El decano de la moda en el mundo ha fallecido a los 89. Ha vestido a la duquesa de Windsor, a la Begum, a Ava Gardner y durante 12 años a la Reina Sofía. En 2009 un mes antes de cumplir 80 años concedió esta entrevista a XLSemanal en la que confesaba:  «No sé coser ni un botón». Por Virginia Drake.

El Gotha se rindió a sus pies en los 60 y 70. Desde la duquesa de Windsor hasta la Begum, reinas, princesas y las más relevantes celebridades de la alta sociedad eligieron sus diseños para los grandes acontecimientos. Por si fuera poco, durante 12 años fue el responsable de los trajes que la Reina Sofía llevaba en sus visitas oficiales y cenas de gala. Este hombre que, junto con Pertegaz y Balenciaga, llevó la moda española a lo más alto es ahora un señor entrañable y tierno que llora cuando recuerda a su padre, fusilado en la Guerra Civil, y al que se le iluminan los ojos cuando relata sus encuentros con Greta Garbo o Ava Gardner. Fumador empedernido, solitario y amante de todo bicho viviente, es un genio agradecido, humilde y sentimental.

El Museo del Traje acaba de dedicarle una exposición retrospectiva de su obra: 50 años de moda española: «La verdad es que son 60 comenta entre risas, pero les quedaba más redonda la otra cifra».

XLSemanal. Ha diseñado joyas, la carrocería de un coche, muebles, ropa de cama… y hasta casas.

Elio Berhanyer. Es que de niño soñaba con ser arquitecto, pero vengo de una familia muy pobre que no se podía permitir el lujo de que yo estudiara; ni siquiera fui al colegio. Tengo mi cátedra de Diseño en la Universidad de Córdoba y tengo un máster por la Universidad de Harvard sin haber sido alumno de nada. Aprendí a leer y a escribir yo solo a los 14 años.

A pesar de ser minero, mi padre era un fenómeno poniendo nombres bonitos. El mío es griego y significa ‘sol’

XL. ¿A qué se dedicaba su padre?

E.B. Era minero, lo fusilaron el 29 de agosto de 1936. A los seis años me quedé huérfano (se le llenan los ojos de lágrimas). Empecé a trabajar a los nueve en los oficios más miserables del mundo. Como no sabía leer ni escribir, me cogían en las obras para, a base de pintar palotes, ir contando las herramientas que se llevaban los obreros y que luego tenían que devolver. Muchas veces me quedaba a dormir entre sacos y los obreros me traían algo de comida. Pasé mucha hambre, de niño dormía en los bancos de los parques.

XL. ¿Cuántos hermanos tiene?

E.B. Sólo somos dos: mi hermana Plinia y yo. A pesar de ser minero, mi padre era un fenómeno poniendo nombres bonitos. El de mi hermana es romano y el mío, griego y significa «el Sol». Cuando nací, mi padre escribió una nota, que yo hasta los 14 años no pude leer, en la que decía: «El día que yo te hice, te puse de nombre Sol para que te iluminaras con tu propio resplandor» [rompe a llorar]. Perdón, no puedo hablar de mi padre sin llorar. ¡No puedo, no puedo! Los viejos y los niños somos de lágrima fácil. No quiero recordar cosas tristes.

XL. Cuénteme, ¿cómo empezó a diseñar moda?

E.B. Trabajé de botones en una agencia de publicidad y un día se puso enfermo el dibujante y me pidieron que les copiara a plumilla una foto, porque siempre me veían pintando en mis ratos libres. Después, me encargaron los dibujos de moda de una revista y yo me inventaba los diseños y ponía debajo «Christian Dior». Ya en Madrid trabajé en Astra, una revista que dirigía el conde de Melgar, y conocí a Gustavo Pérez Puig, que me ofreció hacer los «figures» de las obras de teatro que dirigía.

XL. ¿Y cuándo aprendió a coser?

E.B. Nunca, yo no sé coser ni quiero aprender. No sé pegar un botón, sólo soy diseñador, no modisto. Los patrones me los hace mi gente.

XL. ¿Qué otras cosas aprendió a hacer solo?

E.B. Todo lo que me propongo. La primera vez que me compré un coche vi en una tienda un Jaguar que me gustaba y dije: «Sáquenmelo a la calle y díganme cómo funcionan los cambios». Me subí al coche y me lo llevé a casa. Nunca fui a una autoescuela. Toda mi vida he mentido diciendo que sabía hacer de todo sin saber hacer de nada.

XL. En 1960, cuando debutó en las pasarelas, le dieron el premio a la mejor colección del año. ¿La vida ha sido generosa con usted?

E.B. Sí, he pasado mucha hambre y mucha miseria, pero luego ha sido maravillosa. He viajado por todo el mundo, he vivido con Salvador Allende en el palacio de la Moneda, he sido amigo de los duques de Windsor, de la Begum, he conocido a Churchill, a los Kennedy…

XL. ¿Quién fue su primera clienta de postín?

E.B. La marquesa de Llanzol, que se vestía casi exclusivamente en Balenciaga. Me dijo que me iba a hacer una prueba para ver cómo hacía la ropa. Me encargó un sastre de pata de gallo, beis y blanco y le puse las mangas al bies. Se lo llevó, Balenciaga se lo vio puesto y me propuso irme con él a París; pero le dije que no porque yo quería tener mi propio estilo. Después acabé vistiendo a la condesa de Romanones, a Yolanda Fierro, a Marita March, a Natalia Figueroa, a la marquesa de Seoane, a Ana María Calvo Sotelo (la mujer de Rafael del Pino), a la condesa de Montarco que es una de mis mejores amigas, a Janine Girod, a la marquesa de Mozobamba, a su Alteza Real Margarita Gómez Acebo, a Faina Ussía Muñoz Seca, a las hermanas Huarte, a Pilar Ibáñez Martín (la mujer de Leopoldo Calvo Sotelo), a Lucía Bosé…

XL. Y, durante 12 años, a la Reina Sofía.

E.B. Sí, desde que llegó de Grecia le hice todos los trajes de sus primeros viajes oficiales. Nos entendíamos muy bien, ella me decía el tipo de traje que quería y lo dejaba todo en mis manos. Recuerdo con especial cariño el que le hice para el bautizo del Príncipe Felipe, cuando vino la reina Victoria Eugenia. Y era precioso el que usó en la primera cena de gala que se celebró en el Palacio Real tras la coronación.

«Siempre me negué a vestir a las folclóricas. A Lola Flores y Sara Montiel les decía que no podía, que tenía mucho trabajo»

XL. Y ha vestido recientemente a la infanta Pilar, para la boda de uno de sus hijos.

E.B. Eso tuvo su historia [se ríe]. La infanta me vino con una tela estampada que le había regalado el sultán de Brunei, me dijo que quería ponérsela para que él se la viera en la boda; pero es que, además, pretendía que le hiciera con ella un traje drapeado. Yo le dije: «Señora, a mí no me gusta nada esa tela y, en cuanto al drapeado, le va a hacer más volumen». Al final, le diseñé un abrigo.

XL. ¿Es complicado vestir a señoras corpulentas?

E.B. Muchas de mis clientas de hace mil años van engordando. La mujer más gruesa a la que he vestido es Montserrat Caballé.

XL. ¿Y el mejor cuerpo que ha tapado?

E.B. El de Ava Gardner, que, además, era una mujer guapísima. Cuando la conocí, estaba con Sinatra y era tremendo, se insultaban por teléfono una barbaridad; pero ella seguía muy enamorada de él. Cuando venía a España, salíamos casi todas las noches a sitios de flamenco.

XL. ¿Qué mujer lo ha impresionado especialmente?

E.B. Sin duda, Greta Garbo; cenamos en la misma mesa una noche, en Nueva York, en Long Island, y eso no se olvida nunca. Se sentó frente a mí y yo no dejaba de mirarla, estaba totalmente enloquecido. Era ya mayor, estaba un poco arrugada, pero ¡era Greta! Guapísima, fascinante, ¡Dios mío!

XL. ¿Cuántos idiomas habla?

E.B. Sólo español, soy muy torpe para los idiomas. Cuando salgo de España, siempre me acompaña Charo Montarco, que habla cinco y me soluciona todo.

XL. Ha diseñado uniformes para azafatas. ¿No se pierde el glamour vistiendo igual a un montón de mujeres?

E.B. No se trataba de hacer trajes glamurosos. España tenía la imagen de país pobre y se pretendía dar una imagen elegante al exterior, con un toque de modernidad, en una España que de moderna no tenía nada. A las de Iberia las vestí durante siete años y me dieron el premio al mejor uniforme del mundo.

«Tengo un máster pro la Universidad de Harvard, pero nunca he sido alumno de nada. Aprendí a leer yo solo con 14 años»

XL. Se casó con una mujer colombiana y tiene dos hijos.

E.B. Sí, nos casó Camilo Torres, el sacerdote que formó parte de la guerrilla colombiana y que murió a manos de una patrulla del Ejército. Yo no soy católico, mi padre no nos bautizó; dejó una nota para que, cuando fuésemos mayores, eligiésemos la religión que quisiéramos [de nuevo, se le llenan los ojos de lágrimas]. Pero, una vez, mi madre necesitó nuestras partidas de bautismo para no sé qué y lo hizo. Yo tenía 12 años y, como no permitían nombres no cristianos, me llamaron Juan y a mi hermana, Francisca, pero en la partida soy Elio.

XL. ¿Cómo es su mujer?

E.B. Vive desde hace 40 años en Marbella, no le gusta Madrid; prefiere el sol y el calor.

XL. ¿Siguen casados?

E.B. Sí, aunque estamos separados y somos muy amigos. Toda la vida me ha gustado vivir solo, aunque ahora estoy con un nieto, que tiene 24 años y está estudiando para ser ingeniero de sonido. También vive en mi casa mi hijo porque se ha separado de su mujer.

XL. ¿Cuántos nietos tiene?

E.B. Dos, éste de 24 y una nieta de seis años.

XL. ¿Ejerce de abuelo?

E.B. Te voy a decir una cosa terrible, no me gustan nada los niños pequeños, no los aguanto. A mi nieta, que tiene seis años, no la soporto; y el otro, el que tiene 24, no hace más que poner una música horrible en casa. Cuando le digo que por qué no pone alguna vez algo de música barroca, de Beethoven o de Bach, me responde que ésa música es para viejos.

XL. ¿Alguno de sus hijos sigue su profesión?

E.B. No, a nadie de mi familia le gusta mi trabajo.

XL. ¿Cómo es su casa?

E.B. ¡Una marranada!, no me gusta nada. Ahora vivo en Pozuelo y es una mierda de casa. La que tenía antes era preciosa y se quemó. La diseñé yo y al arquitecto que firmó le dieron un premio.

XL. ¿Qué hace los fines de semana?

E.B. No salgo de mi cuarto, me encierro con mi Negra, que es una gata maravillosa que duerme conmigo. Hablo con ella, le cuento los problemas que tengo…

XL. ¿Y no se pone triste?

E.B. No, estoy tranquilo. Siempre me han encantado los gatos, he llegado a tener 14. También tuve un guepardo porque vi en una foto que El Negus tenía un par de ellos encadenados en la puerta de su palacio de Abisinia y le comenté a la reina, que iba a visitarlo, que me encantaría que le pidiera un cachorro para mí. El Negus lo mandó a través de la Embajada. Pero me llamó y me dijo que no podía dármelo porque se habían creído que era para ella. Así que se quedó en la Zarzuela y, con el tiempo, acabó en el zoológico. Al final, me regaló uno De la Quadra Salcedo y vivió en casa ocho años.

XL. ¿Ha sido mujeriego?

E.B. No, a mí me ha absorbido el trabajo.

XL. ¡Menuda excusa!, ¿no ha tenido novias?

E.B. Sí, tuve una conocida… pero fue hace mucho.

XL. ¿Quién era?

E.B. Rocío Jurado.

XL. ¿Eh?

E.B. Estuvimos saliendo antes de que se casara con Carrasco. Era mucho más joven que yo. Me pasaba el día en Chipiona…, pero no cuajó.

XL. ¿Ha dicho que no a alguna mujer famosa que quisiera un traje suyo?

E.B. Pues sí, mira, a Lola Flores, a Sara Montiel… no me gusta vestir a las folclóricas porque vienen con sus ideas y no coinciden con las mías. Les decía que no podía atenderlas porque tenía mucho trabajo.

XL. ¿Sabe que me he metido en Internet y me he encontrado un traje de novia suyo, de segunda mano, por 800 euros?

E.B. Seguramente será de alguna de mis colecciones de prêt-à-porter, que las confecciono en China. Muchos diseñadores encargamos allí la ropa.

XL. ¿Alguien le ha pedido que le copie un traje?

E.B. Sólo he repetido uno de la Reina. Me lo pidió, el verano pasado, Cristina Ormazábal para su boda. Fue muy caro, le costó 36.000 euros. Reproducirlo fue complicadísimo. Tuve que ir a París a buscar los materiales porque aquí ya no existían, y se lo hice exacto. Pero eso no es corriente, la clientela privada no quiere un diseño que haya llevado otra persona.

XL. ¿Las mujeres de la jet los suelen repetir?

E.B. Claro, algunas los cuidan como si fueran una joya y por eso los siguen usando porque están perfectos. Yolanda Fierro, por ejemplo, tiene una falda negra desde hace mil años la más impresionante que he hecho, toda cubierta de violetas y cada una teñida a mano con distintos tonos de morado, y se la sigue poniendo.

XL. Hablando de recuerdos, tiene casi un centenar de premios, ¿cuál le emocionó más?

E.B. El premio Isabella d»Este, es un premio que se da en Italia cada seis años a un investigador, a un arquitecto… Soy el único diseñador que lo tiene. Y el premio Cadillac, que fue el primero que recibí, en 1960.

XL. ¿Nota la crisis?

E.B. ¡Uf!, claro, como todos; pero, mira, Isabel Preysler se acaba de poner un prêt-à-porter mío para hacer un anuncio de joyas y se ha agotado en dos días.

XL. ¿Elio está forrado?

E.B. No, hace tiempo que no soy propietario de mi marca, tengo un buen sueldo como diseñador y una parte de las ventas. Hablar de dinero no me gusta nada, pero, si fuese millonario, que no lo soy, seguiría trabajando porque si me retiro, ¿qué hago?

XL. ¿Qué no ha hecho que le hubiera gustado?

E.B. Ser campesino y trabajar en el campo con mi huerto, mis gallinas y mi perro. Es la ilusión de mi vida, pero ya sé que no la voy a cumplir.

XL. Pues me ha dicho que todo lo que se propone…

E.B. Ya, pero no puedo dejar mi trabajo, estoy enamorado de él. Quiero morir con las botas puestas el poco tiempo que me quede.

XL. ¿Se encuentra bien?

E.B. Sí, aunque he perdido mucha vista, ya no puedo leer y me encantaba [se pone triste].

XL. ¿Sabe que, para fumar todo lo que fuma, está usted estupendo?

E.B. Es mi gran vicio y no me lo puedo quitar, puedo llegar a cuatro cajetillas diarias. Cuando he intentado dejarlo me pongo de mal humor, grito a la gente y no me compensa.

XL. Una frase que resuma su vida.

E.B. Ha sido maravillosa gracias a la gente que me ha rodeado. Todo se lo debo a los demás.

Privadísimo

  • Se apellida Berenguer, pero lo cambió al romper con su familia paterna, a los 9 años.
  • Algún tiempo vivió de la caridad y hasta los 18 años calzó alpargatas. Le quedan cicatrices en los pies.
  • Quería ser arquitecto y admira a Le Corbusier.
  • Ha convivido con un ocelote, un perro de la selva de Madagascar, un zorro con el que salía a tomar copas…
(Esta entrevista fue publicada en XLSemanal el 18 de enero de 2009)

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