Antes de morir, Steve Jobs lo puso al frente de Apple. Siete años después, la empresa es más grande que nunca. Tim Cook no despierta idolatrías como su antecesor, pero si abre la boca todos escuchan. Hablamos con él cuando los escándalos cercan a las tecnológicas. Por Ben Hoyle / Fotos: Cordon Press y Getty Images
Tim Cook está sentado en el comedor para empleados de Apple Park, la nueva y futurista sede de la compañía en Cupertino (California) -diseñada por Jobs y Norman Foster-, mientras varios empleados almuerzan alrededor, sin que la presencia de su jefe los incomode en lo más mínimo. Un guardaespaldas permanece a distancia prudencial, por si se me ocurre cobrarme una violenta venganza por la pérdida de centenares de Notas durante cierta actualización de mi iPhone.
Cook, de 57 años, viste su uniforme habitual: vaqueros, deportivas, suéter y gafas con montura negra. Loco confeso del ejercicio físico, se levanta antes de las 4:00 para ponerse a punto y responder e-mails; por lo demás, lleva una vida «muy centrada en Apple». Desde luego, no tiene aspecto de becario. Delgado y fibroso, de cabello plateado, sus dientes son asombrosamente blancos.
Cook defiende que su compañía no merece el escarnio público al que están siendo sometidas las corporaciones tecnológicas en general. «Silicon Valley no es un ente monolítico», dice. A diferencia de otras corporaciones -que podría mencionar por su nombre, pero no lo hace-, para Apple la privacidad es «un derecho humano fundamental», y «la compañía ha sido construida» basándose en este principio.
«Yo era gay en un momento complicado para serlo. Sé lo que sientes cuando insisten en hacerte creer que eres un juguete roto»
En su opinión, los perfiles recopilados por Facebook o Google «no tendrían que existir». En lo referente a la ciberseguridad, su compañía -asegura- protege sus aplicaciones FaceTime y Messages con encriptado de extremo a extremo, a diferencia de lo que sucede con el Gmail estándar de Google y los mensajes de Twitter. El App Store de Apple está sometido a «constante supervisión» para que nadie tropiece con discursos de odio o pornografía, frente a lo que ocurre con YouTube. Y en el ámbito medioambiental, Apple funciona enteramente a partir de energías renovables.
Mientras enumera todos estos puntos, Cook proyecta el rostro hacia delante con lentitud, poniendo los dedos en la mesa para subrayar lo que dice. «Creo que es importante diferenciar entre unas empresas y otras, por mucho que la gente las meta en un mismo paquete. Raras veces encuentras dos grandes compañías parecidas. En su modo de ser dirigidas, en su pensamiento subyacente, en la forma en que toman las decisiones son muy distintas».
¿Le inquieta que esas distinciones sean invisibles para los usuarios descontentos y los políticos que presionan por una mayor regulación? «Bueno, mi principal preocupación son nuestros usuarios y nuestros empleados. Ellos ocupan mi pedestal. Los usuarios saben que otorgamos prioridad a la experiencia de usuario, es nuestra marca distintiva. Y los empleados quieren formar parte de una compañía cuya finalidad va más allá de la simple obtención de dividendos. No me parece justo que la gente meta a estos dos grupos en el mismo saco que a los demás».
Ya, pero… en noviembre pasado, unos documentos filtrados revelaron que Apple había desviado gran parte de sus 252.000 millones de dólares en el exterior a un paraíso fiscal del Canal de la Mancha. En enero, además, se supo que los organismos reguladores de Estados Unidos investigaban a la corporación por cierta actualización de software que ralentizaba de forma deliberada el funcionamiento de los iPhones más antiguos.
Cook escucha y sonríe de forma inescrutable. «Somos una compañía de gran tamaño y siempre van a acusarnos de esto o de lo otro -replica-. Siempre habrá quien argumente: ‘las empresas tecnológicas son nocivas’; ‘estos dos casos mencionados demuestran que Apple es otro monstruo más’. Habrá quien crea esta argumentación, pero estas personas son una minoría muy pequeña. Tenemos una relación tan estrecha con nuestros usuarios que dudo que alegaciones como estas vayan a destruirla. Supongamos, por ejemplo, que usted y su pareja discuten de vez en cuando. Parece poco probable que los desacuerdos ocasionales vayan a provocar una separación, ¿no? Es mi forma de verlo. A la vez, me parece importante que no nos recluyamos en una especie de búnker a la espera de que pase el temporal. Tenemos que hablar con claridad».
Cambiamos de tema y hablamos de los peligros de las pantallas. En enero, Cook declaró: «Yo no tengo hijos, pero sí un sobrino. Y le he marcado unas líneas rojas. Hay cosas que no le permito. No quiero que forme parte de las redes sociales».
«Es importante diferenciar entre unas tecnológicas y otras. Para nosotros, la privacidad es un derecho humano»
Hace poco, dos accionistas de Apple cuyos paquetes suman unos 2000 millones de dólares pidieron que la compañía crease los medios para que los padres pudieran restringir el acceso a Internet de sus hijos con iPhones y que subvencionara investigaciones sobre las consecuencias de la adicción a la pantalla.
Cook dice que «tiene sentido» preocuparse por los efectos que la obsesiva contemplación de las pantallas ejerce sobre la salud mental. Pero asegura «no tener constancia» de que las innovaciones de Apple resulten adictivas en sí. Lo que le causa «grave preocupación» son las aplicaciones que otros inventan y dan tanto juego en los dispositivos Apple.
Critica, por tanto, a Twitter y Facebook sin nombrarlas. Para él, el verdadero problema es la corrosiva necesidad «de mirar la última entrada o el número de ‘Me gusta’ que acumulamos. «Nosotros jugamos en otra liga, porque no medimos nuestro éxito en función del tiempo que la gente dedica a nuestros productos. No queremos que se pasen el día con ellos en la mano. Hay otras cosas en la vida, ¿verdad?».
«Si tu modelo de negocio se basa solo en la publicidad digital -añade-, el usuario deja de serlo y se convierte en el producto. El cliente es el anunciante, y tu objetivo, conseguir el mayor número de clics posible. En estos casos, el usuario al final no pinta nada. La humanidad, al final, no pinta nada».
Cook creció en Robertsdale (Alabama), en el sur profundo de Estados Unidos. Hijo de un empleado en un astillero y de una dependienta, de niño vio los despropósitos del Ku Klux Klan con sus propios ojos. Una vez contempló en su barrio una cruz en llamas frente a la casa de una familia negra vecina. «La imagen se me quedó grabada y cambió mi vida para siempre», afirmó en una charla en 2013.
Cuando tenía siete años, Martin Luther King y Robert Kennedy fueron asesinados. Cook recuerda las imágenes de ambas tragedias en la televisión. «No entendía por qué mataban a unos hombres buenos que hacían lo posible para que todas las personas tuvieran los mismos derechos».
Fue un alumno ejemplar en el instituto y, más tarde, también en la universidad. Entró a trabajar en IBM y fue ascendiendo durante 12 años; hizo otro tanto en Compaq, donde llegó a vicepresidente. «Mi vida entonces carecía de rumbo definido -confiesa-. Trabajaba de forma extenuante sin más objetivo que ser más productivo. No había una estrella polar que me guiase». Esta apareció en 1998, y se llamaba Steve Jobs.
De regreso triunfal como director ejecutivo, en 1998 Jobs le ofreció entrar en Apple. «La intuición me dijo que era una oportunidad única en la vida, que podía ponerme a trabajar para un genio creativo», diría Cook después a Walter Isaacson, el biógrafo de Jobs. Cook se enamoró de Apple desde el primer día. Fue «como volver a nacer -asegura-. Imperaba un espíritu de misión, tenía un alma diferente, una razón de ser, lo que me producía una sensación increíble, nueva por completo».
Cook redujo el número de proveedores, de almacenes, de existencias en stock y el tiempo de fabricación de un producto Apple. Se convirtió en «un cerebro en la sombra, en indispensable para Jobs», en palabras de Isaacson.
En 2004 asumió el cargo de director interino por dos meses, mientras Jobs se recuperaba de una intervención motivada por el cáncer. Algunos conocedores del sector no se tomaban en serio la posibilidad de que el sobrio Cook pudiera convertirse en el sucesor. Pero, en agosto de 2011, Jobs dimitió y nombró director ejecutivo a su amigo. Murió seis meses más tarde.
«Fue un periodo angustioso para mí, para la compañía en general -recuerda-. Llegué a convencerme de que Steve iba a vivir más años que yo. Sé que es una estupidez, hoy lo tengo claro, pero es lo que pensaba. Porque Steve siempre se las arreglaba para salir a flote».
Robert Iger, director ejecutivo de Walt Disney Company y buen amigo de ambos, entró en el consejo de administración de Apple al poco de la muerte de Jobs. Según cuenta Iger, Cook brilló como nunca durante ese periodo. «Al principio el cargo le venía grande, pues sabía que no era otro Steve y estaba sumido en el dolor por la pérdida de su amigo, pero supo mantenerse firme desde el primer día. En ningún momento pareció flaquear. Y eso era lo que Apple necesitaba. una persona capaz de llevar las riendas».
Con Cook, Apple ha crecido de forma descomunal. «No permite que el constante escrutinio de los demás le impida tomar decisiones racionales, meditadas -apunta Iger-. Apple es hoy su empresa, pero Tim sería el último en reconocerlo. Porque no le gusta colgarse medallas».
En 2015, el liderazgo de Cook pasó una dura prueba cuando el FBI solicitó a Apple desbloquear el iPhone de un terrorista que había causado una masacre en San Bernardino (California). La compañía se negó, para no sentar un precedente, avivando el debate sobre el equilibrio entre privacidad y seguridad. Al final, los federales se las arreglaron para piratear el dispositivo.
«Aprendimos unas cuantas cosas -revela Cook-. Comprobamos, por ejemplo, que si el Gobierno se vuelve en tu contra, puede operar de forma muy desagradable. Se supone que hay unas normas, pero no tienen empacho en olvidarse de ellas. Fui un ingenuo».
En su momento tuvo fama de implacable, de fulminarte con la mirada. ¿Se ha vuelto más empático? «Siempre he sentido empatía por los demás… porque yo era gay en un momento en que era complicado serlo. Sé lo que es formar parte de una minoría y sé lo que sientes cuando insisten en hacerte creer que eres una especie de juguete roto. El mundo sería un lugar mejor si nos tratáramos con respeto. No hace falta una gran inyección presupuestaria para conseguir este tipo de objetivos. Es algo que todos llevamos dentro».
«Si tu negocio se basa solo en la publicidad digital, el usuario se convierte en el producto y, al final, no pinta nada»
Desde que asumió el mando, Cook ha hecho frente a una acusación recurrente: desde 2011, Apple no ha conseguido lanzar un nuevo producto a la altura del iMac, el iPhone o el iPad. Una posible respuesta: ¿y quién lo ha conseguido?
Pregunto al director ejecutivo por sus puntos débiles y sonríe. «¡Soy malísimo en muchas cosas!», responde. Ya. ¿Y qué trata de mejorar? Enarca las cejas y suelta una risotada. «¡Me está preguntando por mis puntos débiles de forma indirecta! Prefiero no hablar de eso… Podría mejorar en casi todas las cosas». A una de sus colaboradoras se le escapa una risita significativa.
Y en lo referente al sector en el que trabaja, ¿qué tiene que decir en lo tocante a la «narrativa negativa» sobre Silicon Valley que antes nos decía? ¿Se trata de un fenómeno efímero o está aquí para quedarse?
«Es una combinación de varias cosas -responde Cook-. Las circunstancias han hecho que la gente se fije más en el sector. Pero también es una consecuencia natural del crecimiento exponencial de la industria tecnológica, que hoy constituye un porcentaje enorme de la economía. Cuanto más éxito tienes, más se fijan en ti. El escrutinio de los demás es positivo. Ni por asomo estoy de acuerdo con muchas de las cosas que se han dicho, pero hablamos de unas compañías que influyen en la vida de muchísimas personas día a día. El escrutinio es un deber».
También te pueden interesar estos artículos…
¿Están seguros nuestros datos en Internet?
Los arrepentidos de Silicon Valley