La vuelta a la vida civil

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace muchos años, un amigo que empezaba en el mundo del cortometraje nos enroló a dos de sus colegas directores para que hiciéramos un pequeño papel. El asunto no requería de grandes dotes actorales, en caso contrario no nos habría llamado a nosotros. Nos presentamos en el rodaje y nuestra sorpresa fue que nos vistieron de policías. En nuestra opinión era imposible que alguien se creyera que fuéramos agentes de ninguna autoridad; nuestro aspecto por entonces, y no ha cambiado, rozaba el desaliño del mendigo. Sin embargo, cuando ya estábamos vestidos, y en vista de que el rancho de comida para el rodaje era infecto, los dos actores ocasionales nos fuimos a pasear por el barrio en busca de un bar apacible. Nuestra sorpresa fue el modo en que los vecinos, al vernos, se apartaban con educación y se mostraban solícitos. En el bar, no solo nos dieron pinchos sin tregua, sino que no nos quisieron cobrar cuando llegó la hora de irnos. Fueron veinte minutos de asombro, no sabíamos entonces que ir disfrazado de esa guisa por la calle es un delito. Pero, claro, entendimos por qué. Con uniforme, el mundo se ve de otra manera, les pasa también a los médicos, a los pilotos, a las enfermeras y a los sacerdotes. Eso es lo primero que me vino a la cabeza cuando escuché la noticia de que el futbolista Gerard Piqué colgaba los hábitos. No sé si él, que ha sido desde niño canterano del Barcelona, será consciente de lo que significa incorporarse a la vida como civil.

Si hay un uniforme que viste mucho es el de futbolista profesional, y ya es rara una profesión que a los treinta y pocos años te deja jubilado. Pero lo más complicado es aceptar que a partir de entonces tus actividades y opiniones no estarán amparadas por un equipo al que mucha gente entrega sus sentimientos y emociones. Piqué ya no disfrutará del uniforme del Barça para vivir la vida y, aunque la vitola de exfutbolista te dura un poco de tiempo, llega el día en que solo eres una sombra. A mucha gente le ha pasado, que se cree importante y un día descubre que era el uniforme lo que la hacía interesante, heroica, respetable. La vida civil es complicada para todos, porque nos ‘cucarachiza’, y es posible que como el personaje de Kafka algún día Piqué se sienta, al despertar sin el traje del Barça, un pequeño insecto al que nadie hace caso. Él va sobrado de personalidad y por eso ha merecido el despliegue afectuoso de toda la hinchada. Ha faltado el cariño del resto del país por su entrega a la selección, pero esas son las pequeñas injusticias del deporte cuando se mezcla con la cosa política. De él se han escrito muchas cosas, pero yo recuerdo una boba ocasión en la que alguna persona del cuerpo técnico que lo entrenaba cuando era joven y fiestero, rasgos que no perdió nunca y ojalá conserve siempre, me contó que le preocupaba que no se tomara el fútbol tan en serio como debía.

En realidad lo que le ocurría a Piqué es que, al poseer un físico potente y un sentido de la competición muy acusado, no parecía resentirse de los trasnoches. Le sugerí al técnico algo que no se esperaba. Le dije que lo que debía hacer, al día siguiente, cuando Piqué llegara al entrenamiento, era llevárselo a un aparte y dirigirse a él de manera encantadora. Solo tenía que darle las gracias. «Gracias por venir a entrenar, por presentarte a estas horas de la mañana a ser uno como los demás», debía decirle. «Porque en tu caso, con tus cualidades, tu encanto, tu apostura, tu nivel, que vengas a entrenar es una renuncia brutal. Tú no te mereces esto, sino un descapotable que te lleve a la terraza mejor surtida, a la playa más idílica, y te dejen allí retozar libre». Nunca supe si mi consejo fue escuchado. Pero es lo que pensaba sinceramente. Y al despedirse resucité la idea. Gracias por, entre tantas cosas como haces de coña, haberte dedicado tantas temporadas, y con tanta categoría, a despejar balones del área y cohesionar la línea defensiva de tu equipo y la selección.

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