La cripta del dinero


ARTÍCULOS DE OCASIÓN


Siempre me hubiera gustado leer un estudio sosegado sobre la complicada relación entre el dinero y las religiones. Las tres más relevantes que tienen un origen común, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, hicieron mucho hincapié en sus orígenes en la virtud de la pobreza. Son incontables las referencias al valor degradante que el dinero y el afán de posesiones causan en las personas, anulando su sentido de trascendencia y contaminando cualquier aspiración de pureza. En un momento muy significado de la historia, se produjo una variación doctrinal que permitió cambiar esa dinámica, anteriormente tan bien descrita en aquella línea bíblica: «Antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos». Una a una se fueron derribando todas las prevenciones frente a la acumulación de dinero y transformándolas como mucho en un rito de caridad. Las razones de esa mutación son evidentes. Las religiones, para perdurar y crecer, precisan del apoyo mutuo con el poder, y desterrar la riqueza de esa ecuación no ha sido posible casi en ningún momento de la existencia. Las religiones, por tanto, tenían una complicada papeleta con su asunción de que la pobreza era un símbolo de purificación y con una solvente reescritura fueron transformando la tradición en algo distinto que permitiera el éxito económico. No solo eso, sino que, pasado un tiempo, el triunfo social y comercial se alzaría como un valor espiritual. En caso de duda, la caridad permitiría compensar los excesos. Digo que me gustaría haber leído un libro profundo sobre este tema, pero nunca ha caído en mis manos, así que no tengo de ello un conocimiento solvente.

He vuelto a pensar en estos asuntos tras leer el revuelo en torno a una convocatoria de expertos en criptomonedas en un pabellón de deportes en Madrid. Durante algunos días se trató de frenar la reunión por considerarla un ejercicio de estafa piramidal. También por la protesta de padres que han visto a sus hijos abducidos por la promesa de hacer dinero fácil de manera especulativa. Y, por supuesto, por las dudas que tienen los reguladores monetarios sobre la verdad que se esconde tras la cotización variable de las criptomonedas. Algunos economistas de la vertiente ultraliberal sirven de portadores de esta nueva fe, pero aún persisten dudas sobre si todo responde a un progreso natural de la economía especulativa o es otro ejemplo de la pillería innata. Da bastante igual, pues a lo largo del tiempo hemos aprendido que el arte del engaño no consiste en la estafa directa, sino en la estafa prolongada en el tiempo, aquella que arroja ganadores en primera estancia para proceder a esquilmar a los que llegan tan masiva como tardíamente atraídos por el olor del negocio. En ese caso será tan solo el paso de los años el que nos diga la verdad sobre este asunto. Lo que a nosotros nos interesa es bien diferente y tiene más que ver con la valoración social del dinero.

Una de las cosas más llamativas de la nueva era artística es la explosión de la riqueza y el éxito como la consecución del triunfo. Lo creativo ha perdido peso frente a su monetización y es habitual escuchar decir que algo es bueno o algo es interesante por el mero hecho de que es popular. Los criterios se han desarmado porque, para sostenerlos, se requiere preparación y capacidad de contraste. El dinero, en cambio, siempre se ha tenido por un absoluto objetivo y contante. En un territorio como el actual, sin sólidas convicciones, es natural que el dinero sea Dios. Por lo tanto, no es tan raro que los jóvenes aspiren al dinero por el dinero, sin el bello ejercicio de alcanzarlo con esfuerzo o con talento. Lo especulativo permite jugar a ganar o perder y es tan adictivo como la droga o la ruleta. Hacerse rico se ha convertido en el reto. Como hacerse famoso desbarató la jerarquía del mérito, pues podías llegar a serlo sin tener oficio conocido. No se engañan los que dicen que es una nueva religión. Lo que no acabamos de entender del todo es si tan solo se trata de la prolongación obvia de aquella trampa que acabó por reescribir nuestros valores fundamentales. 

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