Un lector nos mandaba esta carta a la sección ‘El bloc del cartero’ de Lorenzo Silva
Acabo de salir del hospital, afectado por la COVID-19. Aquí he vivido un viaje inesperado y sin equipaje a dos espacios que nunca pensé que haría a mi edad. Empieza ingresado en la planta del hospital. Me siento mal desde hace días; todo se precipita y me llevan a la UCI. Te ves rodando en una cama con la botella de oxígeno en tus pies y tus pertenencias a un lado, mirando los techos pasar, y a los sanitarios a los costados dándote ánimo. El ascensor baja y pienso: «Esto no me está pasando». Y me sorprendo sintiéndome relativamente tranquilo. Y llegamos a la UCI, y solo veo nuevos techos, nuevas salas. Todo blanco. Se arremolinan en torno a mí personas del espacio sideral, con trajes galácticos. Cada uno en su papel y, como los equipos de F1, haciendo lo que toca. Y ya, luego, llega la calma en tu box. Y durante los días que pasan, entre esas cuatro paredes blancas, se inicia el viaje al segundo destino, mi espacio interior. Un viaje de pensamientos, de reflexión, de preguntas incómodas. De preguntas sobre tus comportamientos, sobre tu vulnerabilidad actual y la incertidumbre futura; sobre cómo asumir una fecha de caducidad desconocida, pero cierta.
Miguel Ángel Pérez Vaquero (Vitoria-Gasteiz)
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