A juicio unánime de críticos y colegas, uno de los cuatro escritores americanos más importantes. «Vivos», aclaraba él, en esta última entrevista en 2009 para XlSemanal en la que hablaba de sus obsesiones: la muerte, el sexo, la religión… «La vida real; sencillamente, la vida». Por Ana Tagarro
Se niega a sonreír para las fotos y a fuerza de no sonreír ha impuesto una imagen de sí mismo «un tanto mezquina», en sus propias palabras. Así que, al conocerlo, lo primero que sorprende es que Philip Roth no sólo sonríe, sino que se ríe con notable facilidad. Fuera, en las calles de Nueva York, hace un frío polar, pero el sol que atraviesa los enormes ventanales de su apartamento en el Upper West Side convierte el salón en un reconfortante lugar de encuentro. En realidad el apartamento, amplio pero nada ostentoso, aparece como un único espacio. Decorado en tonos blancos y crema, impoluto, minimalista y diáfano, tiene todas las puertas abiertas, de modo que nada más entrar pueden verse desde la cama en un extremo hasta el escritorio en el otro; lo cual en el caso de Roth tiene algo de simbólico.
«Los radicales religiosos no son tantos. Mueve más el mundo del porno en EE:UU que el creacionismo. ¡Somos tan benditamente decadentes!
Si hay una constante en su obra, además de que sus protagonistas sean judíos, es el sexo. En el más amplio sentido de la palabra. La búsqueda del placer, la represión del deseo y el poder del erotismo impregnan su obra desde sus primeras novelas y marcan la existencia de sus dos grandes personajes y álter ego, Nathan Zuckerman y David Kepesh. Roth ha recibido casi todos los premios literarios existentes, salvo el Nobel. The New York Books Review pidió a 200 escritores, críticos y editores que eligieran los 20 mejores libros publicados en EE.UU. en los últimos 25 años. Seis de los elegidos eran novelas de Roth.
Nos trae aquí Indignación, su última obra, que publica Mondadori en España. Cuenta la historia de un joven judío en los años 50, hijo único, que huyendo de la presión de un padre aprensivo en Nueva Jersey decide estudiar en una universidad luterana en Ohio, donde tendrá que sortear las imposiciones religiosas, la represión sexual y la amenaza de ser reclutado para la guerra de Corea. De nuevo, un libro muy cercano a su biografía. Roth nació hace 75 años en Newark, al igual que Marcus Messner, el protagonista de Indignación. «En los años 30, cada barrio era como un pueblo dividido según los grupos étnicos. El porcentaje era un diez por ciento de negros, un ocho por ciento de judíos y el resto, la mayoría, se dividía en alemanes, polacos e italianos. No había fronteras físicas, pero cada uno vivía en un barrio y cada colegio estaba dominado por un grupo. Sólo nos relacionábamos con nuestros ‘semejantes’.» A Roth no le gusta que lo definan como escritor judío-americano, pero es un hecho que los protagonistas de sus 30 novelas son judíos en 28 casos. Así que parece obligado mencionarlo.
XLSemanal. En sus libros habla de los valores y las lacras de la educación judía. ¿Existe un código de valores que identifique a la comunidad judía?
Philip Roth. No, ya no hay valores específicos. Mire el Gobierno. La mitad de los que rodean a Obama son judíos. Ahí tienes, un negro rodeado de judíos dirigiendo EE.UU. Algo impensable hace poco tiempo. El viejo sistema ha muerto. Incluso antes de la elección de Obama. De hecho, él ha sido elegido porque el viejo sistema ya había muerto.
XL. ¿Y qué cree que ha matado al viejo sistema? ¿La crisis económica, el cambio de valores, la tecnología…?
P.R. Ninguno de esos factores. El viejo sistema empezó a caer tras la II Guerra Mundial. Hasta entonces, el país estaba regido por los blancos anglosajones protestantes. Los judíos, los negros y los católicos no tenían ni un buen trabajo. El Ejército acabó con esa segregación porque moría gente de todas las etnias. Y tras la guerra se produjo otro fenómeno: el Congreso aprobó una ley que permitía a los chicos ir gratis a la universidad, subvencionados por el Gobierno. Así que jóvenes de familias étnicas que no podían ni soñar con una educación, de repente, estaban en Harvard, en Yale… las grandes fortalezas de la élite anglosajona. Cada vez se infiltraban más outsiders. Y más, y más… Y esto nos lleva hoy a Obama.
«Ahí tienes: un negro rodeado de judíos dirigiendo el país. El viejo sistema, que ya empezó a quebrarse tras la II Guerra Mundial, ha muerto»
XL. ‘Indignación’ cuenta, precisamente, los años universitarios de un joven que todavía en los años 50 sufre acoso por ser judío. ¿Lo vivió usted así?
P.R. Es que era así. Los 50 fueron los años en que más antisemitismo hubo en el mundo; no sólo en Alemania. Crecí con la sensación de que éramos diferentes.
XL. No deja de ser curioso que en tan poco tiempo los judíos hayan pasado de ser víctimas a tener el control de Washington y a ser percibidos como verdugos en el caso de Israel con sus bombardeos a los palestinos.
P.R. Aunque eso ocurra, creo que es una forma muy simplista de ver a los judíos. No puedes analizar la realidad, y menos juzgar la historia, sólo por lo que ves en la televisión. Sin ir más lejos, si lee mis libros, verá que hay otro tipo de judíos, muchos, que ni controlan Washington ni bombardean palestinos. Las etiquetas son tan reduccionistas… Soy judío porque nací judío, de ancestros judíos, pero me siento y me defino como americano, porque me identifico con lo que considero que son los valores de este país. Ser judío no me define.
XL. Volvamos a este país. ¿Qué opina de Obama?
P.R. Tiene grandes cualidades. Al margen de ser negro, que es muy importante porque ha roto una barrera, es un intelectual. Y no hemos tenido nada que se aproxime a eso desde Kennedy. Y antes de Kennedy, hay que remontarse a Lincoln. De los 44 presidentes, sólo cuatro o cinco han sido intelectuales. El resto fueron políticos. Ha habido buenos políticos, como Clinton, pero no pensadores. Obama es el primero totalmente cualificado que tenemos en mucho tiempo. Pero los problemas son tan grandes: Iraq, Afganistán, Irán, la economía, el medio ambiente…
XL. ¿Qué podemos esperar entonces de Obama?
P.R. Yo creo que es como un gran barco que vira en el puerto ayudado por pequeños remolcadores. Va a cambiar de rumbo como los cargueros, despacio. El último presidente que tuvimos fue una pesadilla. Incluso si no hubiera la crisis económica que hay, corregir los desastres de Bush ya llevaría los cuatro años de legislatura. Los problemas son tan enormes que ni Dios podría resolverlos [sonríe].
XL. Curioso comentario en un ateo ‘practicante’ como usted. Ya tienen un presidente afroamericano y una mujer llegó a ser presidenciable, pero ¿podría un ateo ser el presidente?
P.R. No. La respuesta es no, ahora. Pero lo interesante es que en un discurso reciente Obama se dirigió a «protestantes, católicos, judíos y no creyentes». Ningún presidente se había dirigido nunca hasta ahora a la vasta cantidad de no creyentes, que debe de ser la mitad del país. O sea que dentro de 10 o 20 años quizá un autoproclamado ateo pueda ser presidente. No sé si yo estaré aquí para verlo, pero, por favor, si ocurre, envíeme una nota.
XL. Supongo que está informado de la polémica con los autobuses ateos, que comenzó en Londres y ha llegado a Madrid. ¿Podría darse ese fenómeno aquí?
P.R. Sí. En Nueva York y las grandes metrópolis como Los Ángeles o Chicago, seguro. No sé en Indianápolis o Kansas… Lo que ha ocurrido en los últimos años en EE.UU. es que se han publicado cuatro buenos libros sobre ateísmo (de Christopher Hitchens, Sam Harris, Richard Dawkins y Susan Jacoby) como reacción a la lamentable religiosidad de la Administración Bush y han sentado las bases para cuestionar las creencias religiosas.
XL. Pero esta última campaña electoral ha tenido un alto componente religioso, con Sarah Palin como representante de los creacionistas (niegan la evolución). Y no ocurre sólo en EE.UU. Está el fundamentalismo islámico, por no hablar de sectas como la cienciología. ¿Por qué cree que se produce este aumento del sentimiento religioso?
P.R. No estoy muy seguro sobre el sentimiento religioso en el mundo, pero no creo que los fundamentalistas en este país sean tan fuertes. Bush les dio apariencia de fuertes porque son el corazón del partido republicano. Y existen, seguro, pero no son tantos ni tan poderosos.
XL. Pero Obama es un hombre creyente y menciona a Dios en casi todos sus discursos…
P.R. Yo creo que Obama va más a misa ahora de lo que ha ido nunca. Y no digo que nos hayamos librado de la religión. Pero piense que, si McCain y Sarah Palin hubiesen ganado, habría sido una tragedia. Este país es abrumadoramente laico. Mire: mucho mayor que el movimiento creacionista es el movimiento porno. La pornografía en América es abrumadora.
XL. ¿No cree que se pueda ser aficionado a la pornografía y ser una persona religiosa al mismo tiempo?
P.R. No un fundamentalista, desde luego. Si eres un extremista de derechas, tienes que estar claramente contra la pornografía; lo que no es el sentimiento mayoritario del país. La actitud mayoritaria en casi todos los asuntos morales en la historia de este país es «vive y deja vivir». ¡Este país es tan benditamente decadente!
XL. El protagonista de Indignación asegura que él no necesita la religión para tener un comportamiento moral. ¿En qué fundamenta usted la moral?
P.R. Toda la gente decente que conozco es laica. Basas tu moralidad en valores civilizados laicos. Y basándome sencillamente en esos valores he conseguido no poner un pie en la cárcel en mi vida [sonríe].
XL. ¿Estaba usted tan indignado como su personaje en su etapa universitaria?
P.R. No. Las cosas eran como eran y no las cuestionábamos. Lo que pasa es que luego vinieron los 60 y pudimos comparar. Y supimos que lo que vivimos en los 50 era pura represión. Por ejemplo, todo estaba organizado en la universidad para que no hubiera sexo. Y lo hacían muy bien. Era casi imposible. Sólo te quedaba el coche [risas]…
XL. El sexo es una constante en sus libros.
P.R. No sólo en mis libros. Es una constante en la vida.
XL. ¿Cree usted que el sexo es el motor del mundo?
P.R. No, pero es el motor de la mayoría de la gente joven. Hay otros motores en el mundo, pero el sexo es un motor de una enorme potencia. Estoy interesado en el sexo como lo estoy en cualquier otro fenómeno social amplio. A mí me parece un tema humano clave.
XL. Otro tema presente en sus libros es la muerte…
P.R. Tampoco la inventé yo.
«La muerte es algo aterrador. No intento buscarle sentido a la vida. Escribo para crear algo que perdure. ¿Arte? Sí, aunque sea pretencioso»
XL. En el caso de ‘Indignación’ se permite jugar con la muerte, con el hecho de que el protagonista puede o no estar muerto, con los efectos de la morfina.
P.R. No es un juego, no fue premeditado. Un día se me ocurrió. Yo he estado un par de veces bajo los efectos de la morfina y tienes una tremenda claridad de memoria. Pero lo aterrador es que los recuerdos reales y las alucinaciones son igual de reales en tu cabeza.
XL. ¿Por qué escribe ahora tanto sobre la muerte?
P.R. Por un lado, porque es algo aterrador. Por otro, porque en el último año he enterrado a diez buenos amigos. Eran algo mayores que yo. Cuando los conocí, yo tenía algo más de 20 años y ellos, 30 o 40, aunque entonces parecían de mi quinta; pero llegas a una edad en que ya no es lo mismo. Y se mueren. La muerte de mis amigos ha sido un tremendo shock. Más que la de mis padres, que fue un gran dolor, pero no tan impactante. Me he pasado meses en hospitales, funerales y cementerios.
XL. ¿Ha sacado alguna lección de esa experiencia?
P.R. No, ninguna. Simplemente, me he centrado en la muerte. Cuando tenía 35 años ya pensaba en ella, pero me dije a mí mismo: «Deja de pensar en la muerte. Ya te ocuparás cuando tengas 75 años», porque piensas que nunca los vas a tener y tic, tac, tic, tac… aquí estoy.
XL. ¿Se siente mayor?
P.R. No, no me siento viejo, pero sé lo viejo que soy y me doy cuenta de que, a lo sumo, me quedan diez o quince años de vida, en el mejor de los casos.
XL. El destino es clave en esta novela. «En la vida, el mínimo paso en falso puede tener trágicas consecuencias», insiste el padre del protagonista. ¿Lo cree así?
P.R. Sí. Todo es desproporcionado. El azar manda. Yo le rezo a la suerte. «Querida suerte: no permitas que me claven un cuchillo hoy ni que me atropellen…» Todo es azar. Empezando por la concepción. Un hombre y una mujer se juntan y, de repente, ahí estás tú.
XL. Creyendo usted que todo es tan azaroso, ¿cuál es, entonces, el sentido de la vida?
P.R. No hay sentido. No tiene por qué haberlo. El azar, la casualidad, produce nuestro destino. Por eso, yo rezo en la iglesia de la suerte [risas].
XL. No parece muy útil rezarle a la suerte…
P.R. Tampoco lo es rezar en otras iglesias.
XL. Bueno, aunque usted no tenga una visión trascendente de la vida, rezar proporciona paz, consuelo…
P.R. Yo no encuentro ningún consuelo en la religión organizada; al contrario.
XL. Quizá usted, en lugar de rezar, escribe para encontrar esa paz. ¿Por qué escribe?
P.R. Tienes diferentes motivos a lo largo de la vida. Empiezas porque quieres ser escritor, y deseas serlo porque lees buenos libros. Luego escribes para saber qué tipo de escritor eres. Finalmente descubres que el don que tienes, por llamarlo de alguna manera, consiste en colocar al personaje adecuado en la situación correcta, de forma que la trama parezca humana, que pase por real. Yo ahora estoy interesado en la parte artística del proceso. Intento hacer arte… [silencio]. No puedo creerme que acabe de decir eso: ¿quiero hacer arte?
XL. ¿Teme que suene pretencioso?
P.R. Va a sonar, pero ¡qué diablos! Sí, quiero hacer arte, objetos con vida propia, que perduren.
XL. ¿Le darán el premio Nobel alguna vez?
P.R. No, no creo.
XL. ¿Cree que lo merece?
P.R. Ni siquiera sé qué criterio aplican para darlo, así que no sé si lo merezco. ¿Usted qué cree?
Privadísimo
- Está «soltero del todo» tras dos matrimonios fallidos, «tremendamente fallidos». No tiene hijos.
- Elegy, de Isabel Coixet, se basa en una de sus novelas. A Roth no le gusta la película por «fallos de guión» y porque el personaje que interpreta Ben Kingsley, su álter ego, está «totalmente deslavado».