Carla del Ponte, la jurista que quiere sentar a Bashar Al-Asad ante un tribunal

Pocas personas saben más de crímenes de guerra que Carla del Ponte. Fue la fiscal jefe del tribunal que puso entre rejas al presidente serbio Slobodan Milosevic. Ahora está segura de que el dictador sirio Bashar al-Asad será juzgado. Y sentenciado a cadena perpetua. Por Romain Leick/Fotos: Getty Images

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La jurista Carla del Ponte, de 71 años, formó parte hasta 2017 de la comisión de Naciones Unidas que investiga las vulneraciones de derechos humanos en la guerra civil siria. Aportó para ello toda su enorme experiencia, ya que fue fiscal jefe en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia y también en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. El año pasado, sin embargo, abandonó airada la comisión sobre Siria. Está convencida de que la ONU no tiene voluntad política de buscar una solución. El escenario de la conversación con esta apasionada golfista es el club de golf de Ascona, localidad suiza donde vive desde que se jubiló como fiscal de ese país.

XLSemanal. El presidente sirio Bashar al-Asad pronto se hará con el último reducto rebelde. Entonces, el dictador habrá ganado… Alguien pagará por tantas atrocidades?

Carla del Ponte. La lista de crímenes cometidos en Siria es terriblemente larga. Para perseguirlos penalmente, hay que investigarlos y probarlos, una tarea tan ingente que produce vértigo.

Tras uno de los muchos bombardeos que el régimen de Al-Asad llevó a cabo sobre la ciudad de Alepo, dos hombres sacan a varios bebés de entre los escombros en septiembre de 2016.

XL. La guerra civil dura ya siete años.

C.P. Siete años. Y no ha pasado ni un solo día sin que se hayan cometido crímenes… por ambas partes, que quede claro..

XL. ¿En un escenario así se puede distinguir entre el bien y el mal?

C.P. Al principio, todavía se podía. La opinión pública mundial se puso del lado de los rebeldes, con razón. Pero hace ya mucho tiempo que no hay un bando bueno y otro malo.

«Lo de Siria es un escándalo. Tenemos una responsabilidad histórica. La violencia allí supera con creces la de las guerras de Yugoslavia. Los niños son el objetivo»

XL. ¿La monstruosidad de lo sucedido allí no desalienta a la fiscal encargada de investigarlos?

C.P. Cuando era niña, me ganaba un dinerillo cazando serpientes venenosas. Ahora, aquella cazadora de serpientes no puede evitar preguntarse: ¿se han escapado las víboras? Muchas veces me piden que explique lo que está ocurriendo en Siria. ¿Qué aspecto tiene el mal? Es imposible describirlo. Pero, ahora que lo pienso, la comparación con la serpiente venenosa no va descaminada. El mal acecha, se arrastra, ataca, es más rápido de lo que parece. Carece de sentimientos, es astuto.

XL. ¿No hay que dejar la lucha judicial?

C.P. Sigo con la esperanza de que en algún momento y en algún lugar se acabe creando un tribunal penal internacional que juzgue los crímenes de Siria. Mi voluntad de luchar por la justicia es inquebrantable. Pero, por desgracia, la Justicia internacional depende de la voluntad política de los Estados y, en lo que a Siria respecta, esa voluntad política sigue faltando.

XL. ¿La comunidad internacional ha capitulado ante los intereses políticos?

C.P. Lo de Siria es un escándalo, una humillación para toda la comunidad internacional. Tenemos que afrontar nuestra responsabilidad histórica. Espero que la paz llegue pronto a Siria. Sería el final de la impunidad y el comienzo de la justicia. Por eso, la paz ha de ser la prioridad. Solo entonces vendrá el proceso penal… bueno, eso quiero creer.

XL. Pero parece que el régimen de Al-Asad sobrevivirá…

C.P. Sí, pero no depende de eso.

XL. ¿No? ¿Cree que se podrá llevar ante los tribunales al vencedor de la guerra?

C.P. Claro que sí. Espero con impaciencia el día en que se emita la orden de detención contra Al-Asad. Y no tengo ninguna duda de que sería condenado a cadena perpetua.

XL. Pero él es el único que puede cerrar un acuerdo de paz. ¿No implica eso reconocerlo como jefe de Estado legítimo?

C.P. En su día, en Yugoslavia, elaboramos el modelo que se puede aplicar a este caso: primero llegamos a un acuerdo de paz con el líder serbio Slobodan Milosevic y luego, ya con la paz, lo acusamos. Primero tiene que llegar la paz, luego entrará en acción la revisión judicial de la guerra de Siria.

Carla del Ponte durante el juicio al presidente serbio Slobodan Milosevic en 2003.

XL. Pero, para eso, Rusia tendría que dejar caer a Al-Asad.

C.P. Para hacer cumplir una orden de detención contra un presidente en ejercicio, es necesario diseñar estrategias inteligentes. Créame, si alguien sabe cómo se hace, esa soy yo. Aprendimos mucho en Yugoslavia y en Ruanda.

XL. ¿Durante sus investigaciones se vio alguna vez cara a cara con Al-Asad?

C.P. No. Su Gobierno no permitió que la comisión de investigación entrara en Siria. Tuvimos que limitarnos a interrogar a testigos en los países vecinos: Turquía, el Líbano, Jordania.

XL. A Milosevic sí pudo mirarle a los ojos. Como fiscal jefe, ¿qué sintió?

C.P. Odio no. Las emociones son un obstáculo para ejercer las labores de la Fiscalía. Satisfacción profesional sí, que Milosevic se sentara en el banquillo era un paso enorme para mí y para las 600 personas que trabajaban conmigo. Le habíamos dedicado muchos años. El deseo de hacer justicia a las víctimas era una presión enorme, me pesaba como una losa. Cuando Milosevic cayó, el alivio fue inmenso: ¡ya lo tenemos, podemos juzgarlo! Que se haga justicia es importante para los supervivientes, se lo debemos. Pero la justicia no es venganza; la fiscal jefe no puede presentarse como el ‘ángel de la venganza’. Mi mandato no es ese.

«Cuando hablé con Milosevic, percibí una peligrosa combinación de insolencia, autoconfianza y encanto. Estoy segura de que Bashar al-Asad será parecido»

XL. ¿Hay alguna diferencia entre un criminal de Estado y uno convencional?

C.P. Hay una diferencia enorme. Un criminal normal comete sus delitos para conseguir un fin, que por lo general es la codicia. Sabe que es un criminal y no le importa. Los estadistas y los militares que cometen crímenes de guerra tienen, cómo decirlo…, una concepción del mundo propia. Una ideología en la que creen profundamente y con la que justifican sus actos ante sí mismos. Están convencidos de que son los buenos. Eso no se da en los criminales normales, esos saben muy bien lo que hacen. En la conversación que tuve con Milosevic percibí una peligrosa combinación de insolencia, autoconfianza y, sí, también cierto encanto. Estoy convencida de que el presidente sirio es parecido.

XL. ¿El fiscal puede atacar esa confianza ante un tribunal, hacer que se tambalee?

C.P. Esa no es la tarea del fiscal. No tengo que convencer, desestabilizar o convertir a nadie. Se trata de conseguir un veredicto justo. No tiene que preocuparme si se arrepiente o si acepta o no la pena. La reinserción no es el objetivo (ríe).

XL. ¿Al-Asad tiene aliados poderosos, ¿estos aliados son cómplices de los crímenes?

C.P. Se refiere básicamente a uno de ellos, ¿no es así? Quiere hacerme decir que Putin también debería rendir cuentas ante la Justicia?

XL. Solo quiero confirmar que la Justicia internacional es incapaz de actuar al margen de los condicionantes políticos.

C.P. En los últimos 25 años, los tribunales para juzgar crímenes de guerra han sido un éxito enorme. Pero es un fenómeno joven. Estamos muy lejos de una situación satisfactoria. Hay que seguir, no relajarse.

Del Ponte con el juez italiano Antonio di Pietro, junto con el que combatió a la mafia cuando ella era fiscal de Lugano en los años noventa.

XL. ¿Cómo hay que proceder tras una guerra civil en la que todos los bandos son culpables? Basta con llevar ante la Justicia a Al-Asad? ¿O hay que juzgar a todos los pilotos que, por orden suya, arrojaron gases venenosos?

C.P. Tanto en el caso de Yugoslavia como en el de Ruanda, el mandato que recibimos de Naciones Unidas especificaba que nos concentráramos en los escalafones más altos. En cuanto a Siria, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas quería que investigáramos todos los presuntos crímenes cometidos desde marzo de 2011; esto es, desde el estallido de la guerra civil. Además, y ese era el punto determinante, debíamos identificar a los responsables, comprobar su participación y reunir pruebas para llevarlos algún día ante un juez.

XL. Reunir pruebas… ¿sin ir más allá?

C.P. Nuestra tarea era cimentar la acusación, no actuar como una Fiscalía, aunque es lo que yo hubiera preferido. En nuestros informes reunimos cientos de páginas con miles de testimonios. Tras las sucesivas prórrogas del mandato no tuve más remedio que preguntarme en qué iba a acabar todo aquello. No hay un final a la vista, así que tuve claro que era la persona equivocada en el lugar equivocado.

«Un criminal convencional delinque por un fin, que suele ser la codicia. Los de guerra justifican sus actos con su ideología. Están convencidos de que son los buenos»

XL. A la vista de esta tarea de Sísifo, no sería más racional limitarse a perseguir a un puñado de culpables destacados y decretar una amnistía para el resto?

C.P. Una amnistía solo tiene sentido si no llega pronto. No se puede hacer borrón y cuenta nueva si las matanzas acaban de concluir. Para las víctimas, ver a los asesinos paseándose tan felices es insoportable. Hay que darle tiempo al dolor. Lo único que trae paz y reconciliación es la justicia, no un perdón y un olvido rápidos.

XL. Su salida de la comisión generó mucho revuelo.

C.P. En nuestro primer informe metimos todo lo que teníamos para obligar a actuar al Consejo de Seguridad. torturas, violaciones, secuestros, asesinatos, delitos de todo tipo cometidos por las fuerzas gubernamentales y sus milicias. Las atrocidades de la oposición tampoco se quedaron fuera. Pedimos que el Tribunal de La Haya persiguiera estos hechos. No hubo respuesta.

«Dimití de la comisión de la ONU que investiga los crímenes de guerra en Siria porque no había voluntad política. Se buscaba no molestar»

XL. ¿Cómo reaccionaron a su renuncia los demás integrantes de la comisión?

C.P. Para ellos, yo no era lo suficientemente diplomática. Me habría gustado que hubiésemos renunciado todos, así no se habría podido ignorar el escándalo. Se buscaba no molestar.

XL. ¿La ONU veía el esclarecimiento de la verdad como un obstáculo?

C.P. Se generó una confusión enorme, estableciendo constantemente mandatos nuevos, creando mecanismos y organismos dentro de otros organismos. La voluntad política es decisiva, y aquí no la había. Estaba indignada, pero la ira no es un valor que cuente en el mundo de la diplomacia. La confusión administrativa, por el contrario, es un instrumento fabuloso para generar una niebla que lo cubre todo. La dimensión de la violencia en Siria supera con creces la que se produjo durante las guerras en la antigua Yugoslavia. Se ha convertido a los niños en víctimas porque encarnan el futuro del enemigo. La falta de humanidad no conoce límites, siempre puede ir más lejos.

XL. Como fiscal retirada, ¿sigue creyendo que la justicia puede hacer el mundo mejor?

C.P. Sí. Soy abuela, espero que mis nietos no vivan en un mundo sin ley. La caza de serpientes continúa.

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