Esta mujer era la prometida de Jamal Khashoggi, el periodista asesinado y descuartizado en el Consulado de Arabia Saudí en Estambul. El reportero entró allí porque necesitaba un certificado de su país para casarse. «Espérame aquí. No tardaré», fueron sus últimas palabras. Jamás salió. Ella misma nos lo cuenta. Por Régis le Somier / Fotos: Álvaro Canovas (Paris Match / Contacto)
Esta mujer vive bajo vigilancia. No sale de su casa sin su guardaespaldas y evita los lugares más frecuentados de Estambul. A los 36 años, Hatice Cengiz acaba de escribir un libro en el que narra, con la ayuda de dos periodistas, su vida junto a su prometido, el reportero saudí Jamal Khashoggi, y su escalofriante final.
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Para la entrevista, Hatice aceptó acudir a un pequeño salón del hotel Four Seasons, «porque el servicio de seguridad tiene mucho renombre», nos explica su agente. La prometida de Khashoggi se siente perseguida. Turquía ha convertido su desgracia en un arma política contra Arabia Saudí, su gran rival en su duelo por el liderazgo del mundo suní.
Khashoggi era un periodista de gran reputación que había entrevistado a todos los poderosos. Hoy, su cuerpo aún no ha sido hallado y Hatice Cengiz no puede llorar su cadáver. Parece tímida, pero no ha olvidado ni un solo detalle de ese 2 de octubre de 2018, el día en el que acompañó a su prometido al Consulado saudí de Estambul.
XLSemanal. Empecemos por el principio…
Hatice Cengiz. Nací en Bursa (Turquía) en una familia conservadora. Estudié Periodismo y trabajé como intermediaria entre Turquía y los países árabes para organizaciones humanitarias.
XL. Pero entonces hubo un hecho que cambió su vida…
H.C. Cuando se produjo la Primavera Árabe, me volqué con los refugiados sirios en Turquía. Mi vida cambió cuando, en 2015, el Daesh quemó vivo a un piloto jordano. Entonces decidí dedicar mi tesis doctoral al Daesh. Me interesé también por los países del Golfo.
«Jamal no se sentía amenazado. Solo le daba miedo que le confiscaran el pasaporte, algo vital para un periodista»
XL. ¿Fue durante esos estudios cuando conoció a Jamal Khashoggi?
H.C. Leía sus artículos y lo seguía en las redes sociales. Era saudí con orígenes turcos y su perfil, su notoriedad eran poco habituales en Oriente Medio. Ni demasiado progresista ni demasiado conservador, justo en el medio. Teníamos puntos de vista comunes en muchas cuestiones.
XL. ¿Cuándo se conocieron?
H.C. En una conferencia en Estambul a principios de 2018. Fui a presentarme. En la pausa fue él el que vino hacia mí. Le conté que estaba terminando mi doctorado. «Si tiene tiempo, me gustaría que continuáramos con esta conversación», me dijo.
XL. ¿Por qué tenía ese interés?
H.C. Había elecciones en Turquía. Quería saber lo que los conservadores, a los que pertenezco, pensaban del futuro del AKP (el partido en el poder). Tenía curiosidad por todo. Me dio permiso para grabar nuestra conversación. Yo quería publicarla en una revista política [coge su iPhone rosa y reescucha su conversación. La voz de Jamal Khashoggi la sume en un largo silencio].
«Jamal me regaló una joya fabulosa. Tenía 60 años y no quería que nuestro noviazgo se alargara»
XL. ¿Y qué pasó entonces?
H.C. Llamé a mi director, pero no quiso publicarla. «Las relaciones entre Turquía y Arabia no son buenas», dijo. No quería problemas. Lo intenté en otros medios. Pero para que tuviera alguna posibilidad de aparecer en algún periódico tenía que ser más larga. Hablábamos por e-mail. Jamal vivía en Washington. Me dijo que quería volver a verme. Estaba sorprendida y feliz al mismo tiempo.

Un selfi de la pareja durante un paseo en el bosque de Belgrado, en los alrededores de Estambul
XL. Y enseguida volvieron a verse, ¿no?
H.C. La semana siguiente, Jamal estaba de vuelta en Turquía. Nos volvimos a ver en un café. Solo tenía unas pocas horas antes de coger su avión. Dejamos de lado la política y me habló de su vida. Me dijo, con lágrimas en los ojos, que se sentía solo. Aquello me impactó. Luego me habló de sus hijos, de su divorcio, con el que había sufrido mucho. Habló de su vida en Estados Unidos, un país que amaba. Pero estaba desesperado por lo que ocurría en el suyo, Arabia Saudí.
XL. ¿Por qué?
H.C. Porque se había visto obligado a abandonarlo. Estaba en shock por los arrestos. Pensaba que el príncipe Bin Salmán estaba loco y que su política conduciría al caos. Era muy pesimista…
XL. ¿Ya se sentía amenazado?
H.C. No, de eso no hablaba nunca.
XL. ¿Qué pasó entonces?
H.C. Algo muy fuerte pasó entre nosotros. Nacía un sentimiento. Las cosas se aceleraron. Él tuvo que irse, pero nos escribíamos todos los días a todas horas. A finales de julio estaba de vuelta. Pasamos una semana maravillosa, no nos dejamos ni un minuto. Cuando llegó el momento de marcharse, me dijo que quería casarse conmigo. Tenía 60 años y no quería que las cosas se alargaran. Me regaló una joya fabulosa [vuelve a sacar su iPhone para enseñarme la foto de un collar].
XL. ¿Era su primera historia de amor?
H.C. Sí, la única. Me pidió que me fuera con él a Estados Unidos. Pero le dije que no.
XL. ¿Y eso?
H.C. En mi entorno, para viajar con un hombre, hay que estar casada o prometida. Yo no tenía nada que hacer en América. No insistió. Con respecto al matrimonio, veía las cosas de una forma muy sencilla. Por encima de todo, no quería ninguna ceremonia tradicional. Yo estaba de acuerdo.
XL. Sus padres son conservadores. La diferencia de edad no debía gustarles…
H.C. Para mi padre era un gran problema. ¡Jamal era mayor que mi propia madre! Pero no se opuso. Le dije que era una decisión mía. «Buena suerte», me respondió.
XL. ¿Cuándo le dijo Jamal que debía ir al Consulado de Arabia Saudí?
H.C. Me había encargado que me ocupara yo de las gestiones de la boda. Hice averiguaciones en Internet. No era posible conseguir el certificado de su divorcio on-line. Lo animé entonces a que consultara la situación con sus amigos saudíes de Washington. Algunos estaban casados con mujeres extranjeras. No sé si lo hizo. Todo lo que sé es que volvió a Estambul sin el documento.
XL. ¿En ese momento ya sabía que estaba amenazado?
H.C. No, no lo sospechaba ni por un momento. Pero temía que, si iba al Consulado, le confiscaran el pasaporte. Para un periodista, este documento es algo precioso.
XL. ¿Y qué pasó luego?
H.C. El 20 de septiembre compró una casa. Era su forma de parecer más aceptable ante los ojos de mi padre, de probarle que era un hombre serio. Lo ayudé a elegirla. Compramos los muebles. Todo estaba en orden. Solo faltaba el certificado.
XL. ¿Y qué paso?
H.C. El 28 de septiembre fuimos al Ayuntamiento. Una vez más, el funcionario le repitió que necesitaba el certificado. Jamal parecía abatido. «Vamos al Consulado», me dijo de pronto. «Sí, vamos», le respondí. Encontramos la dirección del Consulado saudí y cogimos un taxi.
XL. Pero usted no entró…
H.C. No me autorizaron a entrar. Pero a él le recibieron cálidamente las personas que estaban allí y que él conocía. Estaban contentas de volver a verlo. Regresó al cabo de una hora diciendo que tenía que regresar en unos días. Se sentía aliviado.
XL. ¿Cree que en ese momento tuvieron la idea de tenderle una trampa?
H.C. Es imposible saberlo. Solo sé que le dijeron que hacía falta la firma del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo que requería tiempo. Él confió en ellos. El 2 de octubre desayunamos juntos en nuestra nueva casa. Tenía clases en la Universidad, pero anulé todo, no quería dejar que volviera solo al Consulado. No estaba tranquila. Él estaba de buen humor. Llamó al Consulado. Yo le había dicho que no lo hiciera. Le dijeron que lo llamarían. Y lo hicieron 40 minutos más tarde. «Venga a la una». En el taxi hablamos de la nevera que tenían que traernos. Llamó a la tienda para anular el encargo. Al salir del Consulado, escogeríamos una nueva.
«Llamé al consulado. ‘¿Dónde está jamal?’, pregunté. ‘Aquí no queda nadie’, me dijeron»
XL. ¿Cuáles fueron sus últimas palabras?
H.C. «Espérame aquí. No tardaré mucho». Una hora después empecé a inquietarme. Pero me dije que quizá estaría charlando con ellos, agradeciéndoles lo que habían hecho… ¡Parecía tan feliz!
XL. ¿Vio pasar los coches de los asesinos?
H.C. No, no vi nada. En esa zona, la mayoría de los coches llevan las ventanas tintadas. Y estaba lejos de la entrada. A las cuatro, cuando envié un mensaje a mi hermana para preguntarle el horario de cierre del Consulado, me temblaban las manos. «Las tres y media», me dijo. Estaba aterrorizada. Expliqué a dos policías turcos que Jamal no había salido. Me dijeron que no podían hacer nada. Parecían sinceros. Llamé al Consulado. «¿Dónde está Jamal?», pregunté. «¿Quién es usted?», me respondieron. «Soy su novia». «¿Dónde está usted?». «En la barrera de entrada». «No se mueva, voy para allá». Salió un hombre y de forma agresiva me dijo. «Ya no hay nadie dentro. Todo el mundo se ha marchado».
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