La importancia de los aspavientos
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hace unas semanas, el alcalde de Madrid decoró una avenida con un monumento para ensalzar a la Legión. El acto fue muy bonito. Aunque parecía estar sucediendo 80 años atrás. Entre otras cosas porque el alcalde de Madrid tiene el aspecto de estar siempre en su cargo de chiripa, así que ha optado por la ingravidez. Gracias a eso, podrá resistir en la política española como el polvo sobre los muebles. No gritó «muerte a la inteligencia», pero lo pensó. No se atrevió a untarse de pegamento la palma de la mano y adherirse a la estatua, que es la forma clara en que habría dado a entender su identificación con el modelo legionario. Si no haces ese aspaviento, quedas a medio gas, parece que no te has tomado en serio la cosa, porque no se le vio ni estampa ni vitola de pertenecer al cuerpo. No así a los activistas en favor del clima que irrumpen en museos. A partir de que los noticiarios dieran en la portada a unos muchachos que habían arrojado un bote de puré a un cuadro clásico y posteriormente se habían adherido la mano al marco de la pintura, el prototipo de acción de protesta se ha popularizado. Y ahora mismo, si no te pegas la palma de la mano a algún sitio, da la impresión de que eres una persona sin escrúpulos, un hipócrita que incluso es posible que haya visto con cierta atención el Mundial de Fútbol de Catar, esa afrenta.
Molestan las protestas en los museos, pero, si te dedicas a analizar los medios de comunicación, entenderás perfectamente que cualquier persona que quiere obtener resonancia en la prensa ha de recurrir a aquello que se la proporciona. Si no, ¿por qué el vestuario de las cantantes? Saben perfectamente que, si cantaran con poncho y con guitarra, a lo mejor la portada del día de los Grammy se la daban a Jorge Drexler, que ganó siete, y solo lo sacaban en la versión literaria; en la audiovisual quedó desdibujado ante otras premiadas. Tirarle tomate al cristal de un Van Gogh es absolutamente pertinente si lo que buscas es salir en el telediario, y haciéndolo lo logras. El problema quizá lo tiene el que hace el telediario, que podría pensar: «Si saco a todos los que tiran jugos a las pinturas clásicas, a lo mejor van a acabar invadiendo todos los museos del mundo». Que es lo que pasó en las semanas siguientes, por lo cual se tomó la iniciativa, bien pensada, de no sacar más en portada a quienes se pegan la mano a los cuadros de los museos. De manera igual de sencilla se consiguió que nadie saltara a los campos de fútbol, porque se dio la orden a los cámaras de que enfocaran al graderío cuando eso ocurriera. Aún salta alguno, también en entregas de premios, pero los pobrecillos cuando ven el telediario al día siguiente se quedan chafados: «Mamá, que no me han sacado en la tele».
Lo más gracioso de la polémica acción de los activistas climáticos es que ha abierto un debate sobre si es interesante protestar o no de manera llamativa para reivindicar un daño que nos afecta sin que nadie haga apenas nada. La respuesta es que tienen todo el derecho a estar enfadados, pero quizá, como les pasa a los padres de familia, han de aprender que no siempre el enfado es la mejor condición para convencer al otro. Los activistas del clima saben que nadie les hace caso. Que incluso destacados líderes políticos en todo el mundo se mofan de la amenaza, se cachondean de los estudios científicos. No digo que haya que tirarles a ellos el puré de patata, porque eso es agresivo y bordea el delito. Pero quizá las acciones en museos tienen el peligro de no convencer a la mayoría. Además, es cruel sacar de su sopor a los bedeles de museo, que a alguno le va a dar un pasmo solo de imaginar lo que le puede pasar en la sombría sala que vigila esa mañana. El éxito ya está conseguido. Ahora, toca el siguiente paso para hacerse oír. En un mundo que solo presta atención a los aspavientos, toda idea debe encontrar su aspaviento correspondiente sin traicionar la esencia.