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Gianni Infantino Presidente de la FIFA El 'amo' del fútbol, sin complejos: «Soy un autócrata»

Es el hombre más poderoso del fútbol internacional. Como presidente de la FIFA, gestiona el deporte más rentable del planeta y, en estos momentos, el más polémico por la celebración del Mundial en Catar (y su intento de justificarlo apelando a 3000 años de inmoralidad occidental). Antes de esta última polémica y cuando aseguraba que su gran objetivo era erradicar la corrupción del fútbol sin que el negocio dejase de crecer, pasamos un día con Infantino.

Lunes, 21 de Noviembre 2022, 16:16h

Tiempo de lectura: 9 min

Acaba de desayunar una ración de muesli que le han traído de la cafetería. Distraído por el entusiasta recibimiento que le brinda al periodista, Gianni Infantino se olvida del cuenco vacío sobre el escritorio. Ha aceptado que un reportero lo acompañe porque quiere demostrar que la imagen que los medios de comunicación suelen presentar de él, la de un hombre de negocios con pocos escrúpulos, no es cierta.

Gianni Infantino preside la FIFA, esa organización que a mucha gente le parece casi tan digna de confianza como la mafia. En este tiempo ha aprendido a prestar atención a cosas a las que antes no se les daba especial importancia. Como la imagen de puertas afuera. De hecho, dice que le gustaría poder revisar todo lo que se va a publicar, desde declaraciones hasta fotos.

Tras saludar efusivamente a su invitado, Infantino pasea la vista por el despacho. Sobre el escritorio está el cuenco de cereales vacío. Cuando lo ve, se apresura a empujarlo detrás del ordenador. «No es una estampa digna de un presidente de la FIFA…», dice.

Infantino es el hombre más poderoso del fútbol internacional. La FIFA vende derechos de televisión y licencias, comercializa un producto demandado a nivel global. En el planeta hay unos 4000 millones de aficionados. Tras el Mundial de Rusia de hace dos años y medio, la organización que preside acumulaba unas reservas de 2745 millones de dólares. En 2019 fue reelegido por aclamación para un segundo mandato.

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¿Tiempos pasados?Joseph Blatter, el antecesor de Infantino, fue acusado de corrupción. En 2015, un comediante le arrojó un fajo de billetes falsos durante una rueda de prensa.

A pesar de todo, Infantino es objeto de numerosas críticas. El verano pasado, la Justicia suiza abrió un procedimiento en su contra por reunirse en secreto con el jefe de la oficina del fiscal federal, que en aquellos momentos investigaba a la FIFA por sospechas de corrupción en la concesión del Mundial de 2018 a Rusia y del Mundial de fútbol 2022 a Catar, entre otros casos. Varios miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA, integrado por 22 personas, podrían haber aceptado sobornos. Las acusaciones contra Infantino incluyen abuso de cargo público, violación del secreto oficial y obstaculización de la acción penal.

Su posición al respecto: «Reunirse con la Fiscalía Federal es totalmente legal. Es más, apoyar a las autoridades en su investigación de los comportamientos equivocados de la FIFA es parte de los deberes del presidente de la organización».

Infantino también tiene que responder por la reserva de un vuelo en avión privado de Surinam a Zúrich en abril de 2017, valorado en 200.000 dólares. Sobre esta segunda acusación, Infantino se limita a decir: «La FIFA había reservado un vuelo comercial de vuelta a Europa, donde yo tenía varias reuniones. Cuando la FIFA fue informada de que la compañía había cancelado el vuelo, el departamento responsable de estas gestiones reservó otro alternativo».

Gianni Infantino se presentó como el hombre que iba a librar a la FIFA de la corrupción y el despilfarro que habían marcado la organización durante los 18 años de mandato de Joseph Sepp Blatter, su antecesor en el cargo. Según las acusaciones, habrían sido años de sobres marrones llenos de billetes que funcionarios de la organización deslizaban bajo las puertas de las habitaciones de hotel de los representantes de las distintas federaciones, dinero que habría buscado garantizar la elección de Blatter. También fueron años de millones destinados a la construcción de un  complejo deportivo en el Caribe con el que se habría pagado el apoyo para la celebración del Mundial de 2010 en Sudáfrica. O de la presunta compra de la organización del Mundial de Alemania de 2006.

Infantino ha sido acusado de abuso de cargo público y obstaculización de la acción penal por reunirse en secreto con el fiscal que investiga la corrupción en la concesión de los mundiales de Rusia y Catar

Infantino prometió que iba a demostrar que el amor al fútbol no estaba reñido con la gestión de un negocio multimillonario. Por eso, la cuestión central en este despacho de la planta más alta de la sede de la FIFA en las afueras de Zúrich es si de verdad el sistema se puede cambiar desde dentro. Y si lo puede hacer un hombre que ha ido ascendiendo peldaño a peldaño en la jerarquía de la organización.

El fútbol vive de que los aficionados sueñen con partidos bonitos y juego limpio. Cuantas más personas crean en este sueño, más dinero se puede ganar con él. Sepp Blatter, el hombre que precedió a Infantino, estuvo, según la propia FIFA, a punto de destruir ese sueño. Ahora, a Infantino le toca cuidar de que los hinchas puedan volver a soñar y, al mismo tiempo, de que el negocio siga funcionando.

Hijo de inmigrantes

Los orígenes de Gianni Infantino son muy modestos. Su familia emigró de Italia a Brig (Suiza) a comienzos de los años cincuenta. Su padre trabajaba como ferroviario; su madre, en un quiosco. Gianni Infantino nació en Suiza y, aunque tiene doble nacionalidad, su apellido italiano sigue delatando su condición de secondo, como se llama allí a los hijos de los trabajadores llegados de fuera. Su padre era hincha del Inter de Milán... y Gianni Infantino también. Le habría gustado ser futbolista, pero no pasó de delantero en el FC Brig, de la Quinta División suiza.

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El fútbol femenino, a su ritmo. Infantino en 2019 en el Mundial femenino en Lyon. Defiende que esta competición de féminas se juegue cada dos años (y no cada cuatro), lo que genera controversia.

Cuando Infantino llegó a la UEFA en 2000, la organización comercializaba los derechos de 500 partidos de fútbol e ingresaba 4000 millones de dólares. En 2016, cuando él dejó la UEFA, eran 2500 partidos que habrían aportado 14.000 millones. La FIFA, por su parte, llevaba una eternidad comercializando solo 100 partidos por ciclo. Y eso debía cambiar.

Durante su pasada intervención en la cumbre de Bangkok, Infantino afirmó que es Europa la que ahora domina el mundo con sus ligas profesionales: con los partidos de la Premier League inglesa, de la Liga española, de la Bundesliga alemana, de la Serie A italiana, de la Ligue 1 francesa. Como sus partidos se ven en todo el mundo, los equipos europeos tienen aficionados en todas partes, aficionados que prefieren comprarse la camiseta de Cristiano Ronaldo o de Lionel Messi en vez de la de jugadores de los clubes de sus propios países. Infantino quiere vender más partidos, crear nuevas competiciones, ingresar más dinero. Quiere ser una especie de diplomático del fútbol en los mercados crecientes de Asia y África.

Esta mañana, Infantino va a participar en el congreso de la AFC, la Confederación Asiática de Fútbol, a través de videoconferencia. En su monitor tiene a los presidentes de las 47 federaciones integradas en la AFC. Estas son algunas de las personas que un día tendrán que votar su continuidad en el cargo. En la FIFA, cada país miembro tiene un voto, lo mismo Irak que Estados Unidos, Guam que España. La pregunta es cómo puede librarla de la corrupción una persona que es elegida por los presidentes de las 211 federaciones, hombres que a menudo se encuentran ellos mismos bajo sospechas de ser más o menos corruptos.

Infantino, en su discurso, insiste en su promesa de hacer el fútbol más grande de lo que ya es. «Tenemos que lograr que en el mundo haya 50 selecciones capaces de ganar el mundial».

Una vez finalizada la videoconferencia, decide que vayamos al Dieci allo Zoo, un restaurante italiano. «Es una pizzería, nada fuera de lo corriente», dice como de pasada. Es evidente que quiere distanciarse de la cultura del derroche de sus predecesores, como la colección de relojes de lujo que Blatter guardaba en su despacho.

«Quiero enseñarle algo», dice Infantino, y abre la puerta de una sala contigua a su despacho. Dentro solo hay una máquina de step y un televisor. «Esto era antes una bodega», dice Infantino, la bodega de Blatter.

«Cuando llegué, dije que yo no necesitaba vino, solo un televisor y una máquina de step». Pero el personal de administración, empleados que llevaban años trabajando para su predecesor, le pusieron una máquina de 8000 francos suizos, la más cara del mercado. Y luego filtraron el precio a la prensa. Por aquellos días, la FIFA seguía llena de viejos amigos de Blatter, asegura Infantino.

Césped en la sala de reuniones

En 1995, nada más terminar sus estudios de Derecho, Infantino solicitó un puesto tanto en la FIFA como en la UEFA, pero las dos organizaciones le respondieron con cartas de rechazo. El decepcionado aspirante no las tiró a la basura, las guardó. La carta de la UEFA la enmarcó y la colgó de la pared. Y, cada vez que conseguía un empleo, colocaba su nueva tarjeta de visita en el marco de aquel primer rechazo. Mantuvo la costumbre hasta 2009, cuando fue elegido secretario general de la UEFA. Infantino no quiere olvidar de dónde viene.

Infantino abre la puerta de una sala junto a su despacho. Dentro solo hay una máquina de 'step' y un televisor. «Esto antes era una bodega», dice. La bodega de Blatter

Durante la comida debe alejarse un momento para atender una llamada. Mientras, sus colaboradores intentan responder por qué el presidente de la FIFA no parece ser especialmente apreciado en el seno de la organización. Y por qué en la prensa lo califican de autócrata.

Cuando eligieron a Infantino presidente de la FIFA, cuenta su portavoz, resumió sus principios en tres puntos: «Primero: tenemos que trabajar duro. Segundo: estamos orgullosos de trabajar para la FIFA. Tercero: disfrutamos haciéndolo». Puede que a esa gente que va diciendo cosas malas de él no le guste mucho el primer punto, insinúa el colaborador.

Infantino ha terminado de hablar por teléfono y vuelve a la mesa. ¿Es cierto que es un autócrata?, pregunto. «Es cierto –responde–. Soy muy exigente, empezando por mí».

De regreso a la sede de la FIFA, Infantino hace un breve recorrido por el edificio de ocho plantas que Blatter levantó y que costó 240 millones de francos suizos. El ascensor va bajando desde su despacho en el último piso hasta llegar a la gran sala en la que antes se reunía el Comité Ejecutivo, la instancia que decidía el país que albergaría cada mundial y que acabó convirtiéndose en símbolo del nepotismo en la organización.

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Más que preparado. Infantino, de 52 años, estudió Derecho y habla de forma fluida seis idiomas, incluido el español y el árabe. Está casado con una libanesa y tiene cuatro hijos.

El Comité Ejecutivo ya no existe. Ahora quien se encarga de adjudicar la concesión de los mundiales es el Congreso de la FIFA, formado por los representantes de las 211 federaciones asociadas. Infantino pasea la mirada por la sala, iluminada por grandes lámparas de cristal. El suelo está cubierto por un enorme césped artificial.

«Cuando llegué –cuenta–, le dije al encargado del edificio que me gustaría poner un césped. La noche previa a la reunión, aún no estaba puesto. Pregunté: '¿Dónde está el césped?'. Eran ya las diez de la noche. 'No, no se puede hacer', me dijo, 'es lapislázuli de Afganistán, un material muy noble, y los arquitectos dicen que no se puede tapar'. Y entonces le dije: 'Mañana llegaré a la oficina a las siete y, si no hay un césped aquí, me voy a Ikea y lo compro yo'. Llegué a la oficina a las siete y el césped estaba puesto».

Ya ha pasado un año de su asistencia a la cumbre de la ASEAN en Bangkok, en la que promocionó la gran revolución del fútbol en el continente asiático. ¿Cuáles han sido los resultados por ahora? Pues que en Birmania aún no está en marcha el programa de fútbol en los colegios. Y que en Brunéi las mujeres siguen teniendo prohibido jugar al fútbol. Todo sigue como estaba.

Por un lado, resulta decepcionante. Por el otro, la FIFA es un modelo de trabajo que funciona. Quizá esa sea la verdadera labor de Infantino: impulsar los cambios en pequeñas dosis, sin prisa, pero sin pausa; con constancia y en todas partes, de manera que, visto a gran escala, el conjunto siga igual.

Infantino vuelve a su despacho. Fuera ya ha oscurecido. Su secretaria lo recibe con una carpeta con felicitaciones para las grandes figuras del fútbol que cumplen años durante los próximos días. Uno de los primeros cambios que introdujo cuando lo eligieron, dice Infantino, fue honrar como es debido a las leyendas del balón. Antes, con Blatter, solo había una leyenda: «El que firmaba las cartas». O sea, el propio Blatter.

Etiquetas: futbolistas