Es la abogada que divorcia a los famosos. Y siempre -o casi siempre- gana. Ahora representará a Kim Kardashian en su separación de Kanye West. Su nombre es Wasser, Laura Wasser. Por Laura Pullman/Fotografía: Austin Hargrave
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La industria del divorcio es un sector floreciente en Hollywood, y Laura Wasser es su abogada estrella. Se gana la vida -muy bien, por cierto- gestionando las típicas y melodramáticas separaciones de los famosos. Esa clase de ruptura -con las emociones desatadas y amplificadas- que los demás seres humanos evitamos como la peste. «Lo mejor es no tomarse muy a la tremenda lo que les pasa -explica la abogada-. Hay que tener en cuenta que, con frecuencia, la separación es lo más serio que les ha pasado en la vida. Y no es esperable que vayan a comportarse como unos dechados de virtudes».
«Yo les digo a mis clientes: ‘Recuerda que la caca de tu nuevo cariñito huele igual que la de tu marido'»
Aquí conviene recordar una frase que aparece en Historia de un matrimonio, la conmovedora película de 2019 sobre la separación de una pareja: «Los abogados penalistas tratan de ver lo mejor que tienen las malas personas; los especializados en divorcios ven lo peor de las buenas personas». Laura Dern se llevó un Oscar por su retrato de una abogada tan glamurosa como despiadada. Un personaje inspirado en la propia Wasser, o eso se supone. El director de la película, Noah Baumbach, acababa de pasar por un largo proceso de divorcio… Y la representante legal de su exmujer, la actriz Jennifer Jason Leigh, fue, cómo no, Laura Wasser.
Wasser también tuteló a Johnny Depp durante su divorcio de la actriz Amber Heard. También luchó por Maria Shriver y sacó 400 millones a Arnold Schwarzenegger. Britney Spears, Heidi Klum, Jennifer Garner, Ashton Kutcher, Mariah Carey… Son legión las estrellas que recurren a Wasser.
Honorarios: 950 dólares la hora
Ahora, Kim Kardashian va a divorciarse de Kanye West después de siete años de matrimonio y cuatro hijos (se decía que el desastroso amago de candidatura a la Presidencia hecho por el rapero fue «la gota que colmó el vaso»). El nombre de Wasser salió a relucir de inmediato. La abogada, de 52 años, ni lo confirma ni lo desmiente. Se limita a decir: «Llevo años representando a miembros de esa familia, unas personas magníficas con la que es un placer trabajar». No es la primera vez que Wasser representa a Kardashian; ya la defendió cuando su matrimonio con el jugador de baloncesto Kris Humphries se vino abajo después de tan solo 72 días.
Laura Wasser va al grano, cobra un ‘ojo de la cara’ por sus servicios (950 dólares la hora, más 25.000 en concepto de anticipo) y es la discreción personificada. Su agenda de contactos impresiona. Kamala Harris, la vicepresidenta de Estados Unidos, es amiga suya. «No puedo estar más orgullosa de ella -dice Wasser-. Es una amiga estupenda. Divertida, es un placer salir a tomar una copa con ella, no se corta un pelo al hablar, es brillante y lista como ella sola».
Wasser lleva la ley en las venas. Aún no había cumplido 25 años y ya estaba trabajando en el bufete paterno. Su propio matrimonio se fue a pique a los 14 meses: y ahora, tras más de dos décadas de profesión, asegura, se siente incapaz de saber qué relaciones serán duraderas y cuáles no. «Suele pasar. Me invitan a una boda y pienso: ‘Este matrimonio no va a durar…’. Y luego siguen juntos. No sabría decir dónde está el secreto. Los que están medio locos y se casan en un arrebato muchas veces duran. Y luego te topas con parejas encantadoras que no logran que su matrimonio funcione».
Los egos desmesurados, los viajes, la vida social y los horarios de trabajo imposibles, desde luego, son un problema añadido para los matrimonios de Hollywood, pero ¿las estrellas viven su divorcio de forma distinta al resto de los mortales?
«El divorcio iguala a todo el mundo. Te sientes aterrada, con el corazón roto, rabiosa… Incluso culpable por lo sucedido. ‘¿En qué me he equivocado?’, te preguntas. Te sientes fracasada como persona».
La mayoría de los que llaman a su puerta sigue terapia de pareja -esto es California, no lo olvidemos- y, si no la siguen, Wasser recomienda que lo hagan. «Estamos hablando de la industria del entretenimiento, y muchos viven una especie de sueño, quieren protagonizar una boda a lo grande, su propia historia de amor. Pero con el tiempo, cuando la chispa ya no es la de antes, cuando ya no sientes aquel cosquilleo interior, entonces encuentras a otro que te gusta y te planteas irte con él. Y yo suelo decirles: ‘A no ser que seas una de esas adictas al amor que van de príncipe azul en príncipe azul, recuerda que las cacas de tu marido huelen igual de mal que las de tu nuevo cariñito. Así que trata de arreglar la situación’».
La pandemia -y la subsiguiente obligación de permanecer encerrados bajo el mismo techo- ha provocado que las separaciones se disparen. Muchos han tomado una novedosa resolución de año nuevo: escapar a su matrimonio como sea. Una clienta llegó a decirle: «Me he prometido perder 75 kilos que me sobran… Justo los que pesa Steve, mi esposo».
No siempre resulta fácil dilucidar si vale la pena seguir luchando por salvar una relación o si es mejor tirar la toalla. «Dios no va a enviarte una señal. Bueno, hay quien vuelve a casa por la tarde y se encuentra con que la canguro está practicándole una mamada a su maridito. Y en el fondo no está mal, te deja clarísimo que todo terminó», agrega.
Para Wasser, lo más difícil de remontar no es una infidelidad, sino cuando «en la pareja se ha desarrollado verdadero distanciamiento. Hay demasiados resentimientos, demasiado crecimiento personal en direcciones opuestas, o crecimiento por parte del uno, pero no del otro. No se da la necesaria comunicación, ninguno se esfuerza… Porque estar casada no es fácil, hay que trabajárselo».
«Una infidelidad se puede superar. Los casos más difíciles son cuando la pareja se ha distanciado y ya no quiere luchar»
Pero Wasser no va de terapeuta. «Yo no tengo formación de psicóloga. Mi propia vida sentimental es complicada, así que no soy la más indicada para decirte cómo ha de ser tu próxima relación de pareja», dice, y se le escapa la risa. Después de su propio divorcio, Laura tuvo dos hijos varones -que hoy tienen 11 y 15 años- de dos padres distintos. Rompió con su novio de muchos años justo antes del coronavirus y hoy sale con otra persona que conoció a través de unos amigos comunes. «La relación todavía es muy nueva. A ver qué tal funciona», indica. Niega que los hombres se sientan intimidados al tratar con ella. «Soy adversa a los conflictos personales. Suelo decir en broma que yo nunca discuto con nadie… A no ser que me paguen mi tarifa de 950 dólares la hora. Entonces sí lo hago».
Laura tiene claro que el ser humano no ha nacido para entablar una relación monógama de decenios de duración. «Esto de acostarse una noche tras otra con la misma persona, hasta que la muerte os separe, seguramente era más fácil en el siglo XVI, XVII o XVIII. Pero ahora hemos evolucionado y vivimos muchos más años. Me parece perfecto que encuentres tu compañero del alma y sigas casada con él 50, 60 o 70 años. Una maravilla. Pero no es la norma. Entonces, si tantas personas se ven abocadas al divorcio, ¿no sería mejor hacerlo de una forma que no sea tan perjudicial para los hijos, tan nociva para nuestro bienestar físico y emocional?».
Se rumorea que en su día dejó de trabajar para Angelina Jolie, cuando el largo proceso de divorcio de Brad Pitt (con quien la actriz tuvo seis hijos) se tornó demasiado agresivo. «En un caso de divorcio, nuestra función es ir a por todas en beneficio de nuestro cliente -explica-. Y cuanto mayor conflicto se da, mayor es tu beneficio económico. De hecho, conozco colegas que ralentizan el proceso, alargan las cosas y meten maraña para sacarse más dinero».
Resulta fundamental hablar a las claras con el cliente. «Siempre recalco que mi función no es lamerles el traserillo», asegura. También rechaza a aquellos clientes que se han propuesto hacer daño y hundir a la otra persona como sea. «Tengo buen olfato para detectar a los locos peligrosos».
Contratos prematrimoniales increíbles
Asombran las exigencias planteadas en algunos acuerdos prematrimoniales. Cierto jugador de baloncesto quería que el contrato obligara a su futura mujer a perder los kilos de más ganados durante un embarazo en cuestión de pocas semanas después del parto. Una mujer, la persona más adinerada de los dos, quería que el acuerdo obligase a su futuro marido a no dejar el asiento del retrete levantado, pelos en el lavamanos o el tapón del tubo de pasta de dientes suelto. Si lo hacía, entonces no vería un solo dólar en caso de divorcio. Wasser se vio forzada a explicarles que semejantes condiciones no tenían validez legal alguna… Ni tampoco eran las más adecuadas para embarcarse en una relación marital.
En su clientela abundan las mujeres profesionales que se ganan muy bien la vida y en su día contrajeron matrimonio con un ‘igual’ que después se quedó rezagado. «El hombre ahora se pasa el día sin dar golpe, apalancado en calzoncillos en el sofá. Tampoco es que se quede en casa para cuidar de los niños, nada de eso, pues la familia cuenta con niñera, criada y cocinero. La mujer sale a trabajar, está sacándose un pastón, y él no hace más que quejarse y lamentarse por su mala suerte». Wasser avisa a estas clientas de que, en caso de divorcio, tendrán que pagar pensión al marido y los hijos, y que es posible que tengan que vender la casa y pierdan la mitad de su dinero. «Ellas entonces se quejan y dicen que es una injusticia. Y yo respondo que sí, claro… Y les recuerdo que los hombres llevan años diciendo lo mismo».
Sobre la crianza compartida de los hijos tras el divorcio, Laura explica que el secreto del éxito está en las tres ‘c’: cooperación, consideración y comunicación. La propia Laura está «pero que muy unida» a los padres de sus dos hijos. «Son de la familia. Con el pequeño detalle de que nunca más vamos a acostarnos juntos, hasta que la muerte nos separe».
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