Juan Carlos Izpisúa, el español que ha creado embriones quimera con mezcla de mono y humano

Izpisúa se crio en una humilde casa de Hellín (Albacete), estuvo un año en un orfanato, trabajó de camarero en Benidorm… Hoy es uno de los científicos más reputados del mundo. Su último descubrimiento ha sacudido al mundo creando embriones quimera con mezcla de mono y humano. Por Daniel Méndez

Un equipo internacional de investigadores, liderado por el español Juan Carlos Izpisua, del Instituto Salk de Estados Unidos, ha generado en laboratorio embriones quimera de humano y macaco. Los resultados publicados en la revista Cell  son un paso más en el estudio del envejecimiento de los órganos y de enfermedades graves, además de la posibilidad de generar órganos humanos en otras especies para acabar con las listas de espera de trasplantes.

En 2016 ya acaparó la atención mundial por sus investigaciones, publicadas también en Cell, sobre cómo revertir el envejecimiento. En 2017 otro ‘bombazo’ fue publicado en la misma revista: solucionar la carencia de órganos para el trasplante usando a los cerdos como ‘incubadoras’. Ahora ha dado un paso más con la creación de estos embriones quimera de humano y macaco.

Juan Carlos Izpisúa es uno de los científicos más reputados del mundo.

XL. No tuvo usted una infancia fácil.

J.C.I. Fue dura, pero feliz. Nací y pasé los primeros años de mi vida en Hellín. Como en muchos otros pueblos de España, todavía estábamos en una fase de desarrollo en la que nos faltaban muchas cosas. No solo a nosotros, le faltaban a mucha gente.

XL. Aunque a ustedes más que a otros…

J.C.I. Yo no era consciente de que nuestra situación era más precaria. Pero sí recuerdo llevar una vida un poco distinta a la de los otros niños. Los demás iban a la escuela, yo no. Yo iba con mi madre a recoger aceitunas, a poner uvas en las bolsas en época de vendimia, a vender globos… Pero no lo veía en sentido negativo.

XL. Y, ahora, ¿cómo lo ve?

J.C.I. Son maneras diferentes de formarte. Pero hubo un momento en que me planteé que sería bueno ir a la escuela. De adolescente empecé a sentir inquietudes por conocer cómo se forma la célula, un ser humano…

XL. ¿Ya se inclinaba por la ciencia?

J.C.I. En realidad no eran inquietudes solo científicas. Eran filosóficas incluso. Y cuando decidí estudiar una carrera, mi primera intención era estudiar Filosofía y Letras.

XL. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?

J.C.I. En aquella época yo vivía en Benidorm, donde trabajaba de camarero, de botones… Lo que podía. El día en que fui a matricularme a Valencia, pasé por delante de un edificio muy bonito. Entré a ver y era la Facultad de Farmacia. ¡Me matriculé! [Ríe].

XL. ¿Quién le ha inspirado fuera del ámbito científico?

J.C.I. Dos perfiles muy diferentes que han sido muy influyentes en mi vida han sido Schopenhauer y Zidane. Han sido muy inspiradores, por su manera de entender su propia actividad.

XL. Usted llegó a jugar al fútbol profesionalmente. 

J.C.I. No sé si profesionalmente… Jugué en el equipo de Benidorm durante un par de años. Estábamos en Tercera División. Tendría 15 o 16 años. En cualquier caso, la persona que de verdad me ha marcado es mi madre. A pesar de las dificultades que tuvo en su vida, trató de hacer lo mejor para sus hijos. No sabía leer, no sabía escribir, no tenía a nuestro padre a su lado, condujo su vida de una manera que para mí siempre ha sido un ejemplo.

XL. También pasó un tiempo en un orfanato.

J.C.I. Somos tres hermanos, y durante una temporada mi madre tuvo que dedicarse a nuestros abuelos, que estaban enfermos. Para ella era entonces muy difícil trabajar, dedicarse a sus padres y a sus hijos. Y consiguió que nos acogieran en un orfanato cerca de Murcia, en el castillo de Olite, que acogía a personas que no tenían nada.

XL. ¿Cómo fue ese periodo?

J.C.I. Fue una etapa un poquitín triste, pero no duró mucho. Yo estuve un año o año y medio; mis hermanos, un poco más. Tras el fallecimiento de mis abuelos volví con mi madre a ayudarla en lo que podía. Mi madre decidió mudarse a Benidorm y allí nos reunimos todos. Y todos empezamos a trabajar desde muy pequeñitos.

XL. ¿Con qué edad?

J.C.I. Recuerdo que en el primer restaurante donde acudí a pedir trabajo me preguntaron la edad. La mínima para trabajar era de 14 años, yo tenía 11. ¡Y dije que tenía 14 recién cumplidos! [Ríe]. Y mis hermanos, algo parecido.

XL. Un instituto público de Hellín lleva su nombre.

J.C.I. Me siento muy honrado de volver allí y recordar mi infancia y decirle a unos chavales que están a punto de ir a la universidad o de buscar su primer trabajo que lo conseguirán si ponen pasión y esfuerzo.

XL. Su nombre apareció hace unos años en las quinielas para el Nobel.

J.C.I. ¿El Nobel? [Ríe]. Sinceramente no creo que me lo merezca. Son premios que se conceden a personas que realmente han hecho cosas para ayudar a la humanidad, para cambiar nuestro mundo. Mi ambición es ayudar a paliar enfermedades. Pero todavía estamos lejos de ello.

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