George Clooney tiene claro que hay cosas que jamás cambian; una de ellas es quién acaba pagando los platos rotos cuando algo sale mal. En la nueva serie para televisión que produce, dirige y en la que también actúa, ‘Catch-22’, vuelve a la Segunda Guerra Mundial para recordar algunas «lecciones fundamentales». Él mismo nos lo cuenta. Por Jane Mulkerrins/ Fotografía: Anette Nantell
«Mi mujer es considerablemente más joven que yo», me cuenta George Clooney, como si yo pudiera ignorar que en 2014 se casó con Amal Alamuddin, abogada especializada en derechos humanos 17 años menor que el actor. «A veces le digo. ‘Tienes que ver esta película. Es una de las mejores que he visto en la vida’. La vemos juntos y, al final, resulta que es malísima».
Clooney se encoge de hombros. «Es normal. El entretenimiento tiene diferentes significados en distintos momentos. Hay películas y series de televisión que nos resultan anticuadas porque reflejan la sensibilidad de una época. Pero hay historias que se mantienen y que incluso ganan con el tiempo».
«La Segunda Guerra Mundial cambió Estados Unidos a mejor. Enviamos a millones de personas a otros países y no solo hicimos la guerra, nos empapamos de su cultura»
Para Clooney, Catch-22 -la sátira antibélica escrita por Joseph Heller en 1961- es un ejemplo de esto último. «Es una historia atemporal; sus lecciones fundamentales siguen vigentes. la mierda se desplaza hacia abajo; resulta saludable burlarse de la autoridad; la guerra es una locura. Un relato que ya estaba vigente en la Roma de la antigüedad y que seguirá siendo actual dentro de 50 años».
En 1970, después del éxito mundial de El graduado, el director Mike Nichols llevó la novela de Heller a la pantalla, con Art Garfunkel y Jon Voight como protagonistas. Casi cinco décadas más tarde, Clooney vuelve a la carga con una nueva adaptación, en calidad de productor y director de una serie de seis episodios interpretada por Christopher Abbott, Kyle Chandler y Hugh Laurie. El propio Clooney aparece en dos capítulos. Es la primera vez que Clooney regresa a la pequeña pantalla desde que dejó ‘Urgencias’, la serie ambientada en un hospital que le catapultó a la fama hace 20 años.
Estamos en un hotel de Pasadena (California) hablando a la luz de una lámpara que parece haber sido diseñada para un interrogatorio policial. Vestido con traje gris y una camisa con el cuello abierto, el actor, de 58 años, está bronceado, delgado y fibroso. A pesar de la iluminación poco favorecedora, es tan apuesto como en el cine.
«HAY QUE TIRARSE A LA PISCINA Y VER QUÉ PASA»
No tiene empacho en decir que dudó antes de trasladar Catch-22 a la pantalla. «Al principio, no lo tenía claro del todo porque estamos hablando de una de las mejores novelas americanas de todos los tiempos», dice. Además, no es un libro fácil de adaptar; su estructura es, en palabras del guionista Luke Davies, «una chifladura caótica, caleidoscópica». Pero, para Clooney, «al final es cuestión de tirarse a la piscina y ver qué pasa. He tenido suerte en mi carrera profesional. He participado en proyectos que han resultado fáciles y divertidos, pero uno con el tiempo se dice que hay que dar un paso más allá. Hay que jugársela un poco, correr riesgos».
A Clooney le interesa mucho la Segunda Guerra Mundial, la época donde se desarrolla Catch-22. «Mi tío fue piloto de un bombardero B-17, y en casa tengo su tarjeta de vuelo, en la que están anotadas todas las misiones en que participó, incluyendo el bombardeo de Dresde -cuenta-. Mi tío se alistó con 17 años, y a los 18 ya estaba volando. En Estados Unidos hay quien habla de ‘la mejor generación de todas’, y no andan desencaminados».
En su opinión, la Segunda Guerra Mundial sirvió para poner fin al ascenso de los nacionalismos y, en paralelo, revolucionó la cultura y la mentalidad estadounidenses. «Enviamos a millones de personas a otros países, y no nos limitamos a guerrear, sino que también nos empapamos de cultura, aprendimos sobre el arte y la música de otros lugares, sobre lo que la gente comía… Esas personas luego volvieron a casa, y la consecuencia fue que nuestro país se volvió mucho mejor». Suspira y añade: «Las dos siguientes generaciones fueron perdiendo la costumbre de viajar. Si recuerdo bien, en 1990, menos del diez por ciento de los americanos tenía el pasaporte en regla (la cifra en realidad era del cuatro por ciento). Si no viajas, si no sales de tu país, acabas por desconfiar del resto del mundo, al final te entra miedo. Y resulta muy fácil considerar que los demás son el enemigo. Que todos los refugiados son unos terroristas, por ejemplo».
«Esta serie se desarrolla en pleno conflicto; era imposible convertir a los soldados en mujeres. Pero, para atenuar la desigualdad, dos episodios los dirigió la directora de fotografía»
Clooney ha usado su estatus de estrella de Hollywood para llamar la atención sobre numerosas cuestiones internacionales, como el genocidio de los armenios o el conflicto en Darfur. Este mismo año ha llamado a boicotear el grupo hotelero Dorchester, propiedad del sultán de Brunéi, por prohibir la homosexualidad y el adulterio en su país y castigarlos con la condena a muerte por lapidación.
«YO CASI NO TENGO VIDA PRIVADA»
Desde que se casó con Amal, Clooney prácticamente ha dejado de residir en Los Ángeles, su hogar durante más de 35 años. El matrimonio ahora pasa gran parte de su tiempo en Inglaterra, en su imponente caserón a la orilla del Támesis en Sonning, en el condado de Berkshire. Le pregunto si le resulta más fácil mantener la privacidad en su casa británica. «Da igual dónde viva; yo casi no tengo vida privada -contesta-. Vivimos asediados por la vigilancia constante de los fotógrafos de la prensa. Es algo que siempre está ahí».
Amal y él hacen lo posible por proteger la privacidad de sus hijos gemelos, Alexander y Ella, que acaban de cumplir dos años. Recientemente el matrimonio demandó a una revista francesa por la publicación de unas imágenes tomadas por un fotógrafo que se encaramó a los setos que rodean la vivienda. Sin embargo, Clooney echa mano al móvil y dice. «Voy a enseñarle algo que le hará gracia. Mi mujer acaba de enviármelo». En la pantalla aparece una foto de los hermanitos, sentados en sendas tronas, con manchurrones de comida por todas partes. Hace zoom al rostro de Alexander y a continuación me muestra la imagen de otro niño pequeño, en blanco y negro esta vez. Es el vivo retrato de Alexander. «Soy yo», indica el actor sonriendo.
De chaval, Clooney no pensaba en convertirse en actor. «Mi sueño era ser periodista de televisión -explica-, lo mismo que mi padre». (Nick Clooney, quien hoy tiene 85 años, era locutor y presentador de un noticiario). Pero, tras dejar la universidad y trabajar en diversos empleos -comercial de seguros, vendedor de calzado, recolector de tabaco- se apuntó a una academia de interpretación.
«Los duques de Sussex son amigos nuestros. El acoso a Meghan es parecido al que vimos con Diana. Y ya sabemos cómo acaban estas cosas»
Nunca llegó a trabajar de periodista, pero sus opiniones sobre los medios de comunicación son firmes. «Creo en la libertad de prensa -recalca-, por mucho que mi vida privada pueda resentirse». Sin embargo, no hace mucho estuvo criticando el modo en que la prensa «persigue y vilipendia» a Meghan Markle, la duquesa de Sussex, por entonces embarazada. Clooney se retrotrajo a lo sucedido con Diana, la princesa de Gales. «La historia se repite -afirmó en tono sombrío-. Y hemos visto cómo acaban estas cosas».
Según explica, el duque y la duquesa de Sussex «son amigos nuestros. Y la opinión pública está encantada con ella, pero los de la prensa sensacionalista han decidido que todo vale para conseguir ventas o empujar a los lectores a hacer clic en el titular indicado. El acoso a la duquesa es parecido al que vimos con Diana. Cuando Diana murió, todos se mostraron la mar de compungiditos. Pero dos meses después estaban otra vez con lo mismo».
«Amal y yo estamos en su punto de mira continuamente», prosigue. Clooney ya no se sorprende al abrir un periódico y encontrarse «con un artículo en el que se especula sobre nuestra separación inminente. Luego salimos a cenar, nos hacen unas fotos y al día siguiente publican que estamos tratando de reconciliarnos».
RECORDAR EL WATERGATE
Clooney cuenta que a estas alturas no está muy interesado en interpretaciones como las de Batman y Robin u Ocean’s eleven. «Me han ofrecido un montón de papeles en superproducciones de Hollywood. Pero es un error seguir haciendo siempre lo mismo, como si los años no pasaran para ti», dice.
Vuelve a sonreír. «Y una cosa más. He vendido una marca de tequila. Así que el dinero no me hace falta». Es un hecho. Según la revista Forbes, el año pasado se sacó la friolera de 236 millones de dólares antes de impuestos. En gran parte, gracias a la venta por mil millones de Casamigos, la marca de tequila que fundó con Rande Gerber.
«Me han ofrecido trabajar en un montón de superproducciones, pero es un error hacer siempre el mismo papel, y dinero… no me hace falta»
Es inevitable abordar la cuestión de la desigualdad en Hollywood. Clooney se lleva las manos a la cabeza. «Cuando empezó a hablarse del asunto, ya estábamos metidos en la preparación de Catch-22. ¡Vaya, todos los protagonistas son hombres!, me dije». Hace una mueca y añade: «Pero la trama se desarrolla en 1944, en plena guerra, y era imposible convertir a los personajes en mujeres. No estamos hablando de Ocean’s 8». Estaba previsto que él mismo dirigiese cuatro de los seis episodios de la serie, pero dio con una forma de atenuar el problema de la desigualdad. «Llamé a los productores y les dije que dieran dos de mis episodios a Ellen Kuras». Kuras, la directora de fotografía de la serie, de pronto se encontró en la silla de dirección.
Clooney ya está pensando en el próximo proyecto, una serie de ocho capítulos sobre el escándalo Watergate. «Si te fijas en los personajes involucrados. el jefe de gabinete de Nixon, el fiscal general… queda claro que todos eran hombres brillantes, inteligentes. Y todos ellos fueron a parar a la cárcel». Enarca una ceja. «Me parece que es oportuno recordar estas cosas».
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