Greta Thunberg: «No dejo de darle vueltas a qué voy a hacer con mi vida»

¿Cómo afecta a una niña convertirse en icono mundial de la lucha contra el calentamiento global? Para Greta Thunberg, con síndrome de Asperger y acosada en el colegio, fue una tabla de salvación. La activista sueca se ha hecho ‘mayor’. Hablamos con ella. Por Evgenia Arbuegaeva / Fotos: Ryan Pfluger / August Image, Getty Images y Contacto

Resulta difícil de creer: Greta Thunberg, la activista sueca en defensa del medioambiente, ha cumplido 18 años. Parece que fue ayer cuando se hizo mundialmente famosa: la profeta quinceañera que cantaba las cuarenta a los dirigentes mundiales y les decía que estaban robándole el futuro.

Tiene aspecto más adulto cuando habla a través de Zoom desde su piso en Estocolmo. Se entretiene haciendo ganchillo y está tejiendo un mantelito azul y amarillo para regalárselo a su padre, Svante. Greta no da importancia a la fecha. «No soy muy de celebrar el cumpleaños, la verdad», dice.

Su desconcertante madurez fue una de las cualidades que impresionaron a la opinión pública cuando, a los 15 años, montó una «huelga escolar» frente al Parlamento sueco para llamar la atención sobre la crisis climática. Sola y sentada con un cartel, la noticia fue extendiéndose por el mundo, hasta inspirar la aparición del movimiento Los Viernes por el Futuro. Se calcula que, en 2019, cuatro millones de jóvenes tomaron parte en huelgas inspiradas por la joven sueca.

Hoy, el cambio climático es noticia de primera página en los periódicos. ¿Hasta qué punto tenemos que dar las gracias a Greta Thunberg? «Está claro que hoy prestamos al cambio climático más atención que antes. Es posible que el movimiento de las huelgas en los colegios haya influido en algo. Pero lo que está cada vez más claro es que la crisis es tremenda, cada vez hay más indicios de que es algo que sucede en todas partes del mundo», afirma.

La imagen de Greta ante el Parlamento de su país recorrió el mundo. Su acto contra la inacción de los políticos inspiró a miles de jóvenes que, en diciembre de 2018, se unieron a su causa con marchas en más de 270 ciudades.

Thunberg niega ser la líder de algo. «El movimiento no ha de ser jerárquico», insiste. Nominada al Nobel de la Paz, hace dos años fue escogida por la revista Time como Persona del Año, mientras, por otro lado, era atacada por mandatarios como Vladímir Putin, Jair Bolsonaro y Donald Trump.

«Si piensas demasiado en el lugar que ocupas, en lo que dicen de ti, corres el riesgo de perder la cabeza», dice. Además, tiene claro que se trata de simples maniobras de distracción. «Hay gente que lo último que quiere es hablar de la crisis climática. Y por eso recurren a tácticas de este tipo. En vez de hablar de la crisis, trastocan el debate hablando de mí, de mi personalidad, mi aspecto, mis padres o mi hermana; de lo que sea. Hay que tenerlo claro».

«No me paso el día obsesionada por el futuro del planeta. En mis charlas lo pinto todo en blanco y negro, pero, por supuesto, no todo es en blanco y negro»

Se ha manejado con los distintos ataques mejor de lo que muchos adultos lo habrían hecho. El presidente Trump –quien sacó a Estados Unidos del acuerdo de París– en su día tuiteó que «Greta tiene que hacerse mirar esa rabia que tiene. Haría mejor en entretenerse viendo una buena película antigua con una amiga. ¡Cálmate, Greta, cálmate!». Thunberg respondió actualizando su perfil biográfico en Twitter de esta manera: «Adolescente, se hace mirar esa rabia que tiene. Ahora mismo entretenida viendo una buena película antigua con una amiga». Tras perder las elecciones presidenciales, Trump, fuera de sí, envió un tuit con el mensaje «¡DETENGAN EL RECUENTO!». Sin alterarse, Greta le devolvió el mensaje enviado tiempo atrás: «Cálmate».

Sobre la anorexia y el ‘bullying’

Por lo demás, Thunberg no se hace ilusiones sobre la nueva Presidencia de Joe Biden. «Por supuesto que va a haber un cambio, sobre todo porque va a mandar este señor y no el otro. Pero ni por asomo tenemos que pensar que ya está todo hecho, que todo irá sobre ruedas», afirma.

Greta en Montreal, en 2019, en la mayor manifestación de la historia de la ciudad. La paran por la calle allí donde va, excepto en Suecia. Según explica, se debe a la ley de Jagen: un término escandinavo que designa la inclinación a desconfiar del individuo que despunta. «La gente se fija en mí, muchos me reconocen, pero no se acercan a hablar –admite–. Lo que por una parte está bien, pues me dejan en paz, pero resulta un tanto artificioso

Greta prefiere no hablar de medidas políticas concretas. «Porque si empiezo a dar mi opinión sobre los impuestos o las nuevas políticas ‘verdes’, entonces me estoy metiendo en el terreno de los políticos, y la crisis climática va más allá de los políticos», indica. Su mantra sigue siendo el de siempre: «Hemos de aceptar que la crisis es una crisis con todas las de la ley y hemos de escuchar a los científicos». No cree que debamos relajarnos bajo ningún concepto.

Thunberg se convirtió en una figura mundialmente conocida por puro accidente. Los años previos a su conversión a la causa no fueron felices. Crecida en un hogar de clase media, es hija de Svante Thunberg, un actor reconvertido en amo de casa a tiempo completo, y Malena Ernman, una conocida cantante de ópera. Hacia los 11 años desarrolló anorexia, episodio que su madre rememora en el libro Nuestra casa está ardiendo. Al principio, sus padres «gritaban, reían, amenazaban, suplicaban, argumentaban, lloraban y ofrecían sobornos de toda clase» para que comiera, escribe Ernman. Greta se negaba en redondo y al final fue tratada en un centro para trastornos alimentarios de Estocolmo. Sus padres tenían la obligación de monitorizar sus comidas. Una anotación típica: «Almuerzo: 5 ñoquis. Tiempo: 2 horas y 10 minutos».

La psicóloga del colegio aventuró que su hija quizá sufría alguna variante de autismo. Pasaron años antes de que les llegara un diagnóstico, pero al final recibieron varios a la vez. Greta tenía el síndrome de Asperger –una forma de autismo no siempre evidente a simple vista–, un trastorno obsesivo-compulsivo y mutismo selectivo. Tan solo entonces empezaron a comprender lo que Greta había estado viviendo.

Es hija del actor Svante Thunberg y de Malena Ernman, que representó a Suecia en Eurovisión en 2009. Su hermana, Beata, padece trastorno de oposición desafiante, TOC y TDAH. Completan la familia Roxy, un labrador, y Moses, golden retriever.

En el libro hay un conmovedor párrafo donde el padre acompaña a la hija a una ceremonia de fin de curso y se da cuenta de que los demás niños se ríen de ella. Más tarde, en casa, se deciden a abordar la cuestión del acoso escolar. «Cuando sacamos el tema a colación, no es que Greta se muestre aliviada o tranquilizada, sino que va mucho más allá: está contenta de veras, incluso eufórica».

A lo largo del mes siguiente van enterándose de nuevos episodios desagradables. «Niños que la empujan en el patio, niñas que la tiran al suelo, otros que la engañan para hacer que vaya a lugares imposibles», escribe la madre. Unos comportamientos que su hija hasta la fecha había estado aceptando sin más, sin comprender que eran aberrantes.

El diagnóstico dio un vuelco a la situación. «Está claro que me ayudó –subraya Thunberg–. Comencé a entender mejor quién era yo. A entender por qué no era como los demás, por qué tenía problemas de relación social, etcétera». Cambió de colegio, con el siguiente resultado: «Pude ponerme a estudiar de la forma que más me convenía».

El Asperger como ‘superpoder’

Greta es una muchacha inteligente –salta a la vista– con un voraz apetito de información. Unos vídeos tomados cuando tenía 8 o 9 años la muestran recitando la tabla periódica de memoria. Greta ha dicho que el Asperger «es mi superpoder particular» y sigue considerando que el síndrome, de hecho, ha sido positivo para ella. «Suele considerarse que el Asperger o el TDAH, u otro acrónimo por el estilo, es algo negativo, pero el hecho es que no tiene por qué serlo. Puedes utilizarlo en tu propio beneficio».

Empezó a pensar en el cambio climático en serio después de que una profesora les enseñara un documental sobre una isla de plásticos flotante en el Pacífico. Al verlo, rompió a llorar. Otros alumnos también se sintieron angustiados, pero se olvidaron del asunto después del timbre del final de la clase. A Greta le resultaba imposible. Hay quien dice que en el movimiento contra el cambio climático existe una nutrida representación de personas con autismo, en mayor medida de lo normal. ¿A qué cree que se debe? «Los seres humanos somos animales sociales. Copiamos los comportamientos de los demás y si la mayoría se comporta como si nada malo pasara los demás hacen otro tanto. Pero los que tenemos autismo no nos atenemos a las normas sociales, no copiamos las conductas ajenas –explica–. Es algo similar a lo que sucede en el cuento del traje del emperador. El niño que no tiene miedo a las opiniones ajenas, a lo que los demás puedan decir de él, es el único que se atreve a desbaratar una mentira que todos los demás aceptan con sumisión».

Nació en Estocolmo el 3 de enero de 2003. A los 15 años, una profesora les mostró en clase un documental sobre una isla de plásticos flotante en el Pacífico y, al verlo, rompió a llorar. Poco después comenzó a sentarse ante el Parlamento todos los días durante la jornada escolar, con este cartel: «Huelga escolar por el clima».

Greta pasa la mayor parte del tiempo en casa junto con la familia. Su hermana menor, Beata, también ha sido diagnosticada con Asperger, así como con un trastorno obsesivo-compulsivo y con TDAH, y uno de los resultados es que la familia está muy unida. En los últimos años se ha estado especulando sobre la influencia que sus padres ejercen sobre las tan públicas actividades de Greta, pero al hablar con ella salta a la vista que es una persona que piensa por su cuenta.

«Suele considerarse que el Asperger o el TDAH, u otro acrónimo por el estilo, es algo negativo, pero puedes utilizarlo en tu beneficio»

¿A veces se siente sola? Niega con la cabeza. «No es fácil que otros entiendan cómo es mi vida, pero en absoluto me siento sola; cuento con el apoyo de muchísimas personas», responde. Una de ellas es Malala Yousafzai, la joven pakistaní laureada con el Nobel a quien los talibanes dispararon en la cabeza, una defensora acérrima del acceso de las niñas a la educación. Greta y Malala se conocieron durante la grabación de una serie para la BBC y siguen manteniendo estrecho contacto. Yousafzai, que actualmente tiene 23 años, aconseja que «me cuide, que recuerde que esta es una carrera de larga distancia y que no conviene quemarse antes de tiempo», dice Thunberg.

Greta está segura de que su fama va a disiparse de forma tan brusca como llegó. «Me cuesta entender que la prensa lleve tanto tiempo persiguiéndome. Llegará el día en que nadie me hará mucho caso y por eso trato de aprovechar el momento, de utilizar mi condición de persona famosa en la medida de lo posible, durante el poco tiempo que me queda para hacerlo». Es un tema al que vuelve una y otra vez, como si estuviera contando los segundos que faltan para que se cierre el telón.

Lo más curioso de Greta Thunberg es que, en ciertos aspectos, sabe muy bien cómo es la gente. Escribe sus propios discursos y los pronuncia a su manera peculiar, con la emotividad a flor de piel. ¿El cambio climático de veras le duele de modo tan personal? «No, claro que no. Hay quien cree que sufro una depresión o que me propongo sumir a la gente en el pánico, pero estamos hablando de unas metáforas destinadas a llamar la atención de los demás. No pienso en el cambio climático de esa manera, pues claro que no. No me paso el día obsesionada por el futuro que nos espera, pues no le veo la utilidad». Mientras asimilo esta revelación-bombazo, Greta agrega: «Si estás totalmente metida en un proyecto, lo que no puedes hacer es dejarte llevar por la depresión o la ansiedad».

Predicar con el ejemplo

Su sinceridad también choca al hablar de otras personas. Pregunto por los famosos que se dicen angustiados por el cambio climático mientras viajan en avión por el mundo entero. «Que hagan lo que quieran, a mí me da igual. No soy quién para decir a la gente lo que tiene que hacer, pero si no predicas con el ejemplo corres el riesgo de que nadie te tome en serio». Tampoco está de acuerdo en que tener hijos sea nocivo para el planeta. A su modo de ver, esta polémica es una cortina de humo destinada a meterle el miedo en el cuerpo a la gente. «Yo no creo que tener hijos sea sinónimo de egoísmo. El problema no son las personas, sino los comportamientos».

«No me hace falta viajar a Tailandia en avión para ser feliz. No me hace falta comprar ropas que no necesito»

Es consecuente en sus elecciones personales. Hace años que no viaja en avión. Es vegana y ha dejado de «consumir cosas». ¿Qué ha dejado de consumir exactamente? ¿Ropas? Asiente con la cabeza. ¿Y si le hace falta algo en particular? En el peor de los casos, siempre puedo comprar una prenda de segunda mano, lo que no necesito son ropas nuevas. Siempre puedo tomar algo de una amiga prestado o aceptar algo que no quiera. No me hace falta viajar a Tailandia en avión para ser feliz. No me hace falta comprar ropas que no necesito, para mí no supone ningún sacrificio».

En septiembre de 2019 habló en la Cumbre del Clima de la ONU. Además de ofrecer cifras alarmantes sobre el calentamiento global, a los políticos allí reunidos les dijo: «Nos están fallando, y los jóvenes están empezando a entender su traición».

Se tomó un año libre para viajar y le quedan dos cursos en el colegio antes de entrar en la universidad. «No dejo de darle vueltas a la cuestión de lo que voy a estudiar, qué voy a hacer con mi vida», explica. Por primera vez durante la entrevista, suena como una chica de 18 años normal y corriente.

Ahora mismo estudia Ciencias Sociales. «Siempre quise estudiar Ciencias Naturales, pero pensé que quizá me sería más útil seguir otra dirección, más vinculada a las medidas políticas y demás». Pero manifiesta que igual vuelve a cambiar de idea. «Mi vida es más bien rara, y las cosas no paran de cambiar, por lo que me resulta difícil tomar una decisión en firme».

¿En algún momento va a decirse que ya ha hecho cuanto estaba en su mano, que ha llegado el momento de pasar página y cambiar de tercio? «Es difícil decirlo, pues la crisis climática es una cuestión más que compleja. En mis charlas lo pinto todo en blanco y negro, pero, por supuesto, no todo es en blanco y negro. No hay una cifra mágica a la que atenerse».

«Si piensas demasiado en lo que dicen de ti, corres el riesgo de perder la cabeza. Mi vida es más bien rara y las cosas no paran de cambiar. Llegará un día en que la prensa no me haga caso»

Entretanto, su mejor regalo de cumpleaños, dice, «es que todos se comprometan a hacer lo posible por salvar la Tierra». ¿Y qué me dice de un regalo más modesto, en un paquetito que abrir en esas fechas tan señaladas? Se revuelve en el asiento, algo incómoda por la pregunta, tratando de pensar en una respuesta. «Tengo los faros de la bici rotos y en Suecia oscurece muy pronto en el invierno», contesta para seguirme la corriente. Siempre puede pedir otros prestados, ¿no?

 

 

Te puede interesar

Greta, la chica que se ha propuesto salvar el mundo

Los niños activistas que quieren cambiar el mundo

"personajes"