Una exposición y un libro homenajean estos días Bocaccio, la mítica discoteca de la ‘gauche divine’. La musa de ese espacio de libertad en la Barcelona del tardofranquismo fue la actriz y modelo Teresa Gimpera. Nos citamos con ella para recordar anécdotas, sueños y también heridas. Toda una lección de vida a los 83 años. Por Virginia Drake/ Fotos: Pedro Walter
Esconda el Sexy, por favor», le rogaba Pertegaz a la modelo y actriz Teresa Gimpera cuando le probaba sus trajes. La musa de la mítica boîte Bocaccio, templo de la gauche divine catalana, era la mujer más deseada de la época por modistos y productores de cine. Rodó más de 150 películas y se convirtió en ‘la chica de la tele’ por la cantidad de anuncios que protagonizó. A sus 83 años vive sola en los apartamentos de una residencia de mayores en la zona alta de Barcelona, donde nos recibe con motivo de la publicación del libro Bocaccio, donde ocurría todo (editorial Destino), de Toni Vall.
XLSemanal. Sus padres eran los dos maestros, ¿no la animaron a estudiar una carrera?
Teresa Gimpera. Fui al colegio de mi madre y estudié cultura general e idiomas. Pero todo lo invirtieron en mi hermano, que es ingeniero. Esa era la cultura de entonces. Mi madre, pese a haber trabajado toda su vida, me decía: «Tú no hace falta que estudies, te casas y ya está».
XL. Y así lo hizo, se casó con Octavio Sarsanedas y tuvo tres hijos muy rápido.
T.G. En aquella época, no podías convivir con un hombre si no estabas casada; por eso, me casé tan pronto. Antes de hacerlo, mis padres me apuntaron a un cursillo prematrimonial, en el que había un abogado, un cura y un ginecólogo.
XL. ¿Por eso tuvo tres hijos muy seguidos?
T.G. ¡Jajaja! Es que a calcular no te enseñaban. Cuando tocaba hablar de sexo, el ginecólogo no te decía nada, solo te enseñaba dibujos.
XL. Se hizo modelo a los 21 años, cuando ya era una respetable madre de familia.
T.G. Yo he sido modelo y actriz por mi físico. En esa época, ser modelo era una profesión muy mal vista. Mi marido trabajaba en Seix Barral, en publicidad. Un amigo suyo me animó a que hiciera una sesión de fotos… y ya no paré de trabajar.
«Yo nunca he tragado con un hombre porque me produjera una película. Eso, para mí, es prostitución. Aprendí a pararles los pies. Ahora, si eres una ‘calientabraguetas’, eso es otra cosa»
XL. ¿Convertirse en la mujer más deseada tuvo algo que ver con su separación matrimonial?
T.G. De mi matrimonio no hablo. Él ya no vive, pero por nuestros hijos quiero respetar su memoria. Sí te diré que con su viuda, a la que yo llamo ‘la concubina’, me llevo de maravilla. Tengo la gran suerte de llevarme bien con toda mi familia. Soy abuela de cuatro nietos y bisabuela de otros cuatro.
XL. ¿Y eso es cuestión de suerte?
T.G. No, eso es ser inteligente y no crear problemas.
XL. Se enamoró del actor Craig Hill y se casó con él.
T.G. Fue en 1966, me enamoré de Craig locamente y él dejó Estados Unidos para venirse a vivir aquí.
XL. ¿Cuando se inauguró Bocaccio, ya estaba con Craig?
T.G. No. Yo fundé Bocaccio con Oriol Regàs, porque fuimos amantes una temporada. Por eso, cuando apareció en mi vida Craig, mis amigos de Bocaccio lo maltrataron, por celos. Date cuenta de que yo era ‘la musa’ de los artistas e intelectuales que se reunían allí. Me tenían como si fuera suya.
XL. Los críticos de Bocaccio dicen que era el sitio de reunión de los pijos progres de la burguesía catalana, que eran muy elitistas.
T.G. Había de todo. gente que dormía de día y vivía de noche, pero también estábamos los que trabajábamos. Lo que nos unía era el estar contra Franco. Había una mezcla intelectual muy interesante. Rosa Regàs, Oscar Tusquets, Ricardo Bofill, Marsé… En torno a ellos había gente guapa, pero que no nos podíamos pasar todo el día en Bocaccio porque teníamos que trabajar.
XL. ¿Se sentía admirada por ser una mujer muy guapa?
T.G. Es que yo esa sensación de haber sido una mujer muy guapa la tengo ahora cuando veo aquellas fotos. Pero te diré que en mi profesión me he hecho respetar en un mundo en el que pasaba de todo.
XL. ¿Se refiere al acoso?
T.G. Sí. Una vez tuve que hacerme unas fotos en traje de baño y, cuando fui al estudio, apareció el señor que había encargado esas fotos y empezó a ponerme la mano en la ingle «para ver si me apretaba» el bañador. Le dije al fotógrafo que me iba porque ese tío no me quería para hacer fotos. ¡Hay que ser listas! Verlos venir y no caer en las trampas.
XL. No temía perder su trabajo…
T.G. Yo aprendí a pararles bien los pies. Un día, en Roma, me invitó a cenar un actor francés. Yo sabía que quería llevarme a la cama. Me llevó a su hotel y, entonces, le dije: «Tú lo que quieres es follar, ¿no? ¡Pues venga!». Se murió de miedo y se fue corriendo. Esa forma de comportarme nunca me ha fallado. Si tú eres una escalfa braguetes (‘calientabraguetas’) ya es otra historia, pero yo nunca lo he sido. Siempre que he tenido una relación es porque me he enamorado, nunca solo por sexo o por otras historias. Nunca he tragado ante un hombre que me ofrecía producirme películas. Eso, para mí, es prostitución. No es cuestión de necesidad -porque yo he pasado momentos difíciles-, es cuestión de la educación que tengas.
Modelo, actriz y empresaria, Gimpera rodó más de 150 filmes e incontables anuncios
XL. En ese ambiente progre de Bocaccio, ¿qué les parecía que trabajara en películas de destape?
T.G. ¡En las españoladas! Me criticaban y me decían que tenía que hacer películas más ‘elevadas’. Yo contestaba: «¿Y me vais a poner un sueldo igual a lo que gano cada mes?». Con eso pagaba lo que mi familia necesitaba. Pero también hubo un momento en que me harté, porque enseñar el culo a los 40 años ya no me interesaba. Recuerdo que Bofill, de familia muy rica, siempre se las daba de comunista y, cuando yo volví de un festival de cine en Checoslovaquia y vi cómo se vivía allí, le dije: «¿Tú quieres ser comunista? Pues vete a un país de esos y te vas a enterar de cómo es el comunismo».
XL. De las 155 películas que recuerda haber hecho, ¿cuántas son prescindibles?
T.G. Muchísimas [se ríe]. Pero también tuve suerte de trabajar con Víctor Erice, junto con Fernando Fernán Gómez, en El espíritu de la colmena; o con José Luis Garci, en Asignatura aprobada. Hice de todo porque tenía que sacar adelante una familia.
XL. ¿Ganó mucho dinero?
T.G. No. Aquello me dio para vivir con mis tres hijos y pagar colegios, chicas que los cuidaban… En aquella época, ni siendo una gran estrella, te forrabas. Bueno, ahora con el cine tampoco [sonríe]. Nunca tuve representante ni firmé derechos de imagen de nada. A veces, pienso que solo con la foto de Bocaccio me hubiera hecho de oro, pero justo aquella la hice por amistad.
«En Bocaccio descubrimos el amor libre porque conocimos la píldora, nos la traían de Francia. Las mujeres vimos que el sexo no era solo para tener hijos»
XL. Con el tiempo, ¿se sabe todo lo que pasaba en Bocaccio?
T.G. No, hay muchos secretos.
XL. ¿Secretos de qué tipo?
T.G. Eróticos, claro. Muchos de aquellos hombres estaban casados y éramos muy jóvenes. Pere Portabella, el director de cine, tenía un apartamento encima de Bocaccio que era un picadero…, y pasaban cosas. Ahora, eso se hace de otra manera, porque puedes ir tranquilamente a la habitación de un hotel y hacer lo que quieras.
XL. Así que en Bocaccio descubrieron el amor libre.
T.G. Descubrimos el amor libre porque conocimos la píldora, que nos la traían de Francia. En aquella época, los hombres ya venían calientes, en general. Me he cruzado en mi vida con más de 500 exhibicionistas que se masturbaban en una esquina. Como estaba todo prohibido había ese ambiente horroroso por todas partes. Las mujeres en Bocaccio descubrimos que el sexo no solo era para tener hijos. Rosa Regàs siempre dice: «Bocaccio a nosotras nos abrió el mundo».
XL. ¿Qué tal se llevaba con otras actrices famosas?
T.G. Sara Montiel, por ejemplo, tenía muchos celos de mí. Rodamos juntas Tuset Street, aquí en Barcelona, y Jorge Grau quería contar la decadencia de una gran mujer, pero ella no se dejaba deteriorar porque siempre iba de altiva y de guapa. En una escena que rodamos en Bocaccio había unos podios en los que bailaban las gogó girls, y Sara tuvo que subirse a uno de ellos y el podio se hundió por el calor de los focos y el peso de ella. Sara se enfadó muchísimo y echó al director en mitad del rodaje. A Carmen Sevilla le pasaba igual, no podía soportar hacerse fotos conmigo de los celos que me tenía.
XL. ¿Le ocurría esto con muchas mujeres?
T.G. Con algunas. Yo creo que influye mucho la inteligencia. Los celos son de gente insegura. Pero yo nunca me he peleado con nadie, las dejaba hacer y pasaba de todo.
XL. ¿Cómo era su relación con Mónica Randall, otra mujer guapa asidua a Bocaccio?
T.G. Muy buena, hemos viajado mucho juntas, pero no nos parecíamos en nada. Ella estaba soltera, no tuvo hijos… y no arrastraba mis obligaciones.
XL. El Bocaccio de Madrid se parecía mucho al de Barcelona?
T.G. Nada. El de Madrid era un reducto de artistas medio caducos. No había el ambiente del Bocaccio de Barcelona. No te ofendas, pero, cuando ibas a Madrid, tenías la sensación de ir a un pueblo muy pequeño. Nosotros estábamos más acostumbrados a ir a Francia, a vestir de otra manera… Luego, con los años, Madrid reaccionó y se destapó.
XL. Muchos de aquellos intelectuales hoy no son independentistas.
T.G. Una cosa es ser antifranquista y otra, ser catalanista o independentista. Serrat no es independentista, ayer estuve comiendo con Colita [la fotógrafa de referencia de aquel ambiente] y con unos amigos de entonces y ninguno es independentista. Bocaccio fue una cosa de los años sesenta, y el independentismo es muy reciente.
XL.¿Y usted qué es?
T.G. Entonces, era antifranquista. Ahora no hablo de política. Yo soy y me siento catalana, a secas.
XL. Ahora, cuando se queda en silencio mirando al mar, ¿en qué piensa más: en los 83 años vividos o en los que le quedan?
T.G. Desgraciadamente, ahora pienso más en cuánto me queda, en el tiempo que no tendré para todo lo que quiero hacer. Tengo muchos proyectos, muchas comidas con amigos, mucho lío de papeles y fotos que quisiera ordenar y donar.
«La muerte de mi hijo estaba anunciada. La agonía de una persona joven es terrible. Le pedí al doctor que lo ayudara a morir. Él lo entendió y le recetó una cosa»
XL. ¿Cuánto más le gustaría vivir?
T.G. No mucho, diez años estaría bien. Pienso que, cuando me ponga enferma, solo quiero medicina paliativa y ya está. No quiero que me alarguen la vida. ¿Para qué? Craig tenía once años más que yo y tuvo párkinson, murió hace cinco cuando ya estaba en silla de ruedas y la cabeza bastante perdida, y yo lo cuidé solo con medicina paliativa.
XL. Vive sola en una residencia de mayores, ¿cómo está aquí?
T.G. Muy bien. Yo tengo mucha familia, pero nos cuesta reunirnos, y este sitio lo descubrió mi hijo. Pensó que me iba a gustar. Tengo mi apartamento independiente. Hay siempre un médico y una enfermera por si necesitas que te atiendan. Aprietas un botón y suben.
XL. Hay que tener mucho sentido del humor para hacerse una foto, casi sesenta años más tarde, intentando evocar aquel maravilloso cartel de Bocaccio.
T.G. Lo que hay que ser es muy positivo en la vida, recordar lo bueno y no hacer dramas de las cosas fuertes que te hayan pasado. Cuando se murió mi hijo, la gente decía: «¡Pobrecita, cómo debe de estar sufriendo!». Yo les contestaba que el pobre era él, que murió con 28 años.
XL. Supongo que la muerte de su hijo pequeño marcó en su vida un antes y un después.
T.G. No, marcó solo un antes, porque fueron once años de muchísimo sufrimiento. Era drogadicto, vivía con su padre porque yo viajaba mucho por trabajo. Entonces no se sabía nada del sida, hasta que fue tarde. Era el chico más listo y más cariñoso… Lo llevamos a desintoxicar a una masía, pero todo se complicó cuando se contagió. Entonces estuvo trabajando un año y medio en la agencia de modelos que yo había creado y vivió conmigo y con Craig durante esa etapa.
XL. ¿Por qué dice que no hay un después de una tragedia así?
T.G. Porque su muerte estaba anunciada. La agonía de una persona joven es terrible y era tan larga que recuerdo que, el sábado que murió, cuando vino el doctor a visitarlo, le pedí que lo ayudara a morir y él lo entendió y le recetó una cosa.
XL. Qué decisión más dura.
T.G. Es que aquello no lo soportaba, era un sufrimiento enorme. Vivir de aquella manera era terrible para él porque no era feliz. La muerte de mi hijo no me cambió el carácter porque supe superarlo, soy positiva por naturaleza también ante los dramas. Ahora, cuando sueño con Juan, sueño que está feliz. Fueron once años terribles.
XL. A su edad, ¿qué cosas no se atreve a contar?
T.G. Yo ya digo lo que me da la gana, pero según con quien; hay personas delante de las cuales no me atrevo.
XL. ¿Por ejemplo?
T.G. ¡Jajaja! El otro día estuve comiendo con Colita y dijimos un montón de barbaridades recordando no solo Bocaccio, también Bagur, que es un pueblecito de la Costa Brava donde muchos de nosotros nos compramos una casa. Empezó Colita y seguimos los demás: compré yo, compró Serrat, compró Guillermina Mota… ¡Y destruimos el pueblo porque lo pusimos de moda! [Se ríe]. Serrat escribió una canción, El conejito de terciopelo, que cuenta una historia que tuvo en Bagur, en casa de Colita, con una modelo que yo sé quién es. Allí vivimos el destape total. Había nudistas en las playas, pero sin hacer el ridículo.
XL. Explique esto.
T.G. Es que ahora hay playas nudistas en Barcelona que dan asco porque van los mirones, los homosexuales que hacen porquerías… Nosotros íbamos porque no nos daba vergüenza nada; a mí, desde luego, no me daba ninguna quedarme desnuda.
XL. En aquel ambiente progresista, ¿corría la droga?
T.G. En Barcelona al principio solo eran porros, pero yo ni siquiera los fumaba porque nunca me he sabido tragar el humo. Ahora fumo mucho tabaco, pero tampoco me lo trago, solo quemo cigarrillos. Luego vino la droga fuerte, la heroína, y le pedí a un médico que me la dejara probar para saber qué era por lo que pasaba mi hijo, pero no me la dio.
XL. Ahora, ¿qué tal se encuentra?
T.G. Muy bien. Hace tres años me quitaron un tumor malo de la parótida y me sacaron todo el sistema linfático.
XL. Una curiosidad, ¿le siguen tirando tejos?
T.G. ¡Sííí! Algunos hombres me vienen detrás porque soy viuda [se ríe]. Yo tengo algunos pretendientes todavía. Tengo un amor frustrado que está muy empeñado, pero que no me gusta nada. Luego tengo un amigo más especial.
XL. ¿Cómo de especial?
T.G. Es un hombre estupendo con el que se puede hablar de todo. No soportaría a nadie que solo me hable de coches, los quiero más intelectuales. Con este amigo, que es un enmarcador importantísimo de cuadros, hablamos de muchas cosas. Sus amigos son pintores y con él me entiendo muy bien.
XL. ¿Qué edad tiene?
T.G. Es de mi edad. Nos conocemos hace muchos años. Nos va muy bien, pero cada uno en su casa.
XL. ¿Está cansada de que le digan en pretérito lo guapa que ha sido?
T.G. Me lo dicen solo las personas que recuerdan cómo era yo con 50 años menos. Nunca he pensado si volvería a repetir la misma vida que he llevado; pero, con todo lo que he pasado, puedo decir que he vivido intensamente y sin dramas.
Crédito foto principal: Xavier Miserachs, Boccacio, 1966. Formato original: negativo B/N 35mm. Colección Macba, Centro de Estudios y Documentación Fondo Xavier Miserachs @Herederas de Xavier Miserachs
La muestra Bocaccio, templo de la Gauche Divine puede verse en el Palau Robert, de Barcelona.
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