A ver quién es mejor…

David Trueba

A ver quién es mejor…


Artículos de ocasión


La actriz francesa Juliette Binoche tiene un rasgo fascinante que llama la atención desde hace muchos años, cuando comenzó a dedicarse con gran éxito a su profesión. Es capaz de decir en las entrevistas las estupideces más morrocotudas, pero como las dice bajo ese rostro bellísimo y tras la categoría eminente de su nivel interpretativo pasan a menudo como verdades de hierro. Suele suceder que gente a la que admiramos por una dimensión de su obra o de su oficio, aunque se pronuncie de manera majadera, se lo perdonamos. Mi actor favorito del cine contemporáneo es Michael Caine y, sin embargo, estoy en pleno desacuerdo con él cada vez que se pronuncia políticamente, ya sea a favor del brexit o en su espíritu reaccionario. Con Binoche sucede algo parecido, pero con asuntos más sutiles. Hace años le escuché una valoración del género de la comedia tan despreciativa y prejuiciosa que caí en la cuenta de que no siempre la inteligencia valorativa va a asociada a la excelencia profesional. Hace poco, con motivo de un premio que le había concedido el Festival de San Sebastián para regalarse su presencia, me llamó mucho la atención una de sus reflexiones en una entrevista. Binoche decía literalmente: «Cuando uno es honesto consigo mismo, es muy difícil seguir toda la vida con la misma pareja. La vida es una separación continua, sin separación no hay evolución».

Hace muchos años, cuando lo que imperaba en la sociedad era la visión dogmática de la religión católica, era habitual que las personas que se divorciaban tuvieran que soportar la mirada inquisitorial del resto de la sociedad. Incluso gente que vivía bajo una convivencia familiar sórdida o precaria se permitía el lujo de juzgar a aquellos integrantes de matrimonios que se separaban. Decían de ellos que carecían de espíritu de aguante, de calidad humana para pensar en los otros o de generosidad para poner la familia por encima de todo. Memeces. Los separados arrastraban un estigma que gracias a la emigración a las grandes ciudades se liberó del escrutinio de la provincia cotilla o el pueblo controlador. Hoy hemos evolucionado mucho en las costumbres. Pues bien, han pasado los años y en un giro completamente idiota ahora son las personas que mantienen su vínculo de pareja durante décadas las que parecen ser merecedoras del desprecio de los demás. Al parecer, sostiene Binoche, preservan su pareja porque son deshonestos, poco exigentes o tienen miedo a realizarse por completo y cebollinadas de este cariz. Si separarse es evolucionar, también podría sugerírsele a una actriz que para esa evolución funcionaría dejar la labor y hacerse zapatero. 

Forma parte del ser humano esta característica boba de creerse superior a los demás. La realidad es bastante más asequible y desde una tolerancia mediana puede ser perfectamente entendible. Que Juliette Binoche haya tenido varias relaciones sentimentales a lo largo de su vida no le garantiza que los que han tenido una larga unión durante años sean peores que ella, menos ambiciosos o menos honestos. Tan sólo han sido más afortunados o sencillamente más transigentes o imaginativos o plácidos. Las razones por las que una pareja permanece unida son igual de valiosas que las razones por las que se separan. El que crea que uno de los dos bandos es mejor probablemente sólo sea más bobo. Cada situación es única. Ahora que separarse es algo respetado por los demás solo faltaría que llegaran los solteros a enmendarle la plana a quienes han seguido con su misma pareja, como si ellos fueran seres superiores, más modernos o adecuados a la época. La realidad es que el destino de una pareja tan solo les pertenece a sus dos integrantes y toda valoración, pese a que estemos acostumbrados a soportarla en un mundo dominado por el cotilleo y la moralina, solo les corresponde hacerla a ellos. En el caso de Binoche seguramente es presa del esnobismo que ha presidido su carrera, siempre notable, pero asociada a las películas que se llevan, en lo que es una sumisión a la moda algo sosa y pacata. A veces se entrevista a profesionales como si estuvieran obligados a saber de todo más allá de su oficio. Y eso provoca la declaración altisonante y en ocasiones la tontuna. 

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