Nuestra colaboradora Isabel Coixet ha sido galardonada con el Premio Nacional de Cine por abrir «nuevos caminos en el cine español». La cineasta de proyección internacional añade este premio a un sinfín de reconocimientos, entre los que destacan sus ocho premios Goya. Reunimos las columnas más leídas de la directora catalana en ‘XLSemanal’, en 2020
• Isabel Coixet: «Mis ocho premios Goya están repartidos por la casa. Son ideales como sujetapuertas»
Cuando se enfríen los aplausos
(12/05/2020)
Hay tanto ruido últimamente que es casi imposible escuchar la voz de la propia cabeza. Esa cacofonía de discursos que se bambalean y contradicen ocupa un espacio tan grande que es un milagro que seamos capaces de respirar y no perder el equilibrio. En este caótico caldo de cultivo, ¿cómo saber si nuestra pretendida solidaridad sirve realmente para algo? ¿Cuál es la mejor manera de ayudar al prójimo? ¿De ayudarlo sin alharacas, sin miedo, sin cálculo? ¿De ponerse en sus zapatos y pensar qué será lo mejor para él? La auténtica generosidad es eminentemente práctica y forzosamente modesta, aunque esto es discutible: mucha gente puede pensar que mientras se ayude, da igual que se pregone a los cuatro vientos. Da igual que a muchos les joda: ahí tenemos las críticas a las donaciones de grandes empresarios. O el comentario que he oído en innumerables ocasiones cuando personas famosas dan dinero o materiales: siempre habrá quien diga que deberían donar el doble o el cuádruple. Siempre habrá quien proteste y se queje y enmiende la plana. Siempre.
No quiero
No quiero ser testigo de esta época. No tengo que ser testigo de esta época. Nadie puede obligarme a ser testigo de esta época. No quiero contar mi cuarentena, mi encierro, mis miserias en pijama. Los frecuentes viajes a la nevera, que ya grita cuando adivina mis pasos. Las cuentas de Instagram que visito religiosamente cada día, con animalitos y bebés, graciosos hasta decir basta, inanes, irrelevantes, efímeros, que, para cuando esto se acabe, dejarán de ser bebés y graciosos. Las recetas que se me ocurren con lo que tengo en la cocina. La culpabilidad cada vez que viene un mensajero trayendo un paquete. El sudor en las manos enguantadas, el sudor entre la máscara, las gafas y el sentimiento de vergüenza cuando pienso en la gente que se pasa 12 horas cada día en un hospital sin poder quitarse la máscara. El escrutinio de los muertos en este país, en otros. Los números como representación de otra vergüenza: la ajena que siento cuando veo a los de la Generalitat invocar a Nostradamus al contar las mascarillas que envía el Gobierno, una prueba más de que esta pandemia vuelve a los idiotas todavía más idiotas. No quiero gritar cuando me envían por centésima vez un vídeo de Bill Gates. No quiero gritar cuando me piden por milésima vez que recomiende cosas para pasar este tiempo: «Mujer, no te cuesta nada, un libro, una serie, un disco…». Pues me cuesta. Pero como buena hormiga soldado, lo hago, claro que sí, encantada, faltaría más, lo hago, para eso estamos.
Gente como yo
(28/07/2020)
Resiliencia y aguante
(08/09/2020)
Fue Boris Cyrulnik el que acuñó el término ‘resiliencia’. ¿Y quién mejor que un hombre que escapó por los pelos de niño de ser asesinado en Auschwitz, mientras sus padres murieron ambos allí, para dar todo su significado a esa palabra? En su libro Una maravillosa desgracia hace referencia al momento en que se escondió en un armario de la cocina cuando los nazis llamaron a su puerta buscando a sus padres: unos instantes llenos de inquietud y certeza, la inquietud de no ser descubierto y la certeza de que, si salía vivo de allí, haría todo lo posible por mantenerse vivo.
Rosa
(15/09/2020)
Pienso en ti a menudo, sin pensarlo. Apareces en el lomo de un libro. En una cadencia determinada en la voz de una actriz (Catherine Deneuve, el otro día sin ir más lejos, a ti, que no la tragabas). En las golondrinas. En el arroz. En las noticias, cada vez más ruines, cada vez más estúpidas, que nos llegan. Qué pensarías sobre eso o lo otro. Qué le dirías a este o a aquel. Qué le dirías… Tu buena fe nunca dejó de asombrarme, a tu lado me sentía mucho más cínica y descreída. Tú creías todavía en la posibilidad de una isla (cómo nos reíamos con Houellebecq). Tenías esperanzas, aunque no lo pareciera, las tenías.
