Peter Piot: «El coronavirus dejará una ola de secuelas crónicas»

Fue uno de los descubridores del ébola y asesora a la Unión Europea en esta pandemia. Sin embargo, el coronavirus ha estado a punto de matarlo. Ahora, mientras arrastra duras secuelas por la enfermedad, nos explica por qué muchas personas que sobreviven estarán muy enfermas durante mucho tiempo y por qué nunca podremos derrotar al virus. Por Johann Grolle y Veronika Hackenbroch/Fotos: Getty Images

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Peter Piot es el director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y asesora a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en la lucha contra la pandemia del coronavirus. En sus 71 años de vida, este epidemiólogo belga ha seguido el rastro de enfermedades contagiosas como el ébola en África, investigado el VIH y dirigido el Programa Conjunto de Naciones Unidas sobre el sida.

XLSemanal. Además de investigar la COVID-19, también la ha sufrido. ¿Cómo se encuentra?

Peter Piot. Un poco mejor, muchas gracias. Todavía me cuesta respirar cuando subo escaleras. Es probable que mis pulmones tarden meses en restablecerse del todo. Pero voy recuperando las fuerzas.

XL. Empezó a sentir los primeros síntomas el 19 de marzo…

P.P. Sí. Esta maldita enfermedad puede alargarse mucho.

XL. ¿Sabe dónde se contagió?

P.P. Me lo he preguntado muchas veces, debió de ser a principios de marzo. En aquellos días participé en actos con cientos de asistentes. Tuve un montón de reuniones, di muchas conferencias, algunas sobre la COVID-19. Y cenaba fuera. Calculo que tuve contacto estrecho con un centenar de personas.

Piot junto al príncipe Harry, hace unos meses, antes de la pandemia, saliendo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, de la que es el director.

XL. ¿No tenía miedo de contagiarse?

P.P. Bueno, no le daba la mano a nadie, y mantenía las distancias, aunque tampoco de una forma demasiado estricta, he de admitirlo.

XL. ¿Contagió a otras personas?

P.P. Hasta donde yo sé, a nadie, salvo a mi mujer, Heidi, aunque ella ha sido asintomática.

XL. Usted tiene 71 años, lo que quiere decir que es grupo de riesgo…

P.P. Lo sé. Pero nunca he tenido enfermedades serias. Y corría siete kilómetros tres veces a la semana. Pensaba que estaba más en forma que muchos de 50 años.

«Muchos creen que la COVID-19 es mayormente una gripe, pero, tras el alta, demasiadas personas siguen muy enfermas durante bastante tiempo»

XL. ¿Usted, virólogo y experto en epidemias, infravaloró el peligro?

P.P. Me temo que sí. Cuando daba conferencias sobre la COVID-19 antes de contagiarme, me reprochaban que exageraba el peligro. Pero no me apliqué a mí mismo todo lo que decía. Quizá porque a lo largo de mi vida he estado en un montón de situaciones que me parecían más peligrosas.

XL. En 1976, durante una estancia en el Zaire, hoy la República Democrática del Congo, se pasó una noche entera convencido de que se había contagiado con el virus del ébola. ¿Fue una situación comparable a la actual?

P.P. Oh, no, en absoluto. Entonces sí que sentí miedo de verdad. Tenía fiebre y diarrea. Y había estado en contacto con pacientes de ébola sin los medios de protección que se usan hoy. Me había pasado horas metido en un todoterreno, sentado con personas que acababan de tener el ébola. Cuando me vi tan mal, pensé: «Ya está, voy a morir», aunque al final resultó ser una intoxicación alimentaria. Esta vez, cuando me confirmaron el positivo en coronavirus, solo pensé: «Qué fastidio que lo haya cogido. Pero bueno, no tengo diabetes, no fumo ni tengo obesidad, así que no será mucho peor que una gripe». Y, adicto al trabajo que soy, quise seguir con mi vida como si nada.

Piot en África, durante sus trabajos con el sida. Su relación con el continente se remonta a los años 70. En 1976, de hecho, creyó que moriría de ébola. «Pasé miedo. Tenía fiebre y diarrea. Pensé. ‘Ya está, voy a morir’. Al final resultó ser una intoxicación alimentaria».

XL. Pero no pudo mantener el ritmo durante mucho tiempo.

P.P. No, no pude. En mi caso, el síntoma dominante era un agotamiento total. Apenas podía ponerme de pie.

XL. ¿Cuándo se dio cuenta de que podía ser mortal?

P.P. Al cabo de unos días. Al principio solo me pareció una situación interesante. «Vaya», pensé, «he dado un montón de conferencias sobre el virus y resulta que ahora soy yo el que lo tiene». Pero cuando la fiebre subió a 40, empecé a preocuparme. Luego llegaron los escalofríos, parecía una neumonía bacteriana. Ahí ya fue cuando llamé al hospital. Cuando llegué a Urgencias tenía una saturación de oxígeno de 84.

XL. Eso es muy poco.

P.P. Sí. En Urgencias no se lo podían creer. Ahora sabemos que es muy habitual en los pacientes de COVID-19: una saturación de oxígeno extremadamente baja sin que el paciente apenas llegue a notarlo.

XL. Cuando lo ingresaron, pasó a ser un experto en manos de otros expertos. ¿Confiaba en sus médicos o quería supervisar su propio tratamiento?

P.P. Fue muy extraño. dejé de ser un virólogo o un científico y me convertí en un paciente más. Acepté todo lo que los médicos hacían y decían. Por otro lado, nunca he sido de esos que le van diciendo al taxista por dónde tiene que ir.

XL. ¿Estuvo consciente todo el tiempo? ¿No tuvieron que ponerle respiración?

P.P. Me pusieron oxígeno nada más llegar. Pero, por suerte, no fue necesario recurrir a la ventilación invasiva.

XL. ¿Le preocupaba ese tratamiento?

P.P. Prefiero no darle vueltas a lo que podría haber pasado. Pero justo los días en los que estuve ingresado es cuando salieron los primeros trabajos sobre el alto índice de mortalidad entre personas sometidas a ventilación invasiva, por lo que esta técnica podría no ser siempre el mejor recurso. En resumidas cuentas, lo que importa es que sobreviví.

«Cuando ya me habían dado el alta, apareció otra vez la falta de aire. Tenía una reacción inmune masiva. Cada vez hay más casos parecidos»

XL. Le dieron el alta al cabo de una semana.

P.P. Sí, pero no estaba del todo curado, ni mucho menos. Había perdido siete kilos… una especie de bonus que viene con esta enfermedad. En fin, que llevaba ya una semana en casa y, de repente, apareció la falta de aire. Los médicos vieron que tenía todo el pulmón infiltrado, estaba sufriendo una reacción inmune masiva.

XL. ¿Una respuesta inmune de ese calibre semanas después del contagio… es normal?

P.P. En el hospital me dijeron que yo era el primer paciente en el que habían visto algo similar. Pero ahora los médicos se van encontrando con este fenómeno más a menudo. Precisamente ayer estuve hablando con un investigador de la COVID-19 en París y me decía que él también ha observado este tipo de reacciones inmunitarias diferidas. Estoy seguro de que no tardarán mucho en aparecer estudios al respecto. La COVID-19 es una enfermedad sobre la que estamos aprendiendo cosas nuevas constantemente.

XL. En una entrevista de 2014 dijo que lo mejor que le puede pasar a una persona es tener un encuentro cercano con la muerte y sobrevivir. ¿Sigue pensando lo mismo?

P.P. Sí, totalmente. Una experiencia de ese tipo te obliga a reflexionar, a replantearte cuáles son las cosas realmente importantes de la vida. Por supuesto, no le deseo una experiencia tan traumática a nadie, pero te enseña muchas cosas.

XL. ¿De qué manera ha cambiado su vida esta enfermedad?

P.P. Es pronto para decirlo. Pero una cosa tengo clara: ha reforzado mi motivación, mis ganas de entender mejor la COVID-19. Hasta ahora era solo un experto científico, ahora también soy un experto por experiencia. Serlo me hace más sensible a los problemas de la gente, a la soledad del aislamiento, al aumento de la violencia doméstica, también ante la oleada de personas con secuelas crónicas que está por venir.

«Lo mejor que le puede pasar a una persona es tener un encuentro cercano con la muerte y sobrevivir. Lo pensaba y lo sigo pensando»

XL. Una de las primeras cosas que ha retomado ha sido su trabajo como asesor de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. ¿La lucha contra la pandemia es una tarea europea?

P.P. Europa tiene un papel clave. Antes del contagio ya formaba parte de un grupo de siete expertos. Nos reunimos de forma habitual por videoconferencia y asesoramos a la señora Von der Leyen. Como es natural, cada país es responsable de la seguridad de sus ciudadanos, pero en la investigación podemos conseguir mejores resultados si unimos esfuerzos. Para el desarrollo de vacunas, los países por separado son demasiado pequeños.

XL. El Gobierno estadounidense ha lanzado a bombo y platillo la Operation Warp Speed, llamada así por el sistema que permite a las naves de la serie de ciencia ficción ‘Star Trek’ viajar a velocidades superiores a la de la luz. Su objetivo es tener lista una vacuna para noviembre. ¿Es el camino correcto?

P.P. La política tiene la capacidad de derivar el dinero hacia los canales adecuados, también puede eliminar los obstáculos burocráticos. Este tipo de iniciativas me parecen bien. Pero se trata de un programa con una perspectiva solo norteamericana, por eso es importante que Europa también esté activa en este terreno. En Estados Unidos tienen la ventaja de que ellos son un país, resulta más fácil poner en marcha estos proyectos. En Europa, con tantos países, es mucho más complicado. A pesar de todo, Ursula Von der Leyen ha conseguido reunir más de 7.000 millones de euros para el desarrollo de vacunas, tratamientos y métodos de diagnóstico.

XL. ¿No le parece que el calendario que se ha propuesto el presidente Donald Trump, con noviembre como límite, es poco realista?

P.P. La presión política es muy fuerte por las elecciones presidenciales de ese mes. Espero de verdad que no se corran riesgos y se tomen atajos en los trámites de autorización de la vacuna. Se le administrará a miles de millones de seres humanos y, si produce efectos secundarios graves, aunque solo sea en un tanto por ciento mínimo de personas, las consecuencias serían devastadoras.

«Yo mismo me derrumbé psicológicamente cuando salí del hospital y llegué a casa, estuve mucho tiempo llorando. Es habitual en mí: cuando me tengo que enfrentar a un peligro, soy capaz de manejar bien la situación. El miedo y las emociones vienen después».

XL. ¿La vacuna será la solución al problema del coronavirus?

P.P. Antes siempre decía que era la única salida, ahora mi visión es más matizada. Una vacuna contra COVID-19 formará parte de nuestra estrategia de salida, naturalmente. Pero muchos indicios apuntan a que, como sociedad, tendremos que aprender a vivir con la COVID-19.

XL. ¿Y por qué tanto pesimismo de repente? ¿Cree que la vacuna no servirá para erradicar el virus?

P.P. Es muy poco probable. En el tema de las infecciones pulmonares, nuestra experiencia hasta el momento no es muy positiva. Incluso en el caso de la vacuna contra la gripe, su efecto protector es solo del 60 al 70 por ciento. No creo que una vacuna nos ofrezca una eficacia del cien por cien. Deberíamos pararnos a pensar cuál es nuestro objetivo. ¿Evitar totalmente la infección? ¿Reducir la mortalidad? O algo a medio camino? Tenemos que empezar a hablar de estas cosas.

«Tendremos que aprender a convivir con la COVID-19. La vacuna, aunque la logremos, no va a poder erradicar el virus»

XL. En el caso del sida, seguimos sin tener una vacuna, pero convivimos con la enfermedad gracias a los antivirales. ¿Podría suceder algo parecido?

P.P. De hecho, me parece más probable que tengamos un tratamiento para la COVID-19 antes que una vacuna. Aquí mi experiencia como paciente también me hace pensar de una manera diferente. Hasta ahora el objetivo ha sido exclusivamente combatir el virus, pero quizá también deberíamos centrarnos en el control de la respuesta inmunitaria. Y comprobar si los antivirales se pueden usar con fines preventivos. Si fuera así, podríamos localizar a todos los contactos de una persona recién contagiada y administrarles un tratamiento profiláctico: parecido a una vacuna, pero mucho más preciso.

XL. Con lo que acabaría surgiendo una respuesta a la COVID-19 basada en conjugar diferentes facetas…

P.P. Sí, ¿por qué no? Un poco de aquí, un poco de allá, una cosa un par de días antes, otra un par de días después, todo muy medido y ajustado a cada caso, algo similar a lo que se hace en el tratamiento del cáncer o del sida. Estoy pensando sobre la marcha, pero deberíamos mostrarnos más abiertos a planteamientos no convencionales.

XL. ¿Cuáles son los efectos psicológicos que tiene la pandemia?

P.P. La COVID-19 va asociada a multitud de problemas psicológicos y emocionales, ya sea como reacción a la enfermedad en sí o como reacción a las medidas para combatirla. Es algo que ya estamos observando. Un indicador podría ser el aumento del número de suicidios. Yo mismo me derrumbé psicológicamente cuando salí del hospital y llegué a casa, estuve mucho tiempo llorando. Es habitual en mí: cuando me tengo que enfrentar a un peligro, soy capaz de manejar bien la situación. El miedo y las emociones vienen después.

XL. ¿Diría que ya ha superado totalmente la enfermedad?

P.P. No, estoy lejos de haberla superado. Todavía no puedo subir las escaleras de casa sin hacer paradas. Intenté salir a correr, pero tuve que tirar la toalla enseguida. Me siguen dando anticoagulantes porque todavía tengo fibrilación auricular, y podría ser así el resto de mi vida. Uno de los motivos por los que estoy dando esta entrevista es que quiero llamar la atención precisamente sobre este punto. Mucha gente cree que para el 99 por ciento de los afectados la COVID-19 no es más que una especie de gripe, y que solo mata al uno por ciento. Quiero que nos concienciemos de que entre ambos extremos hay un número importante de personas que sobreviven, pero que están muy enfermas durante mucho tiempo.
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