Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza necesitaba comprar una obra de arte a la semana. Y, a temporadas, hasta una al día. Así lo aseguraba Simon de Pury, el rey de las subastas, una leyenda en el mercado del arte que, martillo en mano, batió todos los récords. Por Carlos Manuel Sánchez/Fotos: Cordon Press
«Heini Thyssen no solo cambió mi vida, sino que hizo mi vida. Trabajar de conservador para el mayor coleccionista de arte del mundo era algo insuperable».
Simon de Pury (Basilea, Suiza; 1951) es una leyenda del mercado del arte. Hijo de un ejecutivo de una multinacional farmacéutica, se educó en Japón. Quiso ser pintor, pero fracasó y reorientó su carrera. Antes de convertirse en el subastador ‘del martillo dorado’, que pulverizaba récord tras récord en Sotheby’s y más tarde al frente de su propia casa de subastas, fue la mano derecha del barón Heinrich (Heini) Thyssen-Bornemisza, para el que trabajó entre 1979 y 1986 supervisando la colección de Villa Favorita (Lugano).
De Pury dedica una atención especial a aquellos años fastuosos en su autobiografía, El subastador, publicada por Turner. Recuerda que Heini Thyssen era un coleccionista compulsivo que necesitaba comprar al menos una obra de arte cada semana, y algunas semanas una obra cada día. «Alguien tenía que racionalizar sus adquisiciones y yo entré en escena. El barón necesitaba a su lado una persona entendida y limpia que supervisara las compras y que lo protegiese de sí mismo». De Pury también fue testigo de la ruptura del barón con su cuarta esposa, la modelo brasileña Denise Shorto, ante la irrupción avasalladora de Tita Cervera. Todo ello lo contó en sus memorias con tanta crudeza como humor.
La mala reputación
«El barón mostraba muchísimo amor filial por su padre, a quien describía como un consumado cazador de gangas, que recolectó los restos de las grandes colecciones americanas después del crac de Wall Street de 1929… Pero el barón no tenía la mejor reputación. Se le consideraba un autócrata intimidante y excéntrico a quien solo le interesaban dos cosas en la vida: las mujeres hermosas y el arte. Habría que añadir el vino. Decir que Heini bebía mucho sería quedarse corto. En otra rara ocasión me confesó que su padre había muerto de alcoholismo. Bornemisza, su título húngaro, se traducía como ‘no bebe vino’. Pero él decía que su título debería de haber sido: ‘no bebe agua’. La abstinencia no cuadraba con este hombre tan dado a los placeres. Cuando empeoró su salud, lo que hizo fue buscarse un nuevo médico que le dijo que la mejor cura para sus rígidas arterias era tomar ajo crudo a mansalva, untado en tostadas».
El comprador número uno
«El barón solía doblar la esquina de las páginas de los libros y catálogos de su extensa biblioteca de arte cada vez que veía algo que le gustaba. Daba por sentado que podía adquirir cualquier cosa que quisiese. Las esquinas dobladas eran incontables, y mi trabajo era rastrear aquellas pinturas. Esto fue mucho antes de Internet; el único modo de evaluar los cuadros, que no fuera en persona, eran las diapositivas Ektachrome, que eran muy caras, 300 dólares cada una. Todas las mañanas recibíamos por correo enormes paquetes de Ektachromes enviadas por marchantes de todo el mundo. Sabíamos que, al ser el comprador número uno, teníamos la primicia de todo».
Un cotilla llamado Andy Warhol
«Andy Warhol fue invitado por el barón a una cena en Lugano durante la cual el artista empezó a juguetear con algo debajo de la mesa. ‘¿Qué es eso?’, le preguntó el barón. ‘Nada, mi grabadora’, le respondió Warhol. Puede que Warhol grabara a todo el mundo, pero el barón no estaba dispuesto a tolerar aquello; rara vez perdía los estribos, pero explotó y expulsó a Warhol del chalé. Este episodio reafirmó al barón en su determinación de prescindir de todos los artistas vivos, en sus paredes y en sus mesas. A Heini le encantaba bromear diciendo que prefería los cuadros a las mujeres: ‘Los pones en la pared y guardan silencio'».
La gatita y la leona
«Una rubia despampanante, con unos cuarenta años perfectos, me preguntó si estaba en el camino correcto a Villa Favorita. Esta mujer, con acento español, no se presentó. No vio la necesidad. Ella tenía una misión, y los ojos fijos en el camino y en su objetivo. Así fue mi primer encuentro con Carmen Cervera, quien se llevaría el gato al agua y se convertiría en la siguiente baronesa Thyssen. Nunca fueron pocas las mujeres hermosas que venían a ver al barón. Ningún hombre era un mejor partido. Esto fue alrededor de 1984; él seguía casado con Denise Shorto… Si Denise era una gatita sexual, Tita era una leona, una gata bien grande. Nunca olvidaré el almuerzo que Heini ofreció para doce personas en el Plaza Athénée. Los ojos de tout Paris estaban en Tita, quien vestía una falda tan corta que yo pensé que solo tenía puesto un cinturón».
El otro flechazo de Tita
«Tita, quien tenía el mismo sentido del humor que Heini, solía bromear con que era mejor ser la quinta esposa que la tercera o la cuarta, porque así era mucho más probable que fueras la última. El flechazo de Heini por Tita terminó por lograr que ella compartiera su flechazo con el arte. ¿Cómo no? Tita pudo apreciar cómo el mundo del arte recibía a Heini como a un jefe de Estado. Ella se percató de que el arte era el gran legitimador, mucho más que el dinero o las propiedades por sí solas. Cuando ella iba con Heini y conmigo a las grandes giras mundiales de sus exposiciones, podía ver de primera mano las cualidades diplomáticas del arte. Y con el paso del tiempo y el desplome de las bolsas, y también de los mercados inmobiliarios, pudo ver cómo el arte seguía subiendo y subiendo y subiendo. Cómo no iba a engancharse ella también».
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