Las tribulaciones de los chinos son las nuestras
Artículos de ocasión
He de reconocer que en la última década sigo con mucha curiosidad todos los movimientos de China. Para muchos se trata de un país experimental, cuyo éxito económico ha puesto en serios apuros la idea dominante de democracia. Desde hace tiempo, su pujanza económica lo ha convertido en el único polo de poder que reta a los Estados Unidos. La decadencia de este último país, consumada con la elección de un presidente que le produjo el efecto de un tiro en el pie, viene acompañada por la división de sus ciudadanos, que nunca más que ahora han establecido un sistema de desigualdad tan procaz que apenas encuentran argumentos para remar unidos. En el otro extremo, China supo hacer los deberes, pues aplicó la perfecta apertura al enriquecimiento personal sin rebajar la dominación del partido único. Los puntos débiles de su sistema, que podrían identificarse con la represión interna y la incapacidad para conceder autonomía a sus diferentes poblaciones, se vieron exacerbados con la traición al pacto de devolución de Hong Kong a su soberanía tras el dominio británico. Los ciudadanos de ese lugar se enfrentaron a la regresión, pero fueron vencidos por la potente hegemonía del poder central. Fin de la historia (y bien triste).
La vinculación del capital chino con los negocios occidentales aún está por escribirse. Nadie sabe con seguridad si hay un plan detrás. Sí lo hay, por el contrario, en la ingente cantidad de inversión a cambio de relación política que desarrollan en los países pobres. Ante la ausencia de capacidad de las democracias por arrimar el hombro con los países en desarrollo, es China quien se ha erigido en una fuente de apoyo interesado. Basta viajar por África para ver las infraestructuras que costea y teledirige. Así que en un mundo que parecía regirse por un acuerdo universal sobre el beneficio de la libertad a la hora de generar riqueza, China vino a aportar el gramo indispensable de refutación. Podía crecer sin renunciar al dominio sobre sus ciudadanos. En un periodo en el que el dinero es prácticamente el único baremo que se utiliza para medir el éxito/país, era normal que el chino fuera poco a poco convirtiéndose en todo un modelo. De esta manera, en la última década, no faltan quienes han intentado transformar sus economías mientras regresaban a regímenes autoritarios. En el Oriente regado de gas y petróleo es el ejemplo chino el más seguido, despreciando de manera tajante la búsqueda de libertad que ha caracterizado a Occidente.
El impacto de la pandemia de la covid ofreció una oportunidad para apreciar el poderío de China. Se desmarcó del mundo entero con una estrategia propia, sin parangón en ningún otro lugar. Apostaron por los confinamientos radicales para alcanzar el contagio cero. Lograron datos asombrosos, pero con el tiempo han asomado algunas debilidades, incluida la científica. La última, el viraje profundo, de un día para otro de su estrategia. Ahora han decidido dejar de luchar contra el virus y permiten su expansión general. El problema es que la decisión no se ha tomado con una deliberación cuidadosamente explicada, sino tan solo como consecuencia de las protestas ciudadanas. Hartos de permanecer bajo arrestos, la gente se rebeló contra sus dirigentes y en un episodio sin precedentes, la autoridad reculó, tiró abajo su actitud anterior y se rindió a la evidencia. Herir la economía volvía a ser más grave que cualquier peligro humano. Es esta rectificación la que deja adivinar que tras el telón chino quizá se esconde una fragilidad mayor de la que su partido dominante deja traslucir. La enorme represión no permite pensar que exista una atmósfera de respuesta al comunismo, pero hay matices que, poco a poco, apuntan a una población que demanda algo más. La libertad, que se ha convertido en un concepto humillado y maltratado en las democracias, sigue quizá ardiendo como una esperanza lejana para aquellos que no la conocen ni en su versión más raquítica. Nos esperan unos años bien interesantes, pues el poder político utiliza la balanza económica como el arma más abrumadora. China no es tan solo un contrapeso al poder norteamericano, es la teoría social más controvertida que se ha puesto en práctica en los últimos cincuenta años.