Este salmantino, a sus 69 años, dirige Iberdrola, el mayor productor eólico mundial. Invitado habitual a todos los foros sobre cambio climático, aprovechamos la cumbre del clima de Nueva York para hablar el pasado 23 de septiembre con Ignacio S. Galán. Por Fernando Goitia/ Fotografías: Antón Goiri
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«Dejémonos de palabras y pasemos a la acción. Es hora de acelerar la reducción de emisiones. No podemos esperar 30 años; hay que hacerlo ya». Antes de charlar con XLSemanal en la planta 36 de un rascacielos neoyorquino, Ignacio S. Galán se dirigió a la Asamblea General de Naciones Unidas. «En realidad, es un mensaje que llevo años repitiendo», explica. Desde hace 18 años al mando de Iberdrola, la mayor generadora mundial de energía eólica, este salmantino de Villavieja de Yeltes fue el único empresario español presente en el evento, dominado por la presión de jóvenes activistas como la adolescente sueca Greta Thunberg. En su pueblo, de apenas 800 habitantes, nadie podía imaginar que aquel chico fascinado con la vida rural que se fue a Madrid para estudiar llegaría tan lejos. Con solo 22 años ya solucionaba entuertos en Tudor, donde puso en marcha la expansión internacional del histórico fabricante de baterías; dirigió más tarde empresas de telecomunicaciones o aeronáutica; y en 2001 se convirtió en consejero delegado de la centenaria eléctrica española y, cinco años después, también en su presidente. Su gestión ha transformado una empresa de ámbito nacional en una multinacional con presencia en más de 30 países y que proporciona empleo a más de 400.000 personas y suministro eléctrico a más de 100 millones. A sus 69 años, Galán es un hombre con mucho poder, de cuyos labios pueden brotar nombres como Angela Merkel; Emmanuel Macron; Antonio Guterres, secretario general de la ONU; o Tamim bin Hamad al-Thani, emir de Catar –«tengo muy buena relación con ellos», revela– con la misma naturalidad que los de sus amigos de infancia. En esta entrevista revela ese lado tan privado mientras ahonda en cuestiones como los retos ante el cambio climático, el mapa eléctrico nacional o la política española.
XLSemanal. Usted ha participado en otras cumbres del clima. ¿En qué ha sido esta diferente?
Ignacio S. Galán. El gran elemento adicional, importantísimo, es la presencia de Greta Thunberg y de varios jóvenes más de la India, China, Sudáfrica… El movimiento juvenil para que hagamos algo es imparable.
XL. ¿En qué cuestiones le hace pensar esta indignación juvenil?
I.G. En que estamos de acuerdo. Me alegra ver cómo empujan a los líderes empresariales y políticos, porque ya no podemos seguir destrozando el mundo y la salud de la gente. La bandera de los jóvenes es lo que va a generar un cambio
de verdad.
XL. Las metas planteadas para 2050 parecen insuficientes y, además, muchos países incumplen los acuerdos. ¿De verdad se ha avanzado esta vez?
I.G. Bueno, eso es precisamente lo que llevo repitiendo desde hace mucho: 30 años es demasiado tiempo, hay que hacerlo ya. En cuanto a la cumbre, Guterres ha propuesto una cosa muy interesante: que en lugar de gravar la renta, se grave el consumo y la producción de todo lo que no es medioambientalmente sostenible. Me parece una aproximación muy buena para educar a la gente. Incentivar. No se puede perder más tiempo. El calentamiento se está acelerando.
XL. ¿Hay un compromiso real en el mundo empresarial y político o todo esto no es más que un mecanismo publicitario para lavarle la cara al capitalismo?
I.G. La verdad es que hoy se habla mucho de transición energética, pero el Protocolo de Kioto se aprobó en 1997. Nuestra empresa enseguida se puso las pilas, pero mucha gente no se lo tomó en serio cuando debía y ahora están apremiándose. No se puede seguir haciendo green washing, lavarse la cara; hay que tomar medidas. La contaminación, por ejemplo: ¡hay millones de personas afectadas! O las catástrofes naturales…
XL. ¿Está cambiando el flujo inversor hacia las energías limpias?
I.G. Sí, y este es un elemento importantísimo que he visto en esta reunión: los grandes fondos de inversión, empezando por los soberanos, están tomando el liderazgo. El de Catar, los noruegos, Black Rock…, todos están ahí. Hay que ampliar el acceso a los mecanismos financieros ‘verdes’ a más empresas, pero soy optimista; las cosas se mueven, percibo mayor compromiso.
XL. Entre inversionistas y empresas, pero ¿también en los gobiernos?
I.G. Le remito a lo que ha dicho hoy Guterres: «El freno está muchas veces en las instituciones públicas; las empresas son las que están moviendo a la sociedad».
XL. ¿Me puede poner un ejemplo?
I.G. Para que te hagas una idea: construir una central eólica o fotovoltaica lleva un año, pero conseguir los permisos son cinco años. Ocurre en todo el mundo. Se lo he dicho a la ministra Ribera, al presidente Sánchez, a Guterres…
XL. ¿Por qué se tarda tanto?
I.G. Porque los negacionistas son expertos en bloquear la Administración. Quieren seguir ordeñando sus activos sucios y saturan de peticiones e informes los organismos para bloquear la Administración y que todo se demore. Así de sencillo.
«En España hemos tenido demasiados años la cultura del pelotazo, especulativa. Eso es mal capitalismo. No es ser un empresario»
XL. ¿Eso ocurre en España?
I.G. En todas partes. Empresas que producen energía con combustibles fósiles, con beneficios de tres millones de dólares diarios, usan toda clase de artimañas para demorar o impedir la construcción de nuestros parques y líneas de transmisión. En Massachusetts, por ejemplo, han pedido un referéndum para frenar la línea de transmisión de energía limpia que queremos transportar desde Canadá. Hay mucho dinero de por medio.
XL. En los setenta, el Nobel de Economía Milton Friedman –gurú neoliberal– dijo que la prioridad de un CEO es proporcionar beneficios a sus accionistas. Idea que ha regido hasta hoy en muchas grandes corporaciones. ¿La suscribe?
I.G. A ver, los accionistas son los dueños y yo soy un empleado, eso es cierto, pero una empresa no es solo ganar dinero. Debe buscar un equilibrio entre el interés del accionista, el de sus trabajadores y el de la sociedad. Y al gestor que no es capaz de combinar esos tres ejes se lo llama ‘especulador’.
XL. La gente siente que estamos dominados por la codicia corporativa…
I.G. Me niego a ser parte de esa imagen. En España hemos sufrido demasiados años la cultura del pelotazo; especulativa, pero eso es mal capitalismo. Eso no es ser un empresario. Las empresas deben combinar los tres ejes que te decía. Y muchos empresarios así lo hacen.
XL. En todo caso, un CEO que no da beneficios a sus accionistas sigue teniendo los días contados, ¿no?
I.G. Claro, y quitarle de en medio es facilísimo, pero nosotros llevamos dos décadas demostrando que con la economía ‘verde’ generamos oportunidades industriales, un entorno más limpio y saludable y más y mejores empleos.
XL. ¿Cómo recibieron sus accionistas, en 2001, su apuesta por la expansión internacional y las energías limpias?
I.G. Fue complicado, porque el modelo era Enron. Mientras yo planteaba producir y distribuir energía, cambiando el paradigma al invertir 16.000 millones en renovables, y tener poco endeudamiento, el modelo imperante era especulativo. «Llevamos cien años generando y distribuyendo energía; hagámoslo mejor todavía», era mi argumento.
XL. ¿La reputación es su valor más preciado?
I.G. Es fundamental. Dijimos en 2001 que duplicaríamos el tamaño de la compañía en cinco años y más que lo duplicamos; dijimos que invertiríamos y ejecutaríamos tantas obras y lo hicimos; dijimos que no íbamos a superar cierta deuda y lo cumplimos; dijimos que íbamos a pagar un dividendo y lo pagamos… Así es como ganas la confianza. Por eso llevo no sé cuántos años ganando el premio a las mejores relaciones con inversores, al mejor CEO… Y no es porque yo sea muy listo, sino porque invierto tiempo –horas y horas– y paciencia. Dicen que el cariño viene del roce, ¿no? [Sonríe].
XL. ¿Su familia nunca le ha pedido que se lo tome con más calma?
I.G. Pues como llevo casado 38 años, mi mujer ya sabe cuál ha sido mi vida. Siempre estuve igual. En todos los sitios donde he estado me ha tocado estar en todas partes. Viví cinco años en Alemania, con niños pequeños en Madrid, iba y venía; estuve en Tudor, al principio, llevando toda el área exterior, comprando sociedades por todos lados; o sea, siempre he andado en el avión metido y ella lo conoce.
XL. ¿A los nietos les habla de medioambiente y renovables?
I.G. Aún no, son pequeños. El mayor tiene siete años. Él sabe de vacas, caballos, becerros, tractores… Es mi otro mundo, de agricultor de fin de semana.
XL. ¿Sigue viendo a sus amigos de infancia de Villavieja de Yeltes?
I.G. Sí, claro, el boticario, el cartero, albañiles, otro estaba en una fábrica de curtidos; nos vemos cuando voy. Los padres de muchos inmigraron al País Vasco, a Alemania… Este verano estuve con Titi, Juanito, que es mecánico y vive en Derio, cerca de Bilbao. Se marchó con 18 o 20 años y sigue yendo por allí; y nos vemos.
«Me escapo a Salamanca siempre que puedo. Son mis raíces; mis amigos, mi vacas, mis caballos; pero no de hípica, son caballos de trabajar con el ganado. Es el único sitio donde todavía me llaman José Ignacio»
XL. ¿Va mucho?
I.G. Me escapo siempre que puedo, son mis raíces: mis amigos, mis vacas, mis caballos; pero no de hípica, ojo, son caballos de trabajo, para encerrar vacas moruchas, que son de las de andar con cuidado; y con pantalón de pana, gorrilla y bastón. Es el único sitio donde todavía me llaman José Ignacio.
XL. ¿Sus padres hicieron muchos esfuerzos para que pudiera estudiar Ingeniería Industrial?
I.G. Tenían posibles, pero sí, hicieron esfuerzos; pero bueno… como todos en aquel tiempo.
XL. Dicen que le gusta mucho la calle, conocer a sus empleados…
I.G. Conozco a muchísimos, sí. Y cuando estoy hasta el gorro de papeles y tensiones, me pongo unas ‘botangas’ de obra, una camisa con el nombre de Iberdrola y me marcho a tocar obra. Estar con la gente y sentir el mundo real, ver el esfuerzo que hacen; como ingeniero, me gusta ver las cosas y que me cuenten los problemas.
XL. Es el único superviviente de la renovación de cúpulas en las grandes compañías españolas: Telefónica, Santander, BBVA… ¿Cuál es su secreto?
I.G. ‘Superviviente’ no me gusta, pero sí soy decano de todos los CEO de Europa y de las utilities del mundo. Y la clave es sencilla: no engañar. Como te dije, si presento un plan, lo cumplo. Y si no sale como debe, lo cuento. La gente lo aprecia. Además, cuando ha sido necesario, he defendido los intereses de los accionistas con uñas y dientes.
XL. ¿Cuáles fueron sus primeras decisiones al frente de la compañía?
I.G. Lo primero, conocer a la gente. La empresa había vivido la fusión de Iberduero e Hidroeléctrica Española en 1992, pero la integración estaba inconclusa. Seguían siendo dos mundos. Así que me pasé varios meses viendo instalaciones y personas. Cada mañana tomaba café y charlaba con un grupo de 15 o 20 empleados de lo más diverso.
XL. En una empresa más que centenaria, ¿qué le costó cambiar?
I.G. Pues, mira, el color corporativo me costó tres Consejos, no te digo más; era algo muy interiorizado. Y, cuando se aprobó, alguien dijo: «Vale, pero que sea verde alcántara». Yo, ni idea, pero sí, claro, que sea verde alcántara [se ríe].
XL. Eso le marcó, por lo que veo…
I.G. Sí, pero ha habido cosas más complejas. Con la expansión internacional fue difícil evitar filtraciones en plenas negociaciones. ¡Que a la mínima la operación se iba al garete! Recuerdo que la de Scottish Power casi se tuerce porque alguien se fue de la lengua. Yo estaba en Estados Unidos, regresé a todo correr a Madrid, celebramos un Consejo de urgencia y en 48 horas estaba resuelto.
«Con las elecciones estamos sacando las cosas de quicio. La gente puede volver a opinar otra vez. Es como una segunda vuelta: peor sería si no nos consultaran, como pasó durante 40 años»
XL. Imagino que habrá sido un aprendizaje tremendo para usted…
I.G. Desde luego he vivido cosas que nunca… Bueno, tenía experiencia en fusiones y absorciones, pero nada que ver con el tamaño de las que hemos hecho aquí. Han sido años de un continuo comprar, fusionar, integrar…
XL. ¿Por qué cree que les han salido bien las cosas?
I.G. Bueno, le hemos echado ganas, cariño, entusiasmo, horas… Duermo más en aviones que en mi casa. Pero es que la forma de integrar a la gente es tocándola y tienes que estar ahí. Hoy tenemos escoceses, americanos, mexicanos, brasileños…
XL. Ya que lo menciona, como experto en negociar y llegar a acuerdos, ¿qué consejo da a nuestra clase política?
I.G. A ver, que nosotros tampoco llegamos siempre a acuerdos, ojo. De todos modos, yo no entiendo nada de política, soy nulo en el tema; vamos, que me meto a político y duro un minuto, porque digo cosas que a mucha gente no le gustan…
XL. Tampoco le pido que señale a un partido u otro…
I.G. No, claro, pero bueno… sí creo que estamos sacando las cosas de quicio. Para mí es sencillo: los hemos votado para que lleguen a un acuerdo, pero ha surgido un obstáculo y no han llegado a nada, así que, después de lo que ha pasado, la gente puede opinar otra vez. Peor sería si no nos consultaran, como pasó durante 40 años. Es como una segunda vuelta, algo que existe en muchos países.
XL. En la última década, en España ha habido tantas reformas energéticas como ministros con el fin, teórico, de bajar precios. ¿Cómo valora esto?
I.G. Ojalá hubiera habido reformas, lo que hemos sufrido han sido improvisaciones una tras otra. Las empresas hemos tomado decisiones sin saber lo que pensaba el ministro de turno sobre la planificación y la demanda del país; sobre qué sector quería desarrollar, cerrar o lo que fuera, y si quería hacerlo de manera sostenible o dependiendo de una fuente energética o de otra. «Oiga, dígame usted lo que quiere, ¿dónde voy?». Hemos dado bandazos durante años: que si ahora todo con gas porque hay un acuerdo con Argelia; que si ahora el carbón… Y, de repente, a alguien se le ocurre que termosolares para sota, caballo y rey, aunque estén a 500 euros.
XL. Usted, de hecho, pidió echar el freno a las termosolares…
I.G. Claro, es que aquello no estaba maduro. «Espérate un poquito. No hagas 5000 megavatios de golpe. Haz 50, pruébalo y desarróllalo».
«No tiene sentido que las energías limpias sean las que más impuestos pagan en España. Hay que aplicar el principio de que quien contamina paga»
XL. Y ahora España tiene multas pendientes por más de 7500 millones debido al cambio regulatorio que recortó las primas a los inversores en renovables…
I.G. Sí, ha sido una locura. Lo están pagando dos gobiernos después con los arbitrajes internacionales que tenemos. La buena noticia es que ahora, por primera vez, se ha hecho un plan energético nacional, que es algo que llevaba pidiendo 20 años. Y con los precios, lo mismo. En lugar de culpar a nadie, la ministra analizó el problema, revisó los impuestos que se aplicaban y los precios han bajado.
XL. Es curioso que se queje de que los ministros no les hacían caso, porque entre los españoles prima la sensación de que tienen mucho poder y que el Gobierno siempre los favorece para que ganen más.
I.G. Sí, lo sé, por eso decidí sacar un anuncio en todos los periódicos de España para explicar a los consumidores por qué pagaban tanto dinero en sus recibos. Nosotros, sepan ustedes, no tenemos nada que ver con el 60 por ciento de su factura. Ya habíamos hecho lo mismo en el Reino Unido: un gráfico con una bombilla y el desglose de cuánto es de impuestos, de energía y demás.
XL. ¿Qué piden ustedes a la Administración?
I.G. Planificación a largo plazo, saber dónde queremos ir y poner medios para que las cosas se hagan bien. No tiene sentido que necesitemos energías limpias y estas sean las que más impuestos pagan. Hay que aplicar el principio de que quien contamina paga, por Dios. Y en eso están. A esta cumbre han venido Borrell, Ribera y el presidente Sánchez; por fin una representación política como Dios manda. Porque antes no venía nadie, a diferencia de portugueses e italianos, que en cuanto ven un hueco lo ocupan. Pero los españoles somos tan listos e importantes que ni nos molestamos.
XL. España, por cierto, es de los que menos recauda por impuestos medioambientales en la UE: 6260 millones menos que la media.
I.G. El problema es que el sistema en España está descompensado. Aquí lo limpio paga y lo sucio no. Las renovables pagan más de un 40 por ciento de impuestos y la generación hidroeléctrica, que no emite nada, casi un 60 por ciento. El carbón paga mucho menos y las cuencas mineras reciben ayudas. Mantener sectores sin futuro es un error. Es mejor ayudar a ‘bienmorir’ y dedicar esos recursos a crear algo nuevo y con el menor dolor posible.
XL. Como se hizo, por ejemplo, en el País Vasco.
I.G. Es que cuando el mundo cambia hay que tomar decisiones. Yo participé en la reconversión naval del País Vasco y a la gente de los astilleros los reconvertimos para fabricar turbinas de aviones. Hubo que cerrar empresas, cierto, pero muchas se salvaron con nuevas producciones. Y todo se hizo pese a las críticas. Como lo del Guggenheim. «Están locos, con la que está cayendo», decían. En otras regiones no se hicieron tan bien las cosas.
XL. Fue usted experto en lidiar con ‘patatas calientes’, ¿no?
I.G. Sí, me tocó de todo. He hecho cosas duras para salvar industrias que se iban al garete, pero, fíjate, en esos sitios me siguen invitando a merendar y a tirar al plato. Siempre he tenido buena relación con los sindicatos, desde que era un ingenierito en Tudor. Nos llamábamos de todo muchos días, pero cuando nos dábamos la mano… a respetar. Nunca olvidaré mi despedida de Alemania, donde fui a reconvertir una empresa en Westfalia. Me hicieron una fiesta y el presidente del comité de empresa, con varias cervezas encima [se ríe], me abrazaba y decía: «Herr Galán. Usted no se puede marchar. Usted es de los nuestros». Eso te llena de satisfacción.
«Siempre digo que si los sindicatos no existieran habría que inventarlos: Son la única manera de relacionarte con los trabajadores en una empresa como la nuestra»
XL. Y ahora han tenido ese mismo problema con el cierre de sus térmicas de carbón. ¿Qué han hecho al respecto?
I.G. La clave ha sido adelantarnos. Bruselas llevaba tiempo poniendo fechas límite y, en lugar de esperar a que se acercara el plazo, nos pusimos en marcha. Nos metimos, por ejemplo, en la fabricación de turbinas eólicas, torres, palas, paneles…, repartiendo producción en regiones donde iba a haber problemas. Y contando siempre con los sindicatos, cada uno con su esfuerzo: nosotros en incorporar gente, ellos en temas salariales… Siempre digo que si los sindicatos no existieran habría que inventarlos porque la única manera de relacionarte con los trabajadores de una empresa como la nuestra es a través de organizaciones sindicales.
XL. En 2013, Greenpeace les colocó una pancarta: «Iberdrola, enemigo de las renovables». ¿Se llevan hoy mejor con los ecologistas?
I.G. Tenemos muy buena relación, sí. Nos hablamos claro. Ellos tienen unos intereses que, en el 90 por ciento, coinciden con los nuestros. Y es fantástico porque veníamos de tenerlos colgados en las chimeneas de la térmica de Pasajes o en la fachada de las oficinas de Madrid. Cuando nos sentamos con ellos, fue como: «Pero ¿qué me estáis contando? ¡Que no somos nosotros los que tiramos por la chimenea y todavía se agarran al carbón como gato panza arriba!». Y cuando les cuento los hechos concretos, pues ven que es verdad, que hacemos cosas.
XL. ¿El diez por ciento en el que no coinciden es porque mantienen funcionando varias centrales nucleares?
I.G. A ver, en la cuestión nuclear, el asunto es que el sistema necesita que las plantas sigan funcionando unos años más, que es lo que quiere este Gobierno y esta ministra, mientras… En fin, que lo que hay que hacer es buscar caminos para hacerlo viable porque, ojo, que nosotros llevamos un montón de años perdiendo dinero con la energía nuclear.
XL. ¿De verdad pierden dinero?
I.G. Así es. De hecho, como nadie se lo creía tuvimos que hacer una sociedad independiente y presentamos las cuentas auditadas. Y perdemos, entre otras cosas, porque alguna decisión política poco razonable puso unos impuestos de casi el 60 por ciento de los ingresos. No hay empresa que aguante eso. El diálogo es fundamental entre todos los agentes sociales, pero en sectores estratégicos es vital. No puedes tener un Gobierno, como hemos tenido varios, que se negaban a hablar. ¡Pero bueno! Esto debe hacerse de la mano, para que sea equilibrado y razonable.
XL. Hoy, los CEO de grandes empresas también son influencers que se manejan en redes sociales. ¿Se ha planteado empezar a tuitear?
I.G. No, no, yo solo opino cuando debo y de aquello que tengo conocimiento. En eso, como los vascos, la mejor palabra es la que está por decir. Se dice cuando hay que decir y se calla cuando hay que callar.
XL. ¿Qué tiene usted con los vascos?
I.G. Es que en Bilbao me siento como en casa. Nuestras juntas generales son emocionantes. Nuestros accionistas vascos son una gente que lleva generaciones en la compañía y para ellos es su empresa. Voy por la calle y me paran: «¡Qué bien lo estáis haciendo, seguid así!». Y tomas un café con ellos, después una chistorrita, te haces selfis; ves a la gente feliz. Nuestros pequeños accionistas son entre el 20 y el 25 por ciento del capital, muchísimo para una empresa de 650.000 en España, pero es que tienes ese calor. De hecho, tenemos la sede allí por empeño mío.
XL. Es normal que lo adoren, la empresa va viento en popa, acaba de superar al Santander en Bolsa y lo ha conseguido ¡apostando por las renovables!
I.G. Sí, bueno, en ese sentido soy un poco vasco, de que cuando uno dice una cosa hay que cumplirla. Esa cultura vasca de que cuando das la mano eso va a misa es algo arraigado y cada vez más valorado en el mundo de los negocios.
XL. No es mi intención jubilarlo, pero ¿veremos algún día una presidenta al frente de Iberdrola?
I.G. No veo por qué no. No debería ser una cuestión de género, sino de talento y capacidad. Obviamente no puedo aventurar qué pasará en un futuro y, en cualquier caso, la última palabra la tendrán nuestros accionistas, pero es un hecho que las mujeres cada vez tienen más peso en los órganos de gestión de Iberdrola. Somos, de hecho, la compañía del Ibex 35 con mayor porcentaje de mujeres en su consejo de administración: un 42,8 por ciento. Por otro lado, el sector energético ha sido tradicionalmente un mundo de ingenieros hombres. Aunque hemos avanzado mucho, aún debemos trabajar en este sentido: fomentar el desarrollo de carreras STEM entre las mujeres y visibilizar su trabajo en la ciencia, para que las niñas tengan más espejos en los que mirarse.