Los ‘talifanes’
Los ‘talifanes’
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
La primera vez que lo oí, me pareció una exageración. Eso de mezclar la intransigencia de los talibanes con la apreciación de los fans quizá era una palabra brillante, pero poco justa. Sin embargo, en poco tiempo se multiplican las reacciones extremas de seguidores de un programa o lectores fieles contra el objeto de su aprecio si este traspasaba algunos límites. En general, si daba cabida a opiniones o visiones que no cuadraban con la norma fijada por ellos como merecedora de su aprecio. Insistimos en que la mejor virtud en la vida moderna es tener esa capacidad inagotable de curiosidad, pero no lo ponemos en práctica. La primera definición de la curiosidad es la de abandonar el territorio propio, y el pensamiento propio es, sin duda ninguna, el primer círculo de nuestro universo. Escuchar a otro que no piensa como nosotros no es ninguna afrenta, salvo que seamos incapaces de rebatir o de cambiar de opinión. Estas dos carencias definen a los fanáticos. Y claro, ahí viene la etimología a ayudarnos a resolver la duda. Si ‘fan’ viene de ‘fanático’, no es raro que los seguidores de un equipo de fútbol, de un grupo de música o de alguna individualidad brillante terminen por querer apropiarse del sujeto sobre el que vuelcan su pasión. Los ‘talifanes’ devienen así en dueños de su ídolo, por lo cual se creen con derecho a exigirle que todas las acciones respondan a sus gustos e intereses.
A lo largo de los años me he cuidado mucho de no caer en el error de festejar en demasía a los seguidores. Los aprecias y tratas de corresponderles con el cariño y la cercanía, pero sin dejar que dominen el recorrido de tu exploración artística. Porque una carrera no es más que eso, un ejercicio de exploración. Me gustaba mucho esa frase de Saul Bellow por la cual decía que la escritura no era más que intentar abrir la siguiente puerta de la desconocida habitación. De hecho, siempre me han resultado un poco estomagantes aquellos personajes que habiendo alcanzado una cota de éxito apreciable se dedicaban a repetir y repetir la fórmula, hasta convertir su nombre artístico en una marca comercial, como si el público pidiera a un creador la misma inmovilidad que se le pide a un refresco gustoso. Si le cambian el sabor de un día para otro te sientes estafado, pero no funciona así con las personas. La primera obligación de una persona que se expone ante el público es no entregar lo que cree que gustará a los demás, sino esforzarse por que los demás aprecien lo que le gusta a él. Los ‘talifanes’, además, tienen una característica común: la de no querer compartir lo que aprecian. A mí, en cambio, me atraen los evangelizadores, estos que cuando descubren algo de valor corren a compartirlo con todo el mundo. Frente a ellos, están los egoístas, que exigen que el placer sea para ellos solos y renuncian a apreciar algo que es compartido por demasiados, la más alta forma de esnobismo.
En los últimos tiempos veo a demasiadas personas expuestas a un castigo de sus seguidores. Como si los oficios fueran una religión, con sus dogmas y sus líneas infranqueables. Cuando en el tiempo pasado un músico folk metía guitarras eléctricas en sus conciertos o un escritor se liberaba de un personaje recurrente, llovían las muestras de desaprobación, pero con los años se valoraba esa huida hacia adelante, hacia el más difícil todavía que preside todas las hazañas circenses. Ahora, con la explotación de las industrias, la dictadura del cliente no ha hecho más que crecer. Amparada en el miedo a que la masa de seguidores se considere desengañada o que su enfado se transforme en una ola de indignación, uno no ve alrededor más que a trapecistas que ejecutan la misma rutina una y otra vez. Un amigo mío dice que el problema actual es que todo el mundo quiere ser millonario y ya sabemos que los comerciantes viven bajo esa consigna de que el cliente siempre tiene la razón. Pero no pueden invadirse disciplinas creativas o periodísticas con ese mismo lema de desempeño. Habrá que resistir la ola. En caso contrario, es que careces de fuerza propia. El miedo no es inspirador.