Destapó del doping de Lance Armstrong. Travis Tygart dirige la Agencia Antidopaje de Estados Unidos. En esta entrevista exige excluir a Rusia del olimpismo internacional. Por Likas Eberle y Detlef Hacke
Pregunta: El deporte se ha visto sacudido por el dopaje de Estado en Rusia. Las investigaciones de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) han sacado a la luz que el Ministerio del Deporte, la Agencia Antidopaje y los servicios secretos rusos estaban implicados. ¿Imaginaba la existencia de algo tan sofisticado?
Respuesta: ¿A ese nivel? ¿Por tanto tiempo? No, nunca. Los rusos podían alterar pruebas de orina selladas sin que nadie se percatara, podían cambiar muestras sospechosas por otras limpias o incluso hacerlas desaparecer. ¡Increíble!
P: Hasta ahora, se creía que la RDA era el país con el sistema de dopaje más efectivo…
R: Hace unos años, me reuní con víctimas del dopaje en la antigua RDA. Aquello me abrió los ojos. Pero una cosa le digo. el fraude en Rusia supera aquello.
P: ¿Por qué?
R: El mundo ha cambiado desde la Guerra Fría. Entonces, la RDA obligaba a sus atletas a doparse. Se trataba de un acto criminal que no debería haberse repetido. En 2005, casi 200 países firmaron la Convención Internacional contra el Dopaje en el Deporte. Se comprometían a proteger a los atletas y a no someterlos a abusos. Todos se pusieron de acuerdo, incluidos Estados Unidos y Rusia. Después nos enteramos de que uno se desmarca y asesta una puñalada por la espalda a los demás. Y encima se ríe de nosotros… Es perverso.
«¡Poneos en pie, deportistas, contad lo que sabéis!»
P: A pesar de todo, el Comité Olímpico Internacional permitió participar en los Juegos de Río a casi 300 rusos. Cómo se explica?
R: Obedece a cuestiones políticas y de poder. Rusia es un país grande y fuerte. Si se hubiese tratado de cualquier otro, el COI lo habría suspendido.
P: El presidente del COI habla de su tolerancia cero hacia el dopaje. ¿Lo cree?
R: No. De esa tolerancia cero hemos pasado a tolerancia al dopaje de Estado, y la tan repetida amenaza de graves consecuencias se ha quedado prácticamente en nada.
P: ¿Qué repercusiones ha tenido esa decisión del COI?
R: Para muchas personas fue como una bofetada, se dieron cuenta de que al COI le interesan más otras cosas que la defensa de los valores olímpicos. El COI ha perdido la confianza de la gente.
P: Hace poco, la AMA publicó un informe sobre Rusia. más de un millar de atletas de 30 disciplinas se habrían beneficiado del dopaje de Estado. Ha llegado la hora de excluir de las competiciones internacionales a los rusos?
R: Sí, y de mantener esa exclusión hasta que el país vuelva a atenerse a las reglas antidopaje.
P: ¿Llegaremos a saber la dimensión real del fraude?
R: Quizá no. Los rusos están muy lejos de admitir su problema. No muestran ni un atisbo de arrepentimiento; en vez de eso, tanto los atletas como los políticos obstaculizan las investigaciones.
P: ¿El deporte ruso volverá a ser limpio?
R: Sí, pero llevará tiempo. El sistema funcionaba de arriba abajo, los atletas se veían sometidos a él.
Había órdenes de arriba. «Tomaos este producto y este otro; si no, seréis apartados del equipo». Es necesario eliminar la influencia del Gobierno sobre la Agencia Antidopaje, sobre los laboratorios de control y sobre los entrenadores y los deportistas.
P: ¿Y si eso no ocurre?
R: Podría producirse una revolución entre los deportistas.
P: ¿Por qué lo dice?
R: Hace poco hablé con un ciclista estadounidense. Me dijo que ya se había hecho a la idea de que los otros corredores podían ir dopados. Intentaba ignorarlo, para no volverse loco, y seguir entrenando, pero esa sensación siempre le acaba asaltando. Algo está empezando a moverse entre nuestros deportistas. Muchos se sienten frustrados y buscan una salida. O empiezan también a doparse o dejan el deporte. O se ponen en pie y les exigen a los poderosos que cambien el sistema.
P: ¿Qué lleva a los deportistas a doparse?
R: Piensan que todos los demás lo hacen. Esa es la justificación. Pero no le he oído a ningún atleta dopado decir que se haya sentido bien haciéndolo. A ninguno.
P: ¿También hay una cultura del fraude en Estados Unidos?
R: No se puede comparar con el dopaje institucionalizado de Rusia. No obstante, en todos los países hay deportistas que quieren ganar a toda costa y están dispuestos a saltarse las reglas. Negarlo es de ingenuos.
P: Rusia, Lance Armstrong y Marion Jones… Los grandes escándalos de dopaje han salido a la luz gracias a gente de dentro que ya no estaba dispuesta a guardar silencio. ¿Estas personas son más importantes que los test de dopaje?
R: Ambos son importantes. Los test sirven como instrumento de intimidación. Si no existieran, a los atletas y a sus entornos les resultaría muy tentador recurrir al dopaje. Pero para destapar un sistema organizado hacen falta informantes.
P: Los denunciantes ponen en juego su propia vida. La corredora Yuliya Stepanova y su marido, Vitaly, que aportaron pruebas sobre el dopaje en Rusia, tuvieron que abandonar su hogar y ahora viven en Estados Unidos.
R: Nadie podía imaginarse que la cosa llegara al extremo de que dos jóvenes con un bebé temieran por su vida y se vieran obligados a huir de su país. Es una dimensión nueva. Creen que están en peligro, intentamos darles protección.
P: El COI no permitió que Stepanova participara en Río, porque también se había dopado. ¿Fue una decisión correcta?
R: Si se le hubiese permitido participar, habría sido un mensaje para todos los deportistas del mundo. «¡Poneos en pie, contad lo que sabéis!». Fue una oportunidad perdida.
P: ¿Qué ha aprendido del escándalo ruso?
R: Es la prueba de que la lucha contra el dopaje no será efectiva mientras el deporte organizado pueda ejercer alguna influencia sobre ella. Por ejemplo, Craig Reedie -presidente de la AMA- es miembro del COI. Eso supone un conflicto de intereses. Es como poner al zorro a cuidar de las gallinas. Hay que hacer de una vez para siempre que la AMA sea independiente y que, como guardián mundial de la limpieza, pueda castigar a países como Rusia.
P: En 2012 destapó usted el caso del dopaje de Lance Armstrong. De qué pasta hay que estar hecho para enfrentarse a alguien tan poderoso?
R: Ha sido el caso más grande al que nos hayamos enfrentado jamás. Al principio, mi equipo y yo nos planteamos una pregunta. « Queremos quedarnos en el sillón viendo cómo se encubre un caso de dopaje indiscutible?». Decidimos que no, que haríamos nuestro trabajo por difícil que resultara.
P: Y fue difícil. Armstrong llegó a insultarlo. Los políticos lo acusaron de malgastar el dinero de los contribuyentes con su persecución.
R: Durante aquellos días recibimos siete mil correos electrónicos llenos de odio, la gente nos decía que estábamos destruyendo a su héroe, que no éramos verdaderos americanos. Aguantar estas cosas también forma parte de nuestro trabajo.
P: ¿Y cuando recibió amenazas de muerte?
R: Eso no es del agrado de nadie.
P: Eso puede hacer que una persona se hunda…
R: Personal de seguridad acompañaba a mis hijos al colegio y los vigilaba cuando jugaban al fútbol en el jardín. Nadie quiere poner a su familia en una situación así. Pero si tú te dejas influir, los atletas limpios no tienen ninguna opción.
P: ¿Ha vuelto a ver a Armstrong desde 2012?
R: Sí, un par de veces, hablamos de los cargos presentados en su contra. Yo nunca actué con animosidad, nunca fue algo personal.
P: ¿Cómo vive Armstrong hoy?
R: Está preparando su proceso judicial.
P: El juicio gira en torno a los cien millones de dólares en patrocinios que le exigen las autoridades de Estados Unidos. US Postal, una empresa estatal, financió al equipo de Armstrong y se siente engañada.
R: El juicio está absorbiendo toda la atención de Armstrong. Hasta que no concluya, no podrá pararse a reflexionar sobre qué va a hacer con su vida. Espero que un día pueda superarlo y volver a ser un miembro productivo de la sociedad.
P: ¿Ha cambiado la forma en la que los atletas ven la lucha contra el dopaje?
R: Mucho. Por ejemplo, desde hace ocho años la AMA obliga a los atletas de élite a informar permanentemente de su paradero. Al principio criticaron la medida. La veían exagerada.
P: ¿Y ahora?
R: Poco antes de los Juegos de Río, me escribió una nadadora estadounidense. Decía. «Travis, estamos de acuerdo en tener que decir dónde estamos los 365 días del año. Y que nos despertéis por la noche para hacernos pruebas de dopaje o interrumpáis los entrenamientos. Tenemos que asumir estas injerencias en nuestra privacidad, pero al mismo tiempo vemos limitadas nuestras opciones en las competiciones internacionales porque esos mismos estándares no se aplican en otros muchos países». Antes, los deportistas se mostraban indignados por cumplir reglas tan estrictas; ahora, se quejan de que no se cumplan en otros sitios.
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