Por la expropiación del metaverso
Artículos de ocasión
Desde que oí hablar del metaverso, pensé que era una gran idea. Para las personas que hemos conocido de primera mano el valor de la ficción, la calidad que ha inundado nuestra vida gracias al cine, la literatura o el arte, la idea de una realidad virtual donde pudiera desarrollarse una segunda presencia nos parecía apetecible. No sonaba como aquella frustrante aventura del Second Life, más bien un juego para crédulos con tiempo de sobra. El metaverso contenía ribetes de una experiencia plena en lo virtual. Es cierto que el personaje de Mark Zuckerberg, desde que surgió con su exitosa plantilla de hacer amigos plagiada de los anaqueles universitarios, nos provoca sarpullidos. En general, todos los ricos de Silicon Valley, con pocas excepciones, han resultado tan vulgares y ventajistas como los antiguos ricos del estraperlo, la explotación algodonera o el pelotazo inmobiliario. A mí, Elon Musk, por ejemplo, me parece el nieto perfecto de Jesús Gil y Ruiz-Mateos, con la evolución evidente del contexto de negocio. Y en Jeff Bezos siempre veo la petulancia del escritor de best sellers de divulgación, esa especie de sabelotodo que acumula pedazos de la sabiduría de todos los demás y la refriega con su propia melaza para fingir que un día tuvo una idea propia. Pero eso son manías personales. Por eso, cuando escuché a Zuckerberg lo del metaverso, me sonó intrigante, y solo tuve que borrar su cara de mi vista para apreciar la idea.
Según cuentan los cronistas económicos, el desarrollo del metaverso ha entrado en crisis. No se han cumplido las expectativas de negocio y la empresa principal de su desarrollo va a frenar la inversión. Pese a ello, ahora es cuando convendría analizar si la idea de que pueda existir un lugar universal para recorrer espacios poco asequibles físicamente es buena. Las experiencias sensoriales permiten ya muchos avances y la mera idea de poder disfrutar de un concierto que sucede en un lugar lejano y al que puedas asistir ya es interesante. En el cine, por ejemplo, hace tiempo que las salas prueban a emitir eventos internacionales que puedan disfrutarse de manera simultánea en muchos lugares. En el fondo, la televisión, con sus retransmisiones más exitosas de eventos deportivos son una forma del metaverso que ha desbordado nuestra vida particular. Las compras, las relaciones, la cultura, la enseñanza podrían desarrollarse con ímpetu en este lugar posible. ¿Por qué no?
Quizá el problema del metaverso tenga más que ver con el mal que afecta a las redes sociales. Ha coincidido en el tiempo con la crisis reputacional de Twitter, alentada por el propio Musk al adquirirla. Habló de cuentas falsas, tráfico fraudulento y datos pocos transparentes. Cierto todo. Luego, llegó la reflexión sobre la libertad de expresión y el fomento del odio. Ahí estamos. El metaverso tendrá que regirse por reglas de convivencia casi policiales. El intento de escapar de los reguladores por parte de las criptomonedas se ha traducido en la mera estafa, lo cual ha desconcertado a los aventurados. Nada es gratis. Nada concita la honestidad universal, más bien al contrario. El problema del metaverso es que sea empeño de una empresa privada. El grave deterioro de las relaciones en las redes sociales viene propiciado siempre por que los reguladores solo atienden al beneficio industrial. Al contrario que la vida real en las democracias, donde los poderes sociales son escuchados o al menos tenidos en cuenta, los universos de red funcionan como dictaduras personales, caudillajes bien raros. Poner a disposición de los usuarios un universo nuevo tiene que hacerse bajo convenciones civilizadas. Con garantías de seguridad sin perder los espacios de interés colectivo. La privatización del metaverso es su muerte. Solo un pacto entre estados para su desarrollo, por encima del manejo de una empresa, garantizaría la salud del proyecto. Como el clima de la conversación mundial, solo una enorme pluralidad salva del desastre, pues las empresas carecen de interés en otra cosa que no sea ganar dinero. Los canales no bastan, se necesita que el aire virtual también sea colegiado, que imite las características del espacio de la ciudad que habitamos. Si no, será un parque Disney con pretensión de mundo. Una estafa mental.