El aislamiento

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

No suelo compartir los análisis apocalípticos que extraen algunos entendidos de los resultados electorales. No me parece, por ejemplo, que todos los votantes de Marine Le Pen o Zemmour en Francia respondan a un arquetipo de racista, ultraderechista y chovinista. Imagino que en el dibujo de cada uno de ellos hay muchas más contradicciones de las aparentes y, si se han visto seducidos por esas propuestas ideológicas, ha sido por descarte de otras que quizá ya experimentaron con anterioridad. En España fue fácil percibir cómo el ascenso de la ultraderecha se agarró a la cola del cometa de lo que se llamó el procés catalán de independencia. También ayudó el vaciado conceptual y de liderazgo en los otros dos partidos llamados ‘nuevos’ y que habían arracimado una gran cantidad de voto del descontento. Ahora, para fastidiar al gremio político, los ultras son los favoritos del elector cabreado. La política persigue una seducción rápida de los ciudadanos y, como pasa en los bares y las redes sociales, a última hora de la noche cuando te quedas sin otras opciones, unos acaban por aceptar lo que se ofrece delante sin ponerle demasiadas pegas. Los descontentos se han configurado en un segmento particular. Con el descontento pasa como con la infelicidad, que si rascas un poquito, todo el mundo se reconoce en él. Quizá hemos tratado con demasiada condescendencia al descontento, como si fuera una emoción de por sí valiosa, cuando realmente contiene un cierto grado de pereza, otro pellizco de victimismo y un definitivo punto de egolatría.

En realidad, casi todas las personas que eligen propuestas ultranacionalistas lo hacen por preservar sus privilegios, que ven peligrar. El último privilegio del que podemos gozar en un mundo tan globalizado es el de sentirnos nacionales. Preservar nuestra identidad nos resulta el último bastión del hogar y, ante la incertidumbre, nadie puede criticar que los náufragos se agarren al madero que aparenta flotar. Otra cosa es la corrupción vocacional que se parapeta tras esas siglas, pues nunca ha sido más fácil robar que al resguardo de la bandera. Sin embargo, no nos detenemos con demasiada atención en otro rasgo más característico de nuestra era que el descontento. Y es el aislamiento. Como ya hemos escrito en otras ocasiones, el teléfono móvil es muy fácilmente identificable con el coche. Como esos conductores que insultan y agreden verbalmente al coche de al lado, también en los móviles se circula con esa aparente impunidad que da estar guarecido bajo chapa y cristal. Ambos pertenecen a la familia de los tanques como vehículos de protección, ataque y aislamiento. La gran amenaza para la sociedad contemporánea es la pérdida de los lugares de encuentro en las ciudades de los países desarrollados. La aniquilación de los espacios públicos, convertidos casi siempre en un foro de frustración y maltrato, no ayuda. Las colas sanitarias evitan que la sala de espera sea un lugar de convivencia, más bien es de competición. También el transporte público, si no se cuida y protege, se convierte en un recurso para perdedores y eso provoca resentimiento. Y lo mismo la escuela pública, si no se privilegia frente a los elitismos disfrazados de opciones libres, pasa a ser un experimento social en marginación y no un ascensor de méritos.

Aunque el aislamiento nos parezca un problema de nuestro tiempo, no es así. En los Estados Unidos ya llevan tres décadas padeciendo un clima de brutal soledad que ha desembocado en crisis de convivencia, crímenes masivos y una oleada de dependencia de drogas analgésicas y opiáceos. También la Europa de los años treinta, pese a que se desarrollaba en la calle, ofrece ejemplos de ese aislamiento. Incluso Hannah Arendt, en su libro sobre la condición humana, ya dejó por escrito que el miedo era la mejor arma de dominación, pues el terror encuentra su terreno más fértil entre las personas que están o se sienten aisladas. Párense a mirar la soledad profunda que palpita bajo este escaparate permanente en que vivimos y apreciarán el caldo de cultivo para ese terror. Los aislados solo buscan un punto de referencia y encuentro. El problema es solo ofrecerles la posibilidad de una reversión nostálgica reaccionaria frente a sus enormes miedos futuros. Hay que invitarlos a entrar en otra realidad.

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