¿Qué falla en la quinta temporada?

Artículos de ocasión

He seguido con atención los comentarios generales sobre la quinta temporada de la serie británica The Crown. Para los seguidores fieles, esta última entrega se ha quedado por debajo de las expectativas. Las razones esgrimidas son varias. Hay quienes consideran que el reparto de actores no ha estado a la altura de ocasiones anteriores. No sé si estoy de acuerdo. Imelda Staunton es tan buena como sus predecesoras, Claire Foy y Olivia Colman. Y en el caso de Jonathan Pryce, que interpreta al duque de Edimburgo en la quinta temporada, mejora a todos los precedentes. Que Dominic West sea demasiado guapo y conocido para encarnar al príncipe Carlos podría ser una licencia poética, todo lo teatralizado adquiere carisma de manera automática. La otra razón de peso de quienes critican la última temporada de la serie tiene que ver con la posibilidad de que la cercanía de los sucesos les reste categoría. Es verdad que en lo que se cuenta tu recuerdo personal compite con la recreación, y son muchas las ocasiones en que tu sensibilidad y tu memoria resultan incompatibles con las de los demás. Esto sucede y puede ser una de las carencias de la serie, que, al acercarse a hechos recientes, sacrifica la posibilidad de recrearlos con más libertad.

En mi opinión, es otro el error que empeora la última temporada en relación con las anteriores. Sencillamente le falta vuelo. A los episodios les escasea el aliento literario que alcanzaron en ocasiones anteriores. Construir un episodio sobre la anécdota del retrato que mandan pintar a un artista del primer ministro Churchill o sobre la anécdota del desempleado que se cuela en las habitaciones privadas del palacio de Buckingham demostraba que la serie alcanzaba la categoría de obra de arte cuando se separaba de los sucesos considerados hitos de la monarquía y se centraba sobre detalles en miniatura. Como sucede con la mejor ficción, aquella que es basada en hechos reales también mejora cuando elude lo que es de dominio público para centrarse en los detalles específicos. A esta quinta temporada de The Crown lo que le sucede es que elige las situaciones más gruesas de la monarquía y es incapaz de hacer con ellas otra cosa que una entrega en mano, sin alzarlas del suelo. Los conflictos se enuncian de manera obvia, hay conversaciones donde los personajes hablan directamente de la crisis de la monarquía, del envejecimiento de la institución, del descenso de popularidad. Nada hay más ramplón que encontrar a los personajes enunciando lo que debería ser contexto y sobreentendido. Poner a los personajes a discutir sobre los asuntos generales es restarles potencialidad de sugerencia, personalidad. Sucede a menudo, no alzas el vuelo por la incapacidad para proponer un juego metafórico, una propuesta oblicua.

No es tan grave que los sucesos que se cuentan se acerquen a nuestra época. Lo grave es que se elijan los momentos más obvios y subrayados en la prensa. Incluso se fantasea con una cita entre Carlos y Diana tras el divorcio donde ambos personajes se dicen a la cara todas las verdades de su matrimonio, cuando lo hermoso de esta serie era la incomprensión mutua, los silencios, la represión y lo callado frente a lo dicho. Es ahí donde la quinta temporada se ha vulgarizado, en una escritura menos fina, con menor fantasía creativa. Parece dictada por la combinación de documentación y desarrollo obvio para espectadores sin demasiada exigencia. El vuelo de la creatividad es acariciar lo oculto, lo sugerido. Siempre me viene a la cabeza un ejemplo de la infancia. La primera vez que vi la película Ikiru (‘Vivir’), de Kurosawa. Yo era niño y me eran ajenas las angustias de la vejez, de la desolación del anciano solitario. Sin embargo, cuando el director muestra al viejo protagonista junto a un columpio de niño lo entendí todo, sin necesidad de un diálogo. Eso es lo que le falta a The Crown en su quinta entrega, el reto de contar sin decir, sin subrayar. Lo opuesto a la cháchara directa de personajes que dicen en voz alta lo que piensan y lo que sienten. Ojalá que en la sexta regrese la magnífica escritura. Sin ella, no hay serie que valga.

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