John M. Barry: «La vacuna tendrá efectos secundarios. Pero todo en la vida tiene sus riesgos»

Es la persona que más sabe sobre la gripe de 1918, que mató a 100 millones de personas e infectó a un tercio de la población mundial. Tanto que Bill Gates recomienda su libro ‘La gran gripe’ para entender los paralelismos entre aquella crisis sanitaria y la actual. Nada mejor que hablar con este especialista en salud pública para descubrir qué hicimos mal entonces y no repetir errores. Por Carlos Manuel Sánchez/Fotografía: Jeff Riedel/Countour Ra (Getty Images)

• ¿Quiénes son los creadores de las vacunas contra la COVID-19?

La gripe de 1918 fue la primera gran colisión entre la naturaleza y la ciencia moderna. El historiador John M. Barry -profesor de Salud Pública y Medicina Tropical en la Universidad Tulane de Nueva Orleans- es el mejor conocedor de la mal llamada ‘gripe española’, que no surgió en España, sino en un pueblo de Kansas, del que se propagó a una base militar norteamericana y viajó al resto del mundo con los soldados que iban a luchar a Europa. El culpable fue una mutación del virus de la gripe A, que golpeó durante dos años y desapareció como por ensalmo en 1920. Barry es autor de ‘La gran gripe’ (Capitán Swing), el libro que recomienda Bill Gates para entender los paralelismos entre ambas crisis sanitarias. Ha sido asesor de la Casa Blanca en epidemiología con los gobiernos de Bush y Obama.

XLSemanal. Las vacunas ya están aquí.

John M. Barry. Son buenas noticias. Se van a necesitar varias vacunas. Estados Unidos ha comprado 1500 millones de dosis para una población de 330 millones… Las paradojas de Trump, cuya gestión de la pandemia ha sido incomprensible. No las puedes guardar, así que supongo que se distribuirán a otros países.

XL. Pero uno de cada tres americanos dice que no se la pondrá…

J.M.B. Me preocupa. Igual que ponerse mascarilla te da algo de protección, pero sobre todo protege a los demás, vacunarse es un deber cívico.

XL. Se ha ido muy rápido en la carrera por la vacuna, ¿demasiado?

J.M.B. Se ha ido rápido, pero los ensayos son los mismos. Y son suficientes. Habrá efectos secundarios. Y habrá unos pocos a los que puede perjudicar. Pero todo en la vida tiene sus riesgos. La biología molecular ha hecho posible que la vacuna esté ya. Además de que el coronavirus es relativamente sencillo y estable. Pero, sobre todo, había un trabajo previo que se había hecho con el SARS y el MERS. Si no hubieran aparecido aquellos dos coronavirus, no habríamos podido avanzar tan rápido.

«Con la COVID-19, desde el principio tuve una sensación de terror por la velocidad de los contagios. Y se eterniza, no da tregua»

XL. Después de haber investigado y escrito sobre la gripe de 1918, ¿tiene una sensación de déjà vu?

J.M.B. No exactamente. Pero todos los que trabajamos en epidemiología teníamos la certeza de que habría otra pandemia como la de 1918-1919. Lo único que no podíamos saber era cuándo golpearía ni cómo de grave sería.

XL. ¿La vio venir entonces?

J.M.B. Sí. Vivo en Nueva Orleans. Todos los años tenemos huracanes. Hay que prepararse para las pandemias como nos preparamos para la temporada de huracanes.

XL. Una cosa es escribir sobre algo y otra, vivirlo. ¿Cómo lo está viviendo?

J.M.B. Desde el principio tuve una sensación de terror por la velocidad de los contagios. Mi mujer y yo tenemos más de setenta años. Me iba a la cama cada noche con mal cuerpo. Seguíamos paseando todos los días por el Barrio Francés. Todo estaba cerrado. Aquí hay hoteles que no habían cerrado jamás, ni siquiera cuando el huracán Katrina.

XL. Usted escribió en enero que el virus era imparable…

J.M.B. Conozco a mucha gente en las agencias federales relacionadas con la respuesta epidemiológica. Y las pocas noticias que llegaban desde China nos hacían suponer que era algo tremendo. Me disgustaba que nuestros líderes políticos no parecieran darle importancia. Era muy frustrante. Los primeros informes sobre la mortalidad en Wuhan eran del 5,8 por ciento, mientras que en el resto de China era del 0,7 por ciento. Esa discrepancia era muy significativa.

«La gripe de 1918 fue borrada de la memoria colectiva. Pero creo que contribuyó a una sensación de desencanto en los años 20 y a la impresión de que nada importaba».

XL. ¿Por qué?

J.M.B. Porque indicaba que el sistema de salud de Wuhan estaba desbordado. Y nos señalaba cuál debía ser la prioridad desde el principio: que nuestros sistemas sanitarios no se vieran sobrepasados. Pero se reaccionó tarde en muchos países de Europa y, desde luego, en Estados Unidos.

XL. ¿Se ha rectificado a tiempo?

J.M.B. Todavía estamos pagando las consecuencias de esa lentitud inicial en muchos países. Los norteamericanos tenemos, además, la losa de que Trump mintió desde el principio. Y así nos va.

«En 1918 no se hablaba de la pandemia, pero se tenía presente. Los sacerdotes iban recorriendo las calles con carros y la gente les abría sus casas para entregarles sus muertos»

XL. ¿Alguna lección de la gripe de 1918 puede ser útil hoy?

J.M.B. La gran lección es que hay que contar la verdad. Hay que ser transparente. Si pierdes tu credibilidad, el público no confiará en ti y no te hará caso. Llevo años participando en comités de respuesta a pandemias y, cuando decía que hay que contar la verdad, siempre había alguien que me respondía que no se debe asustar a la gente. Pero la única manera de controlar un virus es compartir toda la información que tienes. Porque si no lo haces, cuando les digas a los ciudadanos que se pongan mascarilla, que se laven las manos o que se queden en casa, no te van a hacer caso. Y no solo se propagará el virus, también los rumores en Internet y las redes sociales.

XL. ¿En qué se parece esta pandemia a la de 1918?

J.M.B. La naturaleza hace lo que tiene que hacer. En ese sentido es perfecta. El hombre es imperfecto. Si el hombre falla, la naturaleza encuentra el camino para hacérselo pagar. Un virus se limita a hacer su trabajo: entrar en la célula, copiarse a sí mismo miles o millones de veces y salir a infectar otra. Si le damos una oportunidad, la explotará. Si bajamos la guardia, nos golpeará.

XL. La pandemia de 1918 llegó en el peor momento, cuando todavía se libraba la Primera Guerra Mundial…

J.M.B. Sí. Fue una guerra que la naturaleza declaró al hombre y que se solapó con otra guerra en la que unos hombres luchaban contra otros. Pero en todas las guerras que han tenido lugar en la historia americana las enfermedades siempre han acabado con más soldados que los combates.

«La pandemia de 1918 se cobró más vidas que la Primera Guerra Mundial. Y morían los mismos: los jóvenes. La edad media era 27 años»

XL. ¿Aquella pandemia golpeó sobre todo a los jóvenes?

J.M.B. En efecto. Hay muchas similitudes entre aquella pandemia y esta, pero hay dos o tres diferencias fundamentales. En 1918 se veía venir el terror. Lo aleatorio de las muertes llevaba el miedo a las casas. También su velocidad. Y el hecho de que los más fuertes y sanos parecieran ser los más vulnerables. Dos tercios de los muertos tenían entre 18 y 45 años. La edad media era 27 años. Además, el virus de 1918 era mucho más letal que este. Mató a entre 50 y 100 millones de personas. Ni en el peor de los escenarios se pronostican esos números para la COVID-19. Sin embargo, esta pandemia tiene algo peor que aquella…

XL. ¿Qué es?

J.M.B. La duración. Aquella gripe se movía mucho más rápido. El periodo de incubación era de uno a cuatro días. La mayoría enfermaba al segundo día. Para la COVID, la incubación es de 14 días, aunque la mayoría enferma al quinto o sexto día. La duración de la enfermedad hace que la pandemia se eternice. Y afecta mucho más a la economía que en 1918. Aquella gripe golpeaba una ciudad y entre seis y diez semanas más tarde desaparecía. En algunos casos hubo una segunda ola, pero también fue rápida y entre ambas hubo bastante margen. Por el contrario, la COVID no da tregua. Llevamos un año y la presión es constante. Eso no sucedió en 1918. Sí que hubo pánico, pero, cuando la enfermedad se iba, la pesadilla había terminado. Nosotros estamos lidiando con una amenaza diaria. Y seguiremos así hasta que un número suficiente de gente haya sido vacunada o tengamos fármacos efectivos.

XL. La gente no volvió a hablar de aquella gripe. Fue una manera de gestionar el trauma?

J.M.B. Es una pregunta que me he hecho muchas veces y que no logro responder de manera satisfactoria. En cuanto a la literatura científica, tengo una hipótesis. Los historiadores, hasta hace poco, ignoraban la naturaleza, preferían escribir sobre lo que la gente le hace a la gente y no sobre lo que la naturaleza le hace a la gente. Eso ha cambiado a raíz de la preocupación medioambiental, pero es un cambio reciente.

XL. Tampoco se ha escrito ficción.

J.M.B. Es cierto. No se ha hecho literatura apenas, al menos en Estados Unidos, a pesar del impacto que tuvo. El gran novelista John Dos Passos cayó enfermo de la gripe en un barco de transporte de tropas que lo llevaba a la guerra en Europa. Uno de los peores sitios donde puedes caer enfermo. Y no escribió sobre ello. Es un misterio…

«En esta pandemia hay algunos héroes obvios: el personal sanitario y los científicos. Gente muy competitiva ha hecho un esfuerzo de cooperación»

XL. ¿Que haya sido borrada de la memoria colectiva hace más difícil rastrear las consecuencias que tuvo para la sociedad?

J.M.B. Sin duda. Creo que contribuyó a una sensación de desencanto en los años veinte. Una desilusión general y la impresión de que nada importaba. La Primera Guerra Mundial, tan absurda, se cobró millones de vidas. Pero la pandemia se cobró más. Y morían los mismos, los jóvenes. Christopher Isherwood -autor de la novela que inspiró la película Cabaret– comparó la entrada de los nazis en Berlín con la gripe. Decía que la podías sentir en los huesos. Y esperaba que sus lectores entendieran esa sensación de amenaza, malestar y dolor. La gente no hablaba de aquello, pero la tenía presente. Los sacerdotes iban con carros recorriendo las calles. Llamaban a las puertas de las casas, cerradas a cal y canto. Y la gente les abría para entregarles sus muertos. Entrevisté a una señora de noventa años que me dijo que solo vio a su padre llorar una vez, y fue entonces.

XL. En momentos así surgen los héroes…

J.M.B. Hay algunos héroes obvios. El personal sanitario, desde luego. En 1918, si eras médico o enfermero, sabías que ibas a tratar a pacientes con enfermedades infecciosas que te podían contagiar. Eso formaba parte del juego. Hoy, en los países desarrollados, eso es algo muy raro. Poca gente muere de enfermedades infecciosas. El personal sanitario no esperaba verse expuesto. Ni que podía llevarse la enfermedad a sus propios hogares y exponer a sus familias. Pero los científicos también han sido héroes. La comunidad científica mundial ha respondido muy bien. Han compartido sus conocimientos. Estamos hablando de gente muy competitiva que ha hecho un esfuerzo de colaboración.

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