Y no descansó en paz
Y no descansó en paz
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Tengo un amigo que dice una gran verdad. Después de exprimir en vida el físico de Marilyn Monroe, llevamos, desde su turbia muerte, otras tantas décadas ordeñando sus emociones, su alma, su salud mental. La gallina de los huevos de oro sigue dando dinero con la misma profusión en que lo dio en vida. Hace muchos años que ya escribí en estas mismas páginas que convenía advertir de esta explotación, que reproducía punto por punto la misma explotación que se había denunciado de su físico sugerente. Que Marilyn fue una figura ordeñada por los ejecutivos del cine y sus amantes variados no hay quien lo dude. Pero quizá no resulta tan fácil reparar en la utilización que se hace de ella, de su papel de víctima, de su vida de desequilibrio mental, de sus alienaciones, sus adicciones, sus fantasmas, sus abortos, su orfandad, su soledad. A uno le dan ganas de colocarse de espaldas a tanto bochorno, pero bien es cierto que sigue provocando una curiosidad notable. La peripecia de Norma Jeane Mortenson no va a dejar nunca de responder al arquetipo del mito, y con los mitos no se hace más que elaborar y reelaborar las recetas que sean pertinentes para ejemplificar el tiempo duro en el que vivió, pero también para retratar esta era en la que vivimos.
La última película sobre Marilyn no será la última ni será memorable, pero quiere representar lo que necesita nuestro tiempo extraer de la figura de Marilyn. Ahora toca retratarla como una víctima del abuso y del abandono de cuidados sobre su salud mental. En otra época correspondió descifrar los enigmas de su muerte, la conspiración eterna. En otra, seguramente, la inversión del deseo, visto desde la posición de mirones que toda sociedad fomenta. Tan patéticos eran quienes babeaban ante los encantos femeninos de Marilyn sin recato y sin reparar en la artista y la persona como son deleznables los que elucubran en su alma con la misma pasión voyeurística. Seguramente todas las versiones sobre Marilyn son de parte, interesadas y tendenciosas. Quienes la retratan se acaban retratando a sí mismos más que a ella. Entre otras cosas porque una vida es inabarcable, pero una vida íntima lo es aún más. Ni Marilyn fue un constante rosario de desgracias y desmanes ni tampoco fue la diva feliz del cuento de hadas del éxito. Sencillamente tuvo momentos de todos los colores y su deseo era tan confuso y contradictorio como el deseo que provocaba. Había algo pornográfico en el uso que se hacía de ella como animal provocador de erecciones, pero hay algo indudablemente igual de pornográfico en exprimir sus visitas al psiquiatra, la intimidad de su pastillero y las exploraciones ginecológicas.
Todas las personas tendrían derecho al reposo. En una ocasión visitamos la tumba de Marilyn con unos amigos para dejarle una flor. Era un nicho sin mucha parafernalia, tan discreto que invitaba a irse de allí y dejarla en paz. Ni ella misma, que pugnó por ser alguien intelectualmente válido, midió bien sus fuerzas en los retos que se puso por delante. Pero gozó, seguro, de instantes gratos y plenos, como le sucede a todo el mundo. Quizá por ello el agujero era aún más grande en la amargura. Pero esta especie de autopsia mental a la que se somete a una persona muerta hace 50 años comienza a asombrar por su tenacidad, persistencia y mercantilización. El hecho de que una Kardashian probara a meterse en uno de sus vestidos delata nuestra época como un momento de fetichismo zafio, y todo ello envuelto en una falta de respeto antológica por el pasado y quienes vivieron ese pasado, con sus contradicciones y dificultades. Retratamos lo anterior para criticarlo, sin caer en la cuenta de que nos tocaría denunciar lo que hoy es penoso. Y las pequeñas Marilyn, sin su talento, sin su irradiación, fallecen en condiciones tan odiosas o más. Y por mucho que la denuncia de su soledad sea el canto facilón de los afligidos, por las soledades de hoy no se derrama una lágrima, tan solo la enésima ráfaga de cotilleo en redes. Ahí seguimos, varados en la nada, querida Marilyn.