Serguéi Polunin, ‘el chico malo del ballet’, es quizá el mejor bailarín del mundo. Y el más polémico. Hace dos años dejó plantado al Royal Ballet de Londres. Ahora lo han expulsado de la Ópera de París por sus comentarios homófobos. Por William Leith/ Fotos: Robert Wilson, Cordon Press y Getty Images
Tras entrevistar a Serguéi Polunin, no sé cómo definirlo. Es quizá el mejor bailarín clásico del mundo y tiene tatuada en el pecho la cara de Vladímir Putin. «De chaval estaba fascinado con Putin. Me encantaba. Me encantaba su energía. No me importaba lo que dijera la gente, yo tenía claro que es un hombre empeñado en hacer el bien», me dijo.
En enero pasado, el mundo se enteró de otra de las opiniones del bailarín ucraniano, por vía Instagram esta vez. Según subió a la Red: «El hombre ha de ser un hombre, y la mujer, una mujer. Las energías masculina y femenina crean un equilibrio. Por eso tienes un par de cojones. ¿Qué se puede decir de esas mujeres empeñadas en hacer de hombres porque tú no te las follas…? Los hombres son lobos, leones. Deja de ser débil, sé un hombre, sé un guerrero».
Otra perla que subió (y que luego borró): «Si ves a un gordo, suéltale un bofetón. Le será de ayuda, hará que se lo piense dos veces y se pondrá a perder peso. ¡No hay que respetar a los gandules!».
«De chaval estaba fascinado con Putin. Me encantaba. No me importaba lo que dijeran. Tenía claro que es un hombre empeñado en hacer el bien»
Polunin fue despedido de la Ópera de París. Sus valores no encajaban con los del ballet parisino, declaró Aurélie Dupont, la directora artística. A nuestro hombre le va la polémica. Por poner un ejemplo, en su momento dijo: «¡No os gusta Donald Trump porque dice la verdad y no se calla lo que piensa!». También subió su tatuaje de Putin a la Red en noviembre pasado, y lo hizo justo el día en el que los ucranianos, sus compatriotas, recuerdan la mortal hambruna que sufrieron a manos de la URSS.
¿Ha perdido la cabeza?
Hablamos del quizá mejor bailarín del mundo, el nuevo Nuréyev, el ucraniano que viajó a Londres y se formó en la Royal Ballet School. Un prodigio capaz de saltar más alto y aterrizar con más elegancia que cualquier otro, el primer bailarín más joven en la historia del Royal Ballet… compañía de la que se despidió a la francesa a los 22 años. Un hombre que ha hablado de su consumo de drogas no después de las actuaciones, sino antes de ellas. Un hombre que ha sufrido depresión. ¿Y ahora esto…? ¿Serguéi Polunin ha terminado por perder la cabeza?
Estamos en el estudio en el que el bailarín va a ser fotografiado. Se muestra cortés y más bien tímido. Tiene 29 años y nació en Kherson (Ucrania). «Me crie en las calles, me pasaba el día jugando en ellas». Empujado por su madre, se formó como gimnasta y después como bailarín. Primero en Kherson, luego en Kiev y en Londres. «Todo gimnasta se propone ganar la medalla de oro. Empecé en el ballet con esa mentalidad. Me propuse convertirme en el mejor». Y lo logró a los 21 años.
Con el éxito llegó el hundimiento personal. «No había sido educado para la libertad»
Sin embargo, la llegada a lo más alto le hizo perder el control. «De pronto, te encuentras con que no hay camino que seguir. Te sientes vacío». De los 3 a los 21 años, su vida había sido entrenar y ensayar. No había tenido una vida de verdad; pero sí un objetivo: ser el mejor. Cuando lo consiguió, todo se vino abajo.
«No me habían preparado para eso. Mi mente no había sido educada para esa libertad y tienes que volver a estructurarte. Me hicieron falta meses y meses… El ballet es muy simple. Cada día es igual al anterior. Te pasas 20 años siguiendo las mismas instrucciones. De vez en cuando te toca actuar. Punto».
A los 22 años, de pronto Polunin, inexplicablemente, lo dejó todo y se desencadenó su hundimiento personal. Las raíces de esa depresión hay que buscarlas en su pasado.
Serguéi siempre ha dicho que nunca le importó ser un niño pobre; todos sus conocidos lo eran. Su madre, Galina, tenía enormes dotes creativas; «Hacía casi cualquier cosa con las manos», afirma. Confeccionaba ropa. «También era una ajedrecista formidable». Su padre, Vladímir, era obrero de la construcción. «Siempre estaba sonriendo», recuerda Serguéi. La vida en Kherson era idílica. Hasta que ese idilio se acabó. Su padre tuvo que emigrar a Portugal para que Serguéi pudiera ir a Kiev. Galina y Serguéi se mudaron a un minúsculo pisito en la ciudad. La carrera del chico como bailarín estaba a punto de despegar, pero su familia se había atomizado. Con los años, esta idea alcanzó tintes de obsesión: el éxito exige un precio. Muy alto.
Polunin ensayaba de forma fanática. «Siempre trato de alcanzar la perfección. Es como funciona mi cerebro. Uno se esfuerza en evitar todo lo feo… en el plano exterior, por lo menos. Otra cosa es tu interior».
La bestia grácil
Ingresó en la Royal Ballet School londinense a los 13 años. A los 17 fue nombrado mejor bailarín joven británico del año; a los 19 era solista; a los 20, el bailarín principal más joven en la historia del Royal Ballet. Valentino Zucchetti, que estudió con Serguéi, ha dicho: «Lo llamábamos ‘la bestia grácil’, porque cuando va a saltar te recuerda a un león… pero, en el aire, su control es absoluto». En la adolescencia, cuando Polunin salía por las noches, no era raro que perdiese el conocimiento por tanto ensayo obsesivo. Ensayaba tanto «porque era mi oportunidad de conseguir que mi familia volviera a estar unida».
No fue lo que pasó. Vladímir y Galina se separaron formalmente. Pero, en Londres, el joven seguía ensayando. «Trabajaba 16 horas al día, seis días por semana. Te vuelves blanco como el papel. Tienes un aspecto enfermizo. Andas exhausto. Horas y más horas… No ves otra cosa. No sabes lo que es la vida. Es un mundo muy cerrado. Como si estuvieras en el ejército». Si no podía recuperar a su familia, siempre le quedaba ser el mejor. Y lo consiguió.
Consumía cocaína, LSD, éxtasis… «Se iban a enterar; no iba a ser malo, iba a ser peor»
«Todos tenemos el bien y el mal en nuestro interior. Siempre lo he tenido claro: la oscuridad lucha por hacerse conmigo, la luz también. Todo es cuestión de qué eliges. La oscuridad siempre es más interesante y divertida, pero también el camino más fácil. La luz, en cambio, resulta mucho más difícil; te obliga a ser muy fuerte». Y reconoce: hay momentos en los que «los pensamientos nocivos van haciéndose con la mente».
Cuando logró ser el mejor, empezó la cuesta abajo. «No sabía a qué más aspirar». Y se fue del Royal Ballet. Se alejó andando por la calle. Nevaba. Se despojó de sus ropas y se revolcó en la nieve.
El episodio acaparó titulares. Se había convertido en el ‘chico malo del ballet’. Era consumidor de coca, de LSD, de éxtasis. ¿Cómo reaccionó?: «Se iban a enterar, iba a ser no ya malo, sino el peor».
A partir de ahí, el hundimiento fue acentuándose. Las drogas ayudaron, claro. «Por entonces no escuchaba música; no tenía ninguna ‘amiguita’. Si escuchaba música, la emoción era excesiva. No leía libros porque me influían demasiado».
Así siguió durante 4 años, antes de cumplir los 25. Luego se embarcó en una complicada relación con la bailarina rusa Natalia Osipova. La joven moscovita entró en el Royal Ballet después de la marcha de Serguéi. Fue escogida para el ballet Giselle, pero no encontraba pareja. Escribió un correo a Polunin. Este accedió a ensayar con ella. En el plano artístico, el emparejamiento fue perfecto… y terminaron por ser pareja fuera de los escenarios. Polunin se tatuó su nombre en la mano. Ya no están juntos.
«No soy un dios. Soy quien soy»
Desde su marcha del Royal Ballet, la carrera de Polunin ha tenido altos y bajos. Trabajó en Rusia, en el teatro musical Stanislavski. Más tarde apareció en un vídeo: Take me to church, grabado por David LaChapelle, que se hizo viral. El verano pasado interpretó esa misma pieza con música de Hozier en Crimea, donde entró de forma ilegal, por lo que ahora tiene prohibido pisar suelo ucraniano.
Este año aparece en la película The White Crow, sobre el astro del ballet Rudolf Nuréyev, dirigida por Ralph Fiennes. En el filme, Serguéi no interpreta a Nuréyev, sino a su amigo Yuri Soloviev, un perfeccionista que se suicidó a los 36 años.
Tras la entrevista, el fotógrafo empieza a retratarlo. Polunin se quita la camisa. Tiene cicatrices en el torso hechas por él mismo. «Me decía que un hombre ha de tener cicatrices», afirmó en su momento. Y muchos tatuajes; entre ellos, un símbolo de la muerte con la leyenda «la vida es un corto viaje». Por encima de la cadera lleva la leyenda: «No soy un ser humano, no soy un dios, soy quien soy».