Onubense, 80 años. Actor y director teatral, miembro de la Real Academia Española y miembro de honor de la Academia de las Artes Escénicas. «Con la pandemia he vivido una revelación gozosa». Por Raquel Peláez/Foto: Daniel Méndez

→ La pandemia ha sido una ocasión de oro para viajar hacia dentro, y lo hemos hecho perplejos ante el descubrimiento de nuestra fragilidad mutua.

→ Nos ha puesto frente a una pregunta: «Y, ahora, ¿qué hacemos?». Pues solo podemos hacer una cosa: corregir, enmendar. Que es lo que en el vivir y en el envejecer va uno haciendo.

→ Muchos sabios se han preocupado del envejecer, del morir. Y nos han recordado que hay que vivir mucho tiempo para culminar la tarea de ser persona. Es decir, de realizarte como ser humano. Envejecer es algo inexorable, pero el cómo envejecer está en nuestras manos.

→ Con la pandemia he vivido una revelación gozosa. De pronto, los amigos se han vuelto necesarios, maravillosos, consuelo… Y eso, por extensión, nos ha llevado a mirar a los demás, a quien no conoces, a los que van por la calle contigo. Ahora, mi conciudadano es también mi amigo.

→ Este oficio raro que es ser actor, comediante, tiene una ventaja extraordinaria y es que te obliga a estar activo. La desventaja es que te condena a la precariedad, que podría ser corregida si hubiera la suficiente ilustración y voluntad política. Pero a lo mejor eso viene con el tiempo, tengamos confianza.

→ Ahora de pronto me doy cuenta de todo lo aprendido, no solo de mis maestros, sino también de personas con las que no he estado de acuerdo y que me han obligado a entender sus razones y aceptarlas para convivir con ellas pacíficamente.

En mi generación, cuando éramos jóvenes, teníamos muchas opciones. Había que pelear, pero había tantas cosas por hacer… Ahora, en lo económico, todo se ha estrechado

→ Nací con una hernia inguinal y hasta los 9 años me sentía disminuido. No podía correr bien, tenía un braguero todo el tiempo. Me sentía inferior. Y con 9 años me operaron, desapareció la hernia y pude ser lo que soy.

→ Viví en Huelva. A los 13 años me metieron en un internado. Mi padre tenía una pensión modesta, pero notable en la ciudad, y a través del trabajo ellos alcanzaron un bienestar material que les permitió darnos la educación que tenemos. Él me encauzó por la carrera de hostelería y yo la abandoné estando en Alemania para dedicarme al teatro.

→ La reacción de mi padre cuando se lo dije fue un ejemplo extraordinario. Hubo un silencio enorme. Él ya había comprado un edificio para hacer un hotel, pero me contestó: «Hijo, yo ahí no te puedo acompañar, eso es cosa tuya y lo tienes que hacer tú solito. Pero, si vienen malas, aquí me tienes».

→En mi generación, cuando éramos jóvenes, teníamos muchas opciones. Había que pelear, pero había tantas cosas por hacer… Ahora, en lo económico, todo se ha estrechado. Se está angostando el camino de acceso de los jóvenes. Y, sin embargo, son ellos los que tienen que enmendar nuestros errores. Y los que estamos aún en vida tenemos la obligación de facilitarles el trabajo.

→El mejor consejo que me han dado en la vida también es de mi padre. Me dijo: «Pepe Luis, no te arrugues nunca». Y yo ahora le diría: «Sí, papá, no me he arrugado, pero también he aprendido que hay momentos en los que no es bueno presentar batalla». Y este es el consejo que yo daría a los más jóvenes.

Su nuevo montaje es Mio Cid. Juglaría para el siglo XXI.

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