El secreto de Federer: «En los torneos suelo dormir con mis hijos en la misma habitación»

Roger Federer tiene un secreto para su éxito: su mujer y sus cuatro hijos lo acompañan a todos los torneos. Lo revela en esta íntima entrevista, en la que también habla del proceso que le ha permitido protagonizar, a punto de cumplir 36 años, el renacer más apabullante de la historia del deporte. Por Mathias Schneider / Fotos: Clive Brunskill, Cordon Press y Getty Images

Ningún otro jugador del circuito de la ATP viaja por el mundo tan acompañado como Roger Federer. En cada torneo que disputa, siempre lo rodean otras quince personas: su esposa, sus cuatro hijos y el cuerpo técnico más numeroso del tenis mundial, con diez empleados. ¿Será este el secreto del resurgir de este tenista, el mejor de la historia, al que muchos ‘entendidos’ daban por enterrado hace apenas un año? En su entrevista más íntima, el ídolo suizo nos habla de cómo conseguir ser un ejemplar padre de dos parejas de gemelos cuando eres el hombre que ha ganado más torneos del Grand Slam.

XLSemanal. Señor Federer, no hay otro jugador del circuito de la ATP que vaya por el mundo con un equipo de quince personas… ¿Cómo mantiene la concentración rodeado de tanta gente?

Roger Federer. En Wimbledon, por ejemplo, alquilamos varias casas, para mis entrenadores, los padres, los amigos, mi mánager. Eso sí, la familia duerme toda bajo el mismo techo.

XL. ¿Durante las competiciones duerme usted solo?

R.F. No, con mi mujer, claro. También es muy normal que durmamos con dos de los cuatro niños en la habitación.

XL. ¿Y si la noche antes de un partido no pega ojo porque uno se pone malo?

R.F. Pues nada, cosas que pasan. Hemos llegado a dormir los seis juntos durante un torneo entero.

«He llegado a sentir que si no ganaba un Grand  Slam al  año era un perdedor»

XL. ¿Los niños le han complicado la noche previa a una final?

R.F. En París-Bercy. A finales del año pasado. Yo no terminaba de estar del todo bien, arrastraba un catarro. Los chicos dormían en la habitación con nosotros, ellos tampoco se sentían bien. Estaban malos los dos, uno de ellos acabó vomitando y no había forma de que se quedase dormido. A las dos, mi mujer me dijo: «Tengo que traerme a Leo…», ¿o fue Lenny? ¡Ah, no, era una de las chicas! Pues eso, me dijo: «Tengo que traérmela a la cama con nosotros». Yo le dije: «Tengo la final mañana». Y ella: «¿Y qué quieres que le haga?». Y yo: «Pues nada, qué remedio, a ver si se duerme…». Y, bueno, gané la final.

XL. Con ese tipo de ajetreo nocturno no es raro acabar con problemas de espalda.

R.F. Ya tuve una vez un bloqueo de espalda por llevar a uno de los niños a la cama.

XL. ¿Pero la tranquilidad no es básica en la alta competición?

R.F. Sí. Por eso, en las semanas previas al torneo, no digo que intente adelantar sueño, pero sí procuro coger buen ritmo. dormir nueve horas por la noche y sin interrupciones; no despertarme, como hace unos años, cuando los niños abrían el ojo a las seis o las siete de la mañana…

En marzo aprovechó entre un partido y otro del Abierto de Miami para irse con sus cuatro hijos y  no le impidió derrotar a Nadal en la final y anotarse el Masters 1000 número 26 de su carrera

XL. ¿Cómo se encarga del cuidado de cuatro niños durante un torneo?

R.F. La organización es esencial y, sobre todo, mi mujer, que es la que se encarga. Ahora ya tenemos experiencia, sabemos lo que tenemos que hacer con los niños. Antes todo era nuevo y derrochábamos mucha energía por el estrés.

XL. Pero ¿es capaz de compaginar la competición con pensar en qué niño debe tomar las gotas y a qué hora?

R.F. En realidad, vivo con dos o tres relojes distintos. Está mi horario, luego el de las chicas y luego el de los chicos. Y Mirka me echa una mano cuando hace falta. Además, las niñas siguen estudiando en casa, pero los niños tienen el día libre y están todo el tiempo de arriba para abajo jugando. Mirka es como la quarterback del equipo. Y mis entrenadores, fisios y preparadores también echan una mano si hace falta.

«Tenía una final al día siguiente, pero mi mujer me dijo. ‘La niña está mala. Me la traigo a la cama’. ¿Qué vas a hacer? Pues confiar en que se duerma… Y, bueno, gané el torneo»

XL. ¿Cargar con tanta gente no le hace perder los nervios?

R.F. Al contrario. Todos somos buenos amigos, es muy divertido. Mirka y yo tuvimos claro desde muy pronto que no queríamos que yo anduviera siempre de viaje solo. Y que ella se quedara sola en casa tampoco nos gustaba. Al principio, cuando ella todavía jugaba, estábamos sin vernos un mes, luego ya eran solo dos semanas y después nos dimos cuenta de que simplemente ya no nos gustaba estar sin el otro si podíamos evitarlo. Nos encanta estar juntos, es algo importante para ella y para mí.

XL. ¿Tanto viaje no estresa a los niños?

R.F. Las chicas lo disfrutan un montón. Siempre quieren venirse.

XL. Claro, mejor ir de viaje que al colegio.

R.F. También las hemos llevado a un colegio, para que sepan cómo es estar en una clase con profesores, cómo hay que comportarse. En casa es diferente. Papá aparece y al momento empiezan a llamarte: «Papá, ven», y papá va, en medio de la clase de Matemáticas. A veces pienso: «Hum, esto no se parece mucho a cuando yo iba al colegio».

XL. Visto que parece no envejecer, puede que sus niñas nunca vuelvan al colegio…

R.F. [Se ríe]. Volverán, volverán…

XL. ¿Qué papel asume usted en su cuidado y educación?

R.F. Con las niñas hice mucho. cambiar pañales, bañarlas, ayudar por la noche… Pero con los chicos no era capaz. Me consumía mucha energía. Por ejemplo, entre 2010 y 2011, cuando las niñas tenían uno y dos años, no tengo apenas recuerdos relacionados con el tenis, solo de ellas.

XL. Pues los psicólogos dicen que es necesario un equilibrio entre la vida personal y la laboral.

R.F. Sí, lo sé, pero yo fui incapaz de mantenerlo, no tuve más remedio que desengancharme un poco. Ayudar a dormirlos, bañarlos, todo eso te machaca la espalda. Ahora prefiero salir con ellos, ir a andar, ver museos, hacer barbacoas, esa es mi parte.

XL. ¿En el hogar de los Federer la jerarquía es vertical u horizontal?

R.F. Lo importante es que los niños aprendan a ser educados. A respetar a los demás niños y a los adultos. Que sepan cuándo tienen que portarse bien. Pero tienen que seguir siendo niños mientras puedan. No deberían pasar demasiado tiempo en situaciones serias, en el colegio, trabajando. Se es adulto durante mucho tiempo. Mis hijos tienen que disfrutar la vida.

XL. Una vez dijo que querían llevar una vida normal. Sin embargo, sus hijos viven dentro de una especie de burbuja, con niñeras y profesores privados. ¿Dónde está la normalidad?

R.F. Cuando no estoy fuera, llevamos una vida bastante normal y tranquila. Los suizos respetan mi privacidad. Están orgullosos de que siga en Suiza. Allí no hace falta ninguna burbuja.

XL. Usted es uno de los deportistas más populares del mundo. Da igual que juegue en Melbourne o en Estados Unidos, la gente quiere verle ganar. ¿Cómo se lo explica?

R.F. A mí también me cuesta entenderlo, ni siquiera sé muy bien lo popular que soy en realidad.

XL. No lo dirá en serio…

R.F. Sí, claro, de algo te das cuenta. Pero nunca he buscado la popularidad. Siempre he intentado ganarme a la gente de forma natural, mediante el fair play (‘juego limpio’), por ejemplo. Hay otros que igual buscan más de la cuenta esa popularidad. A lo mejor también es por mi carácter tranquilo, por ser suizo. Creo que siempre me he comportado aceptablemente bien. Quizá por eso tanta gente se dice. «Mira, este podría ser un buen ídolo para mis hijos». También hay algo de efecto ‘bola de nieve’.

XL. Jugadores que dominen el circuito y con buenos modales hay muchos, pero no todos tan queridos por el público.

R.F. Pues entonces dígame usted cuáles son los motivos.

«He llorado después de perder y de ganar partidos. Me alegro de haber mostrado todas esas emociones. Por eso, la gente me cree cuando digo que amo el tenis»

XL. Quizá porque no ha ocultado su vulnerabilidad sobre la pista. Eso le hace parecer más cercano.

R.F. Es cierto, he llorado después de perder o de ganar partidos. La gente me cree cuando digo que amo el tenis. Visto ahora, me alegro de haber mostrado todas esas emociones. Sé cómo me sentía cuando lloré en la pista central de Roland Garros después de jugar con Nadal en 2009, aunque en el momento mismo me resultó embarazoso, naturalmente.

Fue, sin duda, uno de los momentos más tristes de su carrera. En 2009, el suizo se derrumbó en Australia tras perder su quinta final de un Grand Slam contra Rafael Nadal

XL. Hace no mucho dijo que esperaba no ser tan popular en el futuro. No suena un poco vanidoso…

R.F. Lo que quería decir es que me gusta ver que el revuelo en torno a mi persona se calma un poco. Por supuesto que me gusta estar en el centro de atención de vez en cuando, pero no a todas horas.

XL. En octubre pasado, cuando acudió a la Paris Fashion Week, dio la sensación de que disfrutaba en la alfombra roja.

R.F. Cierto. Llevaba diez semanas sin jugar. Necesitaba un poco de calma, también mental. Para mí, el equilibrio entre la tranquilidad y la locura de los torneos es muy importante; si no, llego a un torneo y pienso: «¡Oh, Dios, otra vez los fans, los medios, los patrocinadores, la presión!». Me quemaría. Debo tener cuidado.

«Desde la lesión, juego con más libertad. Tengo cero expectativas y se nota. Las victorias tienen un sabor menos amargo»

XL. La mayoría de los tenistas se queja de que, tras diez años en el circuito, están agotados de tanto viaje. Usted, sin embargo, parece seguir disfrutándolo después de 19 años.

R.F. Así es. Disfruto en cada ciudad, en cada torneo. Y en el tenis hay una cosa. el juego cambia todo el tiempo, por eso disfruto cada punto. El trabajo con la geometría de la pista nunca se acaba. Cada bola viene de forma diferente y por eso hay que jugarla siempre de manera distinta.

XL. Así que lo importante es el juego, más que la derrota o la victoria…

R.F. La victoria y la derrota son la razón de que yo esté aquí.

XL. ¿Se imagina ir a un torneo de Grand Slam sin la perspectiva de ganarlo?

R.F. No, creo que no. Seguiría jugando, pero en clubes de tenis en Suiza o algún partido benéfico aquí y allá. Cuando ya no pueda seguir el ritmo, cuando el cuerpo no aguante, me plantearé si todo esto sigue mereciendo la pena.

XL. Para muchos, ese momento había llegado cuando cumplió los 30 años…

R.F. No, fue cuando gané Roland Garros en 2009, y tenía 28 años.

XL. Después, Novak Djokovic pasó a ser el dominador. El año pasado, cuando lo operaron de la rodilla y dijo adiós a media temporada, muchos lo vieron como el principio del fin. Tenía 34 años. Ningún jugador había vuelto a lo más alto a esa edad. ¿Qué le hizo creer que usted sí podría?

R.F. Para serle sincero, ni yo mismo sé cómo lo he conseguido. Fue una sorpresa enorme ganar el Open de Australia en enero. Cuando paré nueve meses tras 17 años jugando, me pregunté: «¿De verdad tengo que hacerlo?». Pero luego me dije: «Después de 20 años, te puedes permitir un pequeño descanso, quizá lo necesite tu cabeza, y el cuerpo también se merece una pausa».

XL. ¿No cree que se empezó a apreciar cierto cansancio mental general?

R.F. La verdad es que siempre me he tomado descansos cortos, incluso en mis mejores años. Y sigo pensando que puedo hacer grandes cosas.

XL. Desde que volvió, juega de forma más ofensiva. ¿La lesión le ha servido para librarse del exceso de expectativas?

R.F. Quizá. La lesión que sufrí funcionó como un reset. No podía mirarme en el espejo y seguir diciéndome: «El objetivo debe ser ganar todos los Grand Slam y recuperar el número uno». Estaba con muletas y mi actitud pasó a ser: «Si puedo volver, me doy por contento».

XL. ¿Por eso juega con más libertad?

R.F. Sí. Tengo cero expectativas y creo que eso se nota.

XL. Durante mucho tiempo pareció que jugaba contra sí mismo, por ser el deportista más grande de todos los tiempos. ¿Esa idea le afectó alguna vez?

R.F. La presión estaba ahí, tenía la sensación de que iba a decepcionar a la gente. Si no ganaba Roland Garros, si no batía el récord de Grand Slam, si no ganaba ninguno en toda la temporada, eso me convertía en un perdedor. Aquello adquirió unas dimensiones que no me parecían normales.

XL. ¿La competición le parece diferente a como era hace diez años?

R.F. Totalmente. Ahora la disfruto más. Antes era: «Vamos, rápido, alfombra roja, otro torneo, hacer la maleta, otro torneo, vamos, cambio de superficie…». Todo, muy rápido.

XL. ¿Las victorias tienen ahora un sabor menos amargo?

R.F. Por supuesto.

XL. ¿Porque no hay nada que demostrar?

R.F. Me resulta más fácil ver por qué he perdido un partido. Mala suerte, táctica equivocada, mal juego… Antes, las dudas sobre los motivos de una derrota me torturaban.

XL. ¿Durante mucho tiempo?

R.F. Nunca las arrastraba demasiado -24 horas-, pero me sentía muy triste; no enfadado, solo triste. Hoy me dura diez minutos, luego se me pasa. Puedo superarlo sin problemas.

XL. Su gran rival, Nadal, pese a su eliminación temprana en Wimbledon, rebosa de nuevo confianza en sí mismo. ¿Debería estar preocupado?

R.F. En absoluto, Nadal me ha vuelto a demostrar que, cuando se tiene un objetivo, se puede conseguir.

XL. ¿Cuáles son los grandes objetivos pendientes?

R.F. Ganar más torneos.

XL. Y cuando algún día esto se le acabe, ¿qué vendrá?

R.F. Mucha Suiza, mucha familia. Me gustaría seguir en el mundo del tenis. Centrarme en mi fundación a favor de los niños. En abril conseguimos 3,8 millones de francos suizos con partidos benéficos.

XL. Para terminar: ¿cuál le gustaría que fuese su legado, por lo que le gustaría que lo recordaran?

R.F. Me he tomado siempre muy en serio ser un ídolo para los niños. Creo que he demostrado que el éxito no tiene por qué cambiarte demasiado.


Un vínculo sin reveses

Se conocieron en los Juegos de Sídney 2000, cuando Mirka -tres años mayor que él- todavía jugaba al tenis como profesional. Dos años después, una lesión la retiró del circuito y se convirtió en la relaciones públicas de su novio, acompañándolo así a todos sus torneos. Hoy, casados (2009) y padres de cuatro hijos, siguen viajando juntos.

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