Barcelonesa, 84 años. Actriz, modelo y empresaria, fue musa de la modernidad en el cine, la moda y la publicidad de los sesenta y setenta. «Lo malo de este virus es la incertidumbre. Yo ya estoy vacunada, pero hay que seguir con precaución». Por Raquel Peláez /Fotografía: Daniel Méndez
→ Si a mí me dicen que la semana que viene me muero, me da igual, no me da miedo la muerte. Lo malo de este virus es la incertidumbre. Yo ya estoy vacunada, pero hay que seguir con precaución. Es un virus cabrón.
→La soledad no me preocupa. Estoy acostumbrada. Lo peor de este virus es que me estoy perdiendo la vida de mi familia. Este mes han cumplido años tres de mis bisnietos y no los he podido ver. Yo me cachondeo de mí misma y me digo: «Ahora que estoy jubilada y podría hacer lo que me diera la gana, me tengo que fastidiar aquí como una solterona abandonada» [se ríe].
→ He sido refugiada en la Guerra Civil. Queda muy poca gente viva que pueda contar esto. Nací en 1936 y mis padres eran maestros republicanos, así que imagínate. En 1938, mi madre nos cogió a mi hermano y a mí y nos llevó a Francia junto con un grupo de 50 niños huérfanos de la guerra. Recuerdo el hambre.
→Mi madre me contaba que en la cama donde dormíamos en Francia tenía que poner una toalla para cazar pulgas. Me salió una especie de eccema, seguramente por la falta de higiene, de vivir todos allí amontonados. Tenía pupas y costras por todo el cuerpo. Cuando llegamos a España, yo ya tenía 4 años y me bautizaron. Recuerdo que pensé que aquello sería como un milagro y se me quitarían aquellas costras, pero cuando vi que seguían allí ya no creí en Dios nunca más.
→ Soy agnóstica total. No creo en ninguna religión. No me interesa irme al cielo y estar allí con una bandurria de gente que no conozco.
→Tengo una especie de deuda con mis hijos porque lo debieron de pasar muy mal cuando yo tenía que irme a los rodajes. Hay muchas mujeres que trabajan, claro, pero a mí me tocaba irme un día a Turquía, otro a Francia, otro a Londres… Un día, uno de ellos me dijo que dónde iba tan pintada: como si me fuera de juerga.
→La muerte de mi hijo es lo peor que me ha pasado en la vida. Empezó con la droga y no hubo vuelta atrás. Recuerdo que le pedí al psiquiatra que lo atendía que me dejara probar la heroína para saber qué era eso que tan desesperadamente pedía mi hijo, aquello por lo que lloraba y era capaz de hacer lo que fuera… El psiquiatra me dijo que ni pensarlo, claro.
→Estuvimos 11 años yendo y viniendo, desintoxicándose, volviendo a caer una y otra vez, hasta que llegó el maldito sida. Fue empeorando y empeorando hasta que murió. Para él fue una liberación. Mucha gente no entenderá que una madre diga algo así, pero esa no era vida para él, no era feliz.
«Tengo dos amigos, pero les digo que de sexo… nada. Cada uno en su casa»
→He visto a directores de cine meter mano a una actriz. A mí me hace eso y le digo que se vaya a la mierda, pero si ella se dejaba era porque aquí existe un problema con el trabajo. A mí me pasó una vez con un señor de la alta sociedad de Barcelona. Un día vino su secretaria a casa con un ramo de flores y me dijo que a su jefe le gustaría conocerme. En la nota ponía ‘Juan Carlos’ y mis niños empezaron a decir que era el rey [se ríe]. No era el rey, claro. Al final fui a comer con él y me dijo: «Yo te produzco lo que quieras». ¿Y sabes qué le contesté? Que eso era prostitución.
→A las mujeres mayores yo les hablo siempre muy claro sobre el sexo. ¿Por qué una mujer tiene que abandonarlo cuando tiene la menopausia? Lo que pasa es que nos educaron sin saber lo que era el sexo. Nadie te había contado lo que era un orgasmo. Muchas mujeres mayores me dicen que envidian la vida que he llevado, y yo lo entiendo porque algunas han tenido que aguantar toda la vida con el marido en casa más una amante en un piso distinto… Y ellas aguantando el rollo, ¿no me digas que no es horroroso?
→Yo ahora tengo dos amigos, pero les digo que de sexo… nada. Cada uno en su casa. No, porque los pones en un compromiso [se ríe]. Yo ya no quiero que nadie venga a dormir conmigo nunca más, no lo necesito.
Te puede interesar
Teresa Gimpera: «A los 40 años me harté de enseñar el culo»