido de Cummings como asesor. Las fotos lo retrataban cargado con cajas de cartón llenas de sus pertenencias y abandonando los despachos gubernamentales. Quienes conocían un poco la personalidad de Cummings sospecharon que ese era un ramplón final para tan buen personaje. No se equivocaban. A partir de su despido, Cummings afiló el machete y poco tiempo después comenzaron a fluir informaciones que desprestigiaban al primer ministro. Reformas en su residencia oficial ordenadas por la caprichosa esposa y, meses más tarde, las fotos y filtraciones de fiestas durante el confinamiento. En España sabíamos que Boris Johnson había estado jugando al golf en Marbella cuando sus súbditos tenían prohibido salir de casa, pero la imagen de la corte gubernamental bebida y fiestera cuando las reuniones familiares estaban prohibidas comenzó a pasarle factura. Johnson estaba a punto de caer cuando estalló la guerra en Ucrania. Con su instinto de supervivencia se subió al carro de combate y desvió la atención del público hacia su colaboración militar con el país agredido. Creció su popularidad y todo apuntaba a que había salvado los muebles. Hubiera sido un bonito final para quienes creen que la política es para los malvados.Pero la revuelta de los ministros y colaboradores aguardó al momento en que la guerra perdía fuelle en las portadas de periódicos. Y comenzaron a llover puñales. Cummings había trabajado para Michael Gove en Educación y fue precisamente este líder conservador uno de los que asestó el golpe final. Pese a las resistencias, Boris Johnson cayó y algunos de sus más estrechos colaboradores y estrategas sacrificados a lo largo del tiempo como gregarios del equipo ciclista lo celebraron felices. Puro Shakespeare de salón. Nadie ha hablado de Cummings en el final de esta crisis, pero tengo la impresión de que la novelización ha funcionado y esa es una satisfacción íntima. A Boris Johnson lo ha matado lo mismo que lo llevó al poder. El oportunismo y la falta absoluta de moral. Como suele suceder, las virtudes del éxito son exactamente las mismas que aderezan el fracaso. Mala gente envuelve a mala gente y de esa combinación, salvo dinero, impunidad y relevancia, poco más se saca. Para los ciudadanos solo queda el consuelo de verlos pasar. Pero el mal que causan dura años, como en el paso de Trump por la Casa Blanca. Los que le votaron confiados en sus estúpidas recetas son quienes más sufren el perjuicio legado. Igual con Johnson. Igual con quienes votan en nuestro país al recetario simplón de la patria, sea cual sea la que elijan

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