Escondido en Via Margutta
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hay una anécdota en torno a Fellini que siempre me ha parecido que resume la idea sobre la amistad leve, una forma nada pretenciosa y solemne de tener amigos. Se trata de comprender que dispones de ellos y ellos de ti sin esa tediosa necesidad del contacto permanente. Pueden pasar años y lustros sin verte, pero ahí permanece el calor de la cordialidad. Algo así se resume en la anécdota que cuenta Jonas Mekas en el libro de recuerdos que se publicó con el título de A dance with Fred Astaire. Como el cineasta lituano se había convertido en algo parecido al guía turístico de Fellini cada vez que visitaba Nueva York, el italiano le ofreció un intercambio: si alguna vez visitaban amigos de Mekas la ciudad de Roma, debían buscarlo y tomar una copa con él, más allá de lo atareado que estuviera en ese momento. Ese acuerdo se convirtió en doctrina y en una ocasión Barbara Rubin, que era gran amiga de Mekas, tras ser detenida en Roma, lo cual no era del todo raro por su carácter excéntrico y libre, puso rumbo a Cinecittà, los estudios donde acostumbraba a trabajar Fellini. Se presentó junto con una amiga y pidieron encontrarse con el maestro. Este no solo las recibió, sino que al verlas con el pelo rapado decidió incluirlas en la escena que en ese momento estaba filmando. Barbara Rubin no aceptó porque no estaba de acuerdo con el contenido de la secuencia, pero esa es otra historia. Me quedo, estarán de acuerdo, con esa ejemplar devoción por la hospitalidad.
La última vez que estuve en Roma, intento que no pase demasiado tiempo entre visitas, un amigo napolitano al que tengo en alta estima me trajo compungido una novedad dolorosa. Le había ocurrido algo raro al pasar por delante de la casa en la que durante años vivieron Fellini y su esposa, la actriz Giulietta Masina. Se recorrió de arriba abajo la famosa Via Margutta, donde vivieron en algún momento de su vida desde Mastroianni a Giorgio de Chirico o Anna Magnani, por no incluir al personaje que encarna Gregory Peck en Vacaciones en Roma, pero le costó dios y ayuda identificar el portal de los Fellini. Cuando lo hizo, le sorprendió que delante de la placa que identifica el edificio como la residencia del director de cine y la gran actriz estaba situada un macetero enorme con un arbusto florido que tenía la misión, y vaya si la cumplía, de tapar la placa acreditativa. Preguntó a algún vecino que pululaba por allí y comprendió que no se trataba de un accidente decorativo, sino de un acto de sabotaje cuidadosamente diseñado. Al parecer, el edificio estaba ahora ocupado por una serie de notables notarios de la ciudad que habían decidido que la placa identificativa atraería a curiosos y engorrosos turistas, lo que les acarrearía problemas de mirones y visitantes no deseados en su negociado lúgubre. Por lo tanto, habían tomado la decisión de camuflar la información sobre aquellos insignes inquilinos y no se les había ocurrido nada mejor que plantar el macetero enorme con el arbusto frondoso para despistar o desanimar a los paseantes.
Es una pena que Roma, la ciudad eterna del paseante sin rumbo, caiga de nuevo en estas trampas que a veces aplican funcionarios y bedeles perezosos con obras de gran valor arquitectónico. Mi amigo italiano, claro, estaba indignado. Para él todo se resumía en el terrible poder que habían desarrollado los notarios. Yo no tengo tan mala imagen de los notarios, pues todos los que he conocido me resultan amigables. Tienen mucho tiempo libre, así que desembocan con naturalidad en aficionados a la lectura y el cine, muchos verdaderos entendidos, inteligentes y sensibles, que además han visto desfilar delante de sus mesas a lo mejor y lo peor de la sociedad contemporánea en esa forma de desnudo notarial aún no suficientemente reseñada. Son algo así como sabios ocultos. Pero debe de ocurrir que en Roma, más fulleros, carecen de esa sensibilidad, porque el desprecio a Fellini y Masina es bien merecedor de la indignación de mi amigo y todo turista cinéfilo. Una calle mítica como la Via Margutta no se merece inquilinos tan zafios.