¿Qué preocupaba tanto a Emilio Aragón? El último artista de la mítica saga Aragón se ha embarcado en un proyecto musical tan personal que hasta le ha quitado el sueño. Un homenaje a su madre donde el pudor lo ha llevado a ocultarse tras un caribeño álter ego: Bebo San Juan. Por Fernando Goitia/ Fotografías de Javier Salas
Emilio Aragón nació en Cuba en abril de 1959. Pocos meses antes, Fidel Castro había proclamado en Santiago el triunfo de la Revolución. Un año después, él y su familia salieron del país. Y nunca regresaron. Esta prolongada ausencia dura ya 59 años y, sin embargo, nunca se ha sentido alejado de su cuna. Aragón ha vivido Cuba en su propia casa. A través de su madre, Rita Violeta Álvarez, cubana de 85 años que sigue sin contenerse las caderas al escuchar un merengue o una guaracha; y también de su padre, Emilio Aragón Bermúdez, el inolvidable Miliki, payaso, músico y contador de historias que inoculó a su único hijo varón el virus de la cultura y el show business. Músico de formación clásica apasionado por los ritmos populares, Aragón acaba de lanzar el que puede ser el proyecto más personal de toda su carrera. Es, sin duda, el más íntimo. Tanto que ni siquiera pensaba hacerlo público. La vuelta al mundo, firmado por Bebo San Juan, es un disco con aires cubanos con el que rinde homenaje a sus raíces caribeñas. En la sede de su productora en Madrid, Emilio Aragón hijo habla con XLSemanal del país que lo vio nacer, de cine, de humor y sobre todo de su familia, una saga dedicada al espectáculo que se remonta a los tiempos de Napoleón.
XLSemanal. Emilio Aragón lanza un disco de música cubana. ¿Es un modo de pagar alguna deuda con el país donde nació?
Emilio Aragón. De algún modo, sí, aunque siempre he vivido Cuba a través de mi madre y, sobre todo, de la música. Además, sigo muy unido a la isla porque tengo familia en La Habana y en Miami.
XL. ¿Separada ideológicamente?
E.A. Mejor no entramos en política, que bastante ruido hay como para darle más vueltas a todo ese follón, pero siempre he mantenido el vínculo y he compuesto cosas para cubanos. Es una conexión que nunca he perdido.
XL. ¿La deuda entonces, más que con Cuba, era con su madre?
E.A. Las dos cosas, pero sí, se lo debía a ella, que fue quien me acunó con la síncopa y esas nanas que ahora se las canta a mis tres nietos. El otro día la vi con Martín, el mayor, en la mecedora: «Duérmete, mi niño; duérmete, mi amor; duérmete, pedazo de mi corazón…». Me emocioné. Mi madre nunca ha dejado de ser muy cubana.
XL. Es que el cubano tiene una identidad muy fuerte, lleva su país muy adentro…
E.A. Es cierto, porque ella, a sus 85 años, 60 sin pisar su tierra, sigue viviendo en cubano muchas cosas.No veas el ritmo que tiene. Es escuchar una guarachita y se levanta. En un restaurante o donde sea. Me agarra y, claro, tengo que bailar con ella. No tiene vergüenza. «¡Y por qué no voy a bailar!». Nos dice que somos unos aburridos [se ríe].
XL. ¿Y usted, de cintura y sabrosura, cómo anda?
E.A. No ando mal [sonríe]. Aruca, mi mujer, sí que es más cuadrada de cintura para abajo. Ya le dije que ahora que salga el disco de Bebo San Juan tiene que apuntarse a clases de baile. «Quita, quita, ¡a estas alturas!», me dice.
XL. Su familia dejó Cuba en 1960, al año de la Revolución. ¿Fue una huida?
E.A. No, no. Lo que pasó fue que mi padre y mis tíos tenían contrato en Puerto Rico y estaban allí cuando el castrismo cerró fronteras. Si regresaban, no les dejarían salir, así que… Nuestra casa quedó con el litro de leche, como se dice, abandonada. Una pena.
«He vivido Cuba a través de la música y de mi madre. A sus 85 años, 60 sin pisar su tierra, aún escucha una guaracha y se pone a bailar
XL.¿Cómo se lo tomaron a largo plazo, viendo que el nuevo régimen se hacía fuerte?
E.A. Hombre, siempre piensas en volver, teníamos la vida en Cuba, pero la cosa se fue complicando de tal manera que fue imposible.
XL. ¿Nunca regresó nadie de su familia?
E.A. No, porque igual no te dejan salir. Te van a preguntar: «¿Por qué se fue usted?, ¿a qué ha venido?, ¿esa casa era suya?». Y tendría que pedir el pasaporte por ser nacido allí, no puedo ir como español. Tenemos familiares que han venido de visita, pero siempre con miedo de que les ocupen la casa. No puedes dejar tu casa vacía.
XL. Hace nueve años dijo a XLSemanal: «El castrismo se cae con el viento». ¿No sopla tan fuerte quizá?
E.A. Sí que parecen tener todo bastante controlado, pero lo único que puedo decir, que me parece de sentido común, es que abran las urnas; que la gente pueda decidir de un modo más directo.
«Ojalá se hablara más de literatura, de múscia, de cine, de series y menos de todas estas cosas que nos dividen y fomentan el odio»
XL. En su familia, con la cuestión cubana siempre de fondo, ¿nunca han tenido problemas con la política?
E.A. Nos las hemos arreglado. Cuando nos juntamos, sobre todo ahora que en España hay tanto ruido, preferimos otra música. Ojalá se hablara más de literatura, de música, de cine, de series… y menos de todas estas cosas que nos dividen y fomentan el odio.
XL. Precisamente, usted y su familia fueron inmigrantes por casi tres décadas. ¿Qué lección extrajo de todo aquello?
E.A. Que soy cubano, puertorriqueño, venezolano, mexicano, norteamericano, argentino y español. He crecido en la diversidad porque mis padres practicaban aquello de: «donde fueres, haz lo que vieres». Nada más llegar a un país, nos decían: «Ahora somos de aquí y debemos aprender del folclore y la cultura; así es como lo vamos a disfrutar». Y entrábamos por la música, que es la manera más universal de entablar un diálogo. Papá, lo primero, nos enseñaba canciones locales y mi hermana Rita y yo las cantábamos cuando venían amigos a cenar. Siempre nos sentimos integrados.
XL. Pero a ustedes los salvó la música y su nivel cultural. El inmigrante tipo carece de esas ventajas y se refugia en su identidad.
E.A. Claro, la identidad, muchas veces, es lo único que te queda. Es difícil, pero si vives en otro lugar puedes enriquecerla. Y pase lo que pase, nunca la pierdes. No hay que tener miedo a la fusión, siempre enriquece. La música es el mejor ejemplo.
XL. ¿A su entender, la pureza no existe?
E.A. Sin duda. Todo se compone de capas que suman. En eso hemos ido ganando ahora que en el mundo está todo cerca. Absorber influencias de otras culturas es algo maravilloso.
XL. Y eso hace en este disco. Por cierto, no me ha dicho quién es Bebo San Juan.
E.A. Soy yo, claro [sonríe]. Es que no tenía sentido sacar un disco cubano firmado por Emilio Aragón. No quería que la gente dijera: «Mira este, ahora le ha dado por la música cubana». Porque no es eso. Si gusta, ya veremos si giramos o qué, pero no pretendo hacer de esto el centro de mi vida. Por eso busqué esta identidad. Viene de mis nietos, que me llaman Bebo, de abuelo. Y mi padre es el Bisa. «Bebo, ponme el Bisa», me dice Aruquita, la segunda. Y le pongo en la tele a su bisabuelo. Imagínate [sonríe]. Y lo de San Juan es un homenaje a Puerto Rico, país al que pertenecen los primeros recuerdos de mi infancia.
XL. Si no tenía sentido sacar un disco cubano de Emilio Aragón, ¿cómo se puso a ello en primer lugar?
E.A. Pero es que no iba a publicarlo. Estoy con una serie y con mi tercera película y esto surgió sin querer. Me empujaron mi madre y mi mujer.
XL. ¿Lo obligaron?
E.A. No, verás, un día, comiendo en familia, mi madre me dijo. «Óyeme, tú le has compuesto canciones a Celia Cruz, Willy Chirino y toda esta gente, pero nunca has hecho nada para cantar tú». «Mamá, pero ¡cómo voy a cantar música cubana!». Y Aruca se unió al coro: «Pues sí, ya podrías componerme algún bolerito, ¿no?» [se ríe].
XL. Su voz, desde luego, no tiene ese timbre y ese tono cubano…
E.A. Claro, porque nací en La Habana, pero me fui con un año. El caso es que compuse bolero, guaracha, merengue, son, cogí una que hice para Celia Cruz y llamé a músicos cubanos amigos. Pero cuando ya estaba todo grabado, me cortocircuité. «¡Cómo puedo atreverme a hacer un disco cubano! Es como si me diera por hacer uno de flamenco». Pasé una larga noche de insomnio pensando: «Esto no está bien. Esto no puede ser».
XL. Pero si ya lo tenía grabado…
E.A. Pero me daba cosa. Así que llamé a Josemi Carmona, de Ketama, y añadimos guitarras; después a mi amigo Josan Goikoetxea y metimos acordeones. Con esos nuevos sabores, me sentí más cómodo.
XL. ¿Le gustó a su madre y a su mujer?
E.A. Sí, menos mal. Porque es una carta de amor a ellas y, por ende, a mis raíces. Lo que pasa es que lo escucharon otras personas y empezaron: «Esto no se puede quedar en el cajón». Pero no quiero que se convierta en una locura.
XL. Usted ha grabado bandas sonoras y piezas clásicas, pero se lo identifica con Te huelen los pies y Cuidado con Paloma, bombazos veraniegos en 1991. ¿Es aquel tipo de ‘locura’ lo que quiere evitar?
E.A. Sí, sí, porque aquello me marcó mucho, me sobrepasó. Fue una broma, una especie de apuesta que llegó demasiado lejos [se ríe].
XL. ¿Tuvo ‘demasiado éxito’?
E.A. Eso es. En una cena con amigos del medio comenté que sería divertido lanzar un disco humorístico a ver si lo ponían en Los 40 y todos dijeron: «Eso no es posible». Así que me puse a escribir, grabamos en cinco días, en directo en el estudio, comiendo de lata y, de repente, teníamos un número uno. Pero yo solo quería reírme.
XL. Pues grabó dos discos más en esa línea y en años sucesivos.
E.A. Sí, la discográfica…, ya sabes. Hicimos una gira de 64 conciertos en 60 días. Llegabas al hotel a las cuatro de la mañana, dormías siete horas, te despertabas, dabas la rueda de prensa y el alcalde te llevaba de visita no sé dónde y a comer con no sé quién; te escabullías a las cinco, probabas sonido, te dabas una ducha y a tocar. Yo le preguntaba a Aruca: «¿Dónde estamos?». Y en algún concierto ya dije: «Buenas noches, tal ciudad», y era otro lugar [se ríe]. Además, estábamos arrancando Globomedia y era imposible llegar a todo. Tuve que sacrificar a la estrella del pop [se ríe]. Por respeto a la música, decidí parar. «Nos hemos reído mucho, pero…».
XL.¿Ya no le veía la gracia?
E.A. Seguía siendo divertido y había una cosa muy bonita: que venían muchos niños y papás a vernos, pero ya no podía más. En esa época, además, arrancábamos con Globomedia y era imposible llegar a todo. Tuve que sacrificar a la estrella del pop [se ríe].
XL. Pondría música, mucho más tarde, a un cuento de José Saramago. ¿Cómo fue aquello?
E.A. Sí, La flor más grande del mundo. Fue un encargo de Víctor Pablo. Lo hice primero con El soldadito de plomo y le gustó tanto que me pidió otro cuento sinfónico. Se lo conté a mi padre y él, que era galgo en esas cosas y me conocía bien, me sugirió ese cuento de Saramago. Me puse a componer y al terminar llamé a José y a Pilar del Río, su mujer. Quedamos en el Palace, les conté lo que había hecho y los dos se quedaron encantados desde el segundo uno.
XL.¿Sin escucharlo siquiera?
E.A. Bueno, querían escucharlo, claro, y les envié una cosa con un software. Sonaba todo electrónico, pero no tenía otra cosa. Al tercer día de silencio por su parte, lo llamé. «Bueeeno, sí, está bieeen» [se ríe]. Por eso, en cuanto fuimos a Santa Cruz de Tenerife para el estreno, les invité al ensayo con la orquesta. Nada más terminar la pieza, José viene hacia mí y me dice: «¡Ah, pero esto es outra coisa, Emilio!» [carcajadas].
XL. Y a partir de ahí, amigos para siempre…
E.A. Sí, tuvimos una relación muy bonita. Pero, espera, tengo otra imagen de aquel día que, a tí que también escribes novelas, te va a gustar. Al salir del ensayo fuimos a una librería –quería dedicar libros a los músicos–, y se puso a mirar en un rincón una de sus obras. Me acerqué y me dijo: «Estaba leyendo esto que escribí hace no sé cuánto y, la verdad es que no está mal» [sonríe]. Me pareció genial, como si le sorprendiera gustarse después de tantos años.
XL.¿Quién fue la primera gran personalidad que se cruzó en su vida?
E.A. Recuerdo bien el primer autógrafo que pedí en mi vida: a Mercedes Sosa, con 13 años, cuando vivía en Buenos Aires. Es gracioso, porque mucho después, en unos Grammy, fue ella quién se acercó a mí. Estaba desayunando en el hotel y veo entrar al comedor a La Negra, como la llamaban en Argentina. Se acerca a mi mesa y me suelta: «Buenos días, Emilio». Yo me derretí, claro. ¡Fue una de las grandes! Toda esa época de los cantantes y músicos latinoamericanos combativos, digamos, la tengo yo en vena. Porque estaba allí.
XL. Otra grande con la que trató fue Celia Cruz. ¿Puede ampliarme ahora eso de que escribió para ella?
E.A. Sí, bueno, es que ella conocía mucho a papá, de sus años en Cuba. Benny Moré, Olga Guillot, Celeste Mendoza, Omara Portuondo, Rita Montaner, Rolando Laserie, Bola de Nieve…, en La Habana de los años cincuenta mi padre conocía a toda esta concentración de talento inigualable. Un día sonó el teléfono y ahí estaba: Celia Cruz. «Óyeme, Emilio, me gustaría que me compusieras unas canciones». Quedamos para comer, me dijo que un amigo común le había dicho que se me daba bien, y le escribí tres temas: De La Habana hasta aquí, que canto en el disco, La candela y Caribe.
XL. ¿Qué más le contaban de la Cuba de los cincuenta donde se conocieron sus padres?
E.A. Algo que mucha gente no sabe, pero el primer programa infantil-familiar de la televisión en español fue el de mi padre y mis tíos. Me da mucho gustito decir eso. ¡En 1948! La televisión comercial empezó en Estados Unidos y, de inmediato, llegó a Cuba. Fue el segundo país.
XL. Esa ‘revolución’ cubana sí que la vivieron en primera línea, ¿no?
E.A. [Sonríe] Eso es. Fue impresionante. Empezaron en Cuba y nunca dejaron de hacer tele. De Cuba a San Juan, luego cinco años en Chicago, de nuevo Puerto Rico, Caracas y Buenos Aires. Y en todos estos lugares con programa propio y vendiendo miles de discos.
XL. ¿En qué medida tenían presente la idea de volver algún día a España?
E.A. Bueno, era extraño porque arrasaban allí donde iban y desde España no llegaban señales. Hasta que en una fiesta en la Embajada de Buenos Aires les presentaron a un señor que venía de España y alguien le contó que «estos señores» tenían el programa de mayor audiencia en Argentina, el disco más vendido en la historia fonográfica del país, una película que había roto récords… El hombre preguntó: «¿Queréis algo de España?». Y mi padre respondió: «Que se acuerden de nosotros, nada más. Llevamos por aquí desde 1945 y nunca hemos pedido nada». Meses después llamaron de Televisión Española: «Nos gustaría que hicierais un programa». En 1972 grabaron en Madrid trece entregas de media hora, en blanco y negro, y fue un éxito tan grande que al año siguiente nos vinimos todos. Pisé España por primera vez con 14 años.
XL. La historia de su familia es fascinante, desde su bisabuelo, Gabriel, en el XIX…
E.A. No, no, empezó antes. Fíjate qué historia más bonita. Arranca a finales del XVIII con un francés, Jean Baptiste Foureaux, que tenía una compañía de artistas. Después, su hijo Jacques funda el Grand Cirque Foureaux y cuando Bernadotte, mariscal de Napoleón, es coronado rey de Suecia [1810], él se va para allá. Su hijo Jean-Adolphe, que fue oficial de la caballería sueca, hereda el circo y tiene una hija, Virginia Foureaux, que…
XL. Su bisabuela.
E.A. Sí. Viajó por Europa como écuyère, bailando sobre una madera a lomos de percherones y una noche, en Granada, un seminarista llamado Gabriel Aragón la vio actuar y se quedó prendado de la estrella del circo. Dejó el seminario y se hizo mozo de pista. Pero Virginia decía que solo se casaría con un gran payaso. Así que mi bisabuelo se fijó esa meta hasta convertirse en El Gran Pepino; se casó con Virginia y fundó una dinastía de payasos. Tuvieron 15 hijos; entre ellos, mi abuelo Emilio y sus hermanos Teodoro y José María, a los que siguieron mis tíos y mi padre.
XL. Maravilloso. Tiene ahí para una serie de televisión…
E.A. De hecho, es lo que me inspiró Circlassica el año pasado, un espectáculo navideño donde conté la historia de mis bisabuelos, con esos 15 hijos que fueron naciendo por la carretera: Génova, Viena…
XL. Su primera película, Pájaros de Papel, es la historia de unos comediantes en la España de la Guerra Civil. Supongo que hay algo de homenaje a su familia ahí, ¿no?
E.A. Sí, mucho. Eso de ir en carromatos, empujando el carro con sus baúles, lo vivieron mi padre y mis tíos en la posguerra. Conseguir un burro era un tesoro. Muchas anécdotas de la película son reales. Es muy curioso porque cuando hablaban de los lugares donde actuaban, no te contaban lo bonitas que eran las plazas y calles: «¡Qué bueno el camerino, las cortinas, la tramoya de aquel teatro!» [se ríe]. Era gente que vivía los teatros. Y como era mi ópera prima, ya sabes, el principio de cualquier escritor es: escribe sobre lo que conozcas.
XL. Los protagonistas eran antifranquistas. ¿Esa parte también está inspirada en su padre y sus tíos?
E.A. Para nada. Ellos hacían teatro, su espectáculo; eso era su vida. Y luego, en América, tampoco se metieron en líos. Llegaron a La Habana con un contrato, fueron surgiendo cosas y se quedaron por allí casi treinta años. En México, por ejemplo, trabajaron con Mario Moreno, Cantinflas, que se portó de maravilla con ellos. Siempre recordaban que les enviaba un coche a recogerles [sonríe].
XL.¿Y usted cómo aprendió el oficio?
E.A. Cuando desayunas, comes y cenas rodeado de este ambiente, lo absorbes, forma parte de tí. Y es curioso, porque para mi padre su trabajo era algo muy serio. No era un hombre triste ni nada de eso, pero tampoco estaba todo el día de chufla. Una de las cosas que le honra a él y a mis tíos es que dedicaron toda su vida a los niños. Eso es algo muy especial. Mi padre, de hecho, escribió muchos relatos y dos novelas y siempre le decíamos que publicara. «No, no, que el público se puede confundir, porque esto es para adultos». Sólo se animó usando seudónimo. Y están muy bien, la verdad. Ambas serían grandes mini series, aunque muy caras [se ríe].
XL. ¿Recuerda su primera vez sobre un escenario?
E.A. Sí, en Chicago. Tendría cinco años. Me cogió mi padre de la mano y me dijo: «Ven, saluda». Recuerdo el foco enorme enfrente. Y al salir, el que estaba con el telón me dijo: «Take another bow, boy». Saluda de nuevo, chaval. Y salí otra vez [se ríe]. Cuando mi padre actuaba siempre había un motivo para hacer algo: acompañarle al piano, algo de comedia; e ibas aprendiendo. Mis veranos y fines de semana corrieron, en buena medida, acompañando a mi padre. Hacía televisión y los viernes nos subíamos al 124; carretera y a actuar, el domingo volver y el lunes al cole. Todas esas horas de camerino forman parte del aprendizaje.
XL. ¿Cual es la gran lección, el principio básico sobre el espectáculo, que heredó de su padre?
E.A. Que el escenario es un templo y que respetar al público es una regla sagrada. Es un respeto positivo. Con Amparo Baró viví en ejemplo muy claro de esto que te digo, cuando la invité al Club de la Comedia para hacer un monólogo, que es algo muy exigente; si la gente no se ríe en dos segundos, mal. La recuerdo entre bambalinas, inquieta, enfadada: «¡Quién me manda a mi meterme en esto! No, hijo, no, es que esto no es lo mío, es otra cosa, no sé por qué te dije que sí». Todo esto a segundos de salir a escena. Le angustiaba no estar a la altura para cumplir con el respetable, que por eso se le llama así, por el respeto.
«El humor es el mejor termómetro para medir la salud la salud de una sociedad.Un humorista debe poner el dedo en la llaga, aunque moleste»
XL. No me diga más. Arrasó.
E.A. Bueno, salió y a los cinco segundos, carcajadas. Fue un monólogo de diez minutos y siempre para arriba, para arriba. Termina, ovación, entra entre cajas, se acerca y me dice: «Emilio, ¿cuándo me llamas otra vez?» [risas]. Maravillosa.
XL. ¿En qué estado se encuentra el humor en la actualidad?
E.A. Mucha gente se escandaliza con según qué cosas, pero eso me parece un retroceso. El humor es el mejor termómetro para medir la salud de una sociedad. Los humoristas deben poner el dedo en la llaga, aunque moleste a algunos. Es su papel.
XL. ¿Cualquier asunto es susceptible, entonces, de inspirar un chiste?
E.A. Sí. ¡Benditas chirigotas! Son un altavoz perfecto para reírse de todo y nadie se atreve a censurarlas. El humor es determinante en nuestra vida.
XL. En Estados Unidos, si echa un vistazo en YouTube, verá que Donald Trump debe de ser el más imitado de todos los gobernantes de la historia…
E.A. Sí, es verdad. Yo veo todos los late nights y todos arrancan con tres o cuatro minutos de monólogo dedicado a Trump. Allí la política y la comedia se entienden de otro modo. Seinfeld sacó a Obama en su programa titulado Cómicos en coche bebiendo café. Obama, como cómico, quiero decir. ¡Genial!
XL. «La política y la comedia se entienden de otro modo»… ¿Quiere decir, en comparación con España?
E.A. Sí, bueno, imagina algo así aquí. Y es saludable, porque descomprime el debate y humaniza al político, que es un tipo normal y corriente, pero con una gran responsabilidad. Hay mucho sentido del ridículo.
XL. En 1987, protagonizó usted Policía, una película con Ana Obregón. Fue su bautizó como actor, aunque sin ánimo de ofender, creo que le faltaba un hervor…
E.A. ¡Dios mío! Sí, no fue mi mejor decisión, la verdad. Me llamaron y me lancé al ruedo, pero enseguida me di cuenta de que no. ¡Stop! En esa época todavía andaba buscando. Ya había hecho comedia gestual con Ni en vivo ni en directo, en TVE, y estaba buscando mi voz, haciendo monólogos en colegios mayores, de frac, sentado al piano y tocando Chopin, Bethoven, pero con humor. Yo era una rara avis. A no ser que contaras chistes, la gente entonces no pagaba para ver a un tipo solo en escena.
XL. Fue usted, entonces, un pionero del monólogo en España.
E.A. Pues un poco, supongo. Digamos que conocía las cosas que se hacían fuera y que buscaba mi sello personal. Y es curioso, porque al final encontré mi camino aceptando otro proyecto que, en realidad, no quería hacer.
XL. ¿Se refiere a Saque bola, el primer concurso que presentó en televisión, en Canal Sur?
E.A. Eso es. Y fíjate que yo tenía claro qué cosas no quería hacer, y entre ellas figuraba presentar concursos de televisión. Pero me llamó mi amigo Tomás Summers, hermano de Manolo Summers, y me dijo que arrancaba Canal Sur y que querían hacer un programa conmigo. «No, no, nada de concursos», le dije [risas]. El hombre insistió y, al final, hice el piloto. «Pero lo hago porque somos amigos, Tomás. Esto y nada más». Total, que hicimos el piloto y me fui a mi casa convencido de que no iba a ir más allá. Pues a la semana me llama Tomás: «Oye, les ha gustado mucho y queremos que lo hagas». «Pero, Tomi, ya te dije que yo no…» «Pero, hombre, cómo no lo vas a hacer». Lo comenté en una comida familiar de estas de sábado y me dijo mi padre: «¿Y por qué no lo vas a hacer?». «No, es que lo que yo quiero hacer es…».
XL. Algo más trascendente…
E.A. [Se ríe]. Sí, algo así. Y me dijo: «Hijo, pero si tienes 27 años. ¿No te has fijado que la carrera de cualquier persona está trufada de experiencias diversas? Al final, lo que importa es el viaje». Lo hablé luego con mi mujer y, al final, lo hice. Y se convirtió en una locura. Saque bola tenía shares del 75% audiencia. De hecho, recuerdo un día, en el mostrador del aeropuerto de Sevilla para volver a Madrid, que resonó una voz detrás de mí: «¡Tú eres el culpable, tú!». Era el presidente de la Federación de Videoclubs de Andalucía que decía que la noche del programa nadie alquilaba películas.
XL. Y así fue como regresó a la televisión…
E.A. Así es, sí. Y eso me llevó hacia un lugar en el que me fui reconociendo. Fue como las rocas de esa escena de Buster Keaton que van cayendo por la loma, cada vez más grandes… No sé si de El maquinista de la general…
XL. Esa escena es de Siete ocasiones…
E.A. Ah, mira. ¿Tú sabes que mi padre hizo una gira con Buster Keaton?
XL. Sí, sí, he visto alguna foto de ellos juntos en Internet…
E.A. Pues anduvieron varios meses de gira por Estados Unidos. Mi madre guarda cartas de la esposa de Buster Keaton. Papá lo recordaba siempre con mucho cariño. Íbamos de motel en motel y nos compramos una pequeña barbacoa para cocinar y él se compró otra igual y empezaron una especie de competición a ver quién hacía las mejores hamburguesas y chuletones. Él ya andaría entradito en los 60 y se hacía unos mortales en el trampolín de la piscina que todos alucinaban. Porque él, como muchos de su generación, era acróbata antes que cómico. Todos estos empezaron en el circo y el music hall. Y Chaplin el primero.
XL. Habrá visto, entonces, la película Stan & Ollie…
E.A. Por supuesto, qué bonita. Es que John C. Reilly es igualito a Oliver Hardy. Y Steve Coogan clava los gestos de Stan Laurel. Me pareció muy entrañable. Me emocionó porque me retrotraía muchísimo a los tiempos de mi padre. Son cosas que les han pasado a muchos de estos artistas, ese ocaso de quien fuera la mayor estrella en su tiempo y, de repente, nadie sabe quién eres, nadie te reconoce. Es tremendo.
XL. A sus 60 años, ¿le queda algo pendiente por hacer?
E.A. Nada en particular, disfrutar de todo lo que haga y pasarlo lo mejor posible. Lo bueno de este trabajo es que te mantiene la cabeza activa y quizá eso me alargue un poco la vida.
XL. No toma una decisión, por cierto, sin contar con su mujer…
E.A. Absolutamente. Todo. Desde que somos novios. No sé donde empieza ella y termino yo, y viceversa.